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Cuando la ciencia se mira en el espejo del mercado
Mientras la ciencia se enfrenta a la sobreproducción de datos y a la erosión de su credibilidad pública, volver a sus fundamentos puede ayudar a reconectar evidencia con comprensión, método con significado y conocimiento riguroso con confianza.
Nunca la ciencia había producido tanto, y al mismo tiempo nunca había parecido tan frágil. Cada año se publican miles de artículos mientras la confianza pública en la ciencia se erosiona. La tentación inmediata es pensar que la culpa de su crisis está fuera de la ciencia: en las fake news, en el populismo, en la ignorancia. Pero quizá el problema también está dentro. Hoy la sociedad y la ciencia comparten sus objetivos: eficiencia, competencia, emprendimiento, visibilidad. Y en ese espejo, la ciencia comienza a parecerse peligrosamente a las lógicas de la sociedad que la produce.
Un estudio publicado en PNAS, que analizó 1.8 mil millones de citas entre 90 millones de artículos en 241 disciplinas científicas, mostró que los campos científicos están produciendo conocimiento y publicando más que nunca, pero mientras más grandes son más lento avanzan, solidificando un canon. Las ideas se concentran en la misma teoría y la exploración se frena. La ciencia crece como el capital: se acumula y se expande, pero no necesariamente progresa. Por otra parte, un estudio reciente en Current Opinion in Psychology advierte que la innovación científica está cada vez más impulsada por métricas de impacto y competitividad, desplazando las exploraciones teóricas y los riesgos intelectuales que históricamente alimentaban los grandes avances. La ciencia, que alguna vez fue el espacio de la incertidumbre creativa, se ha convertido en una economía que produce resultados rápidos, medibles y citables, pero cada vez menos transformadores.
Por otra parte, un estudio global de Nature, basado en más de 11.000 investigadores de 166 países y todas las grandes disciplinas científicas, reveló que el 98% de los investigadores valora compartir resultados nulos que van contra el conocimiento canónico, pero solo el 30% lo hace. No por falta de interés, sino por miedo: a no ser citados, a no ser financiados, a parecer improductivos y poco competitivos.
Así, el conocimiento se vuelve cada vez más circular y acumulativo: se publica lo que encaja en modelos previamente establecidos, reforzando la ilusión de un progreso continuo que puede estar empobreciendo la diversidad de teorías e ideas. Según el informe Researcher of the Future, el 68% de los científicos siente más presión por publicar que hace tres años, mientras que menos de la mitad declara tener suficiente tiempo para investigar. En paralelo, la inversión en investigación se estanca o disminuye, especialmente en países de ingresos medios, empujando a los investigadores a competir y a desarrollarse en condiciones de escasez.
Frente a esta situación, debemos distinguir entre reflejo y espejismo: la ciencia no puede seguir viéndose a sí misma en los términos del sistema que la financia. Recuperar la confianza en la ciencia no pasa solo por comunicar mejor los resultados, publicar más o con más impacto, sino por recordar por qué investigamos: reintroducir la reflexión filosófica y ética en el corazón del quehacer científico. Volver a interrogar los fines, los valores y las consecuencias del conocimiento.
Mientras la ciencia se enfrenta a la sobreproducción de datos y a la erosión de su credibilidad pública, volver a sus fundamentos puede ayudar a reconectar evidencia con comprensión, método con significado y conocimiento riguroso con confianza. Sin ese espacio de pensamiento, la ciencia corre el riesgo de volverse una maquinaria sin dirección: eficiente, pero ciega. Hoy la tarea no es acelerar la ciencia, sino redefinir las lógicas con las que crece. Y esas lógicas deben ser filosóficas y éticas —no mercantiles ni rentabilistas—, porque solo en ese marco la ciencia puede recuperar su propósito: no el de producir más conocimiento, sino el de comprender mejor el mundo que habitamos juntos.
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