Opinión
El dilema de José Antonio Kast
Kast enfrenta un dilema: gobernar para sus barras o buscar un rumbo menos ideologizado. Si opta por lo segundo, podría vivir lo que él hizo a Piñera y la UDI, al acusarlos de traición, dejando a Kaiser en el rol de opositor interno.
Lo cierto es que la promesa de campaña, de que empezaría a gobernar desde el 15 de diciembre –tres meses antes de asumir oficialmente– terminó por convertirse en una suerte de búmeran para el Presidente electo, José Antonio Kast.
Sí, porque el despliegue ha sido tan intenso que un sector de la población, especialmente ese que se hizo expectativas sobredimensionadas de lo que podría significar la llegada de un nuevo Gobierno –que venía a cambiar absolutamente todo lo realizado por Gabriel Boric–, de seguro debe estar experimentando una confusión importante con estas primeras semanas de un Kast que está comunicando “como si” ya estuviera en La Moneda. Incluyendo el lío de desconocer la promesa de 2021, cuando señaló que “cuando yo sea Presidente me bajaré el sueldo a la mitad, como señal”, argumentando que el salario presidencial –que aumentó de $7.033.974 a $11.070.060– lo fija el Senado, algo que siempre ha sido así.
Las primeras semanas el objetivo parece haber sido poner el freno a fondo y hacer un giro en el relato: “Pídanme energías, no resultados inmediatos”, “no existen los milagros” y otras frases que contrastan con las sobrepromesas de la campaña. Ya no se habló más de expulsar a los 330 mil migrantes ilegales, ni siquiera de invitarlos a salir voluntariamente y pagándose el pasaje, sino que de corredores humanitarios. También se detuvo el contador inverso con que durante toda la campaña de la segunda vuelta amenazaba a los migrantes: “Les quedan 120 días… 100 días… para tomar las pocas cosas que tengan y abandonar el país”.
Pero además de bajar las expectativas, el Mandatario electo comenzó a hacer un giro en el tono, el relato y el estilo que lo caracterizaron por años.
José Antonio Kast empezó a tomar distancia, la misma noche del 15 de diciembre, del José Antonio Kast que los chilenos conocíamos, salvo por la pésima puesta en escena con la motosierra de Milei –a menos de 48 horas de electo–. Como que, repentinamente, hubiera decidido cortar con el duro aspirante del 2021, el líder del partido que se opuso a todos los proyectos que lograron consenso en el Congreso y, por supuesto, del candidato versión 2025 obsesionado con la figura del Presidente Boric y que prometía refundar el país.
De hecho, en los días siguientes a la visita a Argentina, Kast pareció experimentar un punto de inflexión. Cambio de tono interno y mantención del Kast ideológico en el ámbito exterior. Es como que el republicano hubiera optado por separar aguas y ser fiel a su relato, ese que comparte con Trump, Bukele, Milei, Vox para los encuentros internacionales. Pero en Chile pareciera que quiere proyectar un giro, que, en términos simples, se puede traducir como una mirada de Estado y, por supuesto, pragmatismo.
José Antonio Kast sabe que, de ese 58% con que ganó las elecciones, le pertenece poco menos de la mitad, que es lo obtenido en primera vuelta, el resto son votos prestados, de gente que votó “anti-Jara”, fenómeno inverso al que él sufrió en 2021 frente a Boric.
Sabe también que él mismo se encargó de generar una sensación de que Chile estaba convertido en un desastre –“Chile se cae a pedazos”, “Gobierno de emergencia” y otras frases que calaron en un sector de la población–, junto a las expectativas de que la delincuencia, el narcotráfico, la migración y el crecimiento se solucionarían por arte de magia.
Lamentablemente, así es el marketing político y así se ganan elecciones. El problema viene después. Es cierto que el futuro Gobierno entrará con fuerza con el llamado “Desafío 90”, pero ese sprint no es suficiente para calmar la ansiedad de una población que hace ya más de 15 años se convirtió –como hemos analizado antes– en un detractor crónico: soluciones rápidas, inmediatas o me paso a la oposición. No lo sabrán Bachelet, Piñera y Boric.
Decíamos que José Antonio Kast pareciera estar testeando en estos días cómo recibiría el mundo político de quienes serán oposición desde marzo, y también la ciudadanía, un llamado a constituir un Gobierno de unidad, de búsqueda de acuerdos y consensos. Algo de lo que los republicanos no son precisamente los mejores representantes, de acuerdo con el comportamiento político que han tenido desde su fundación.
Lo cierto es que Kast ha entregado algunas señales que apuntan a proyectar el estilo de hombre de Estado, de estadista, una condición que él tampoco conoce: siempre ha sido opositor. Sus reuniones con Frei, Bachelet y Boric sorprendieron. Y el tono empleado, aún más.
Ese estilo, de concretarse a partir de marzo, por supuesto que podría darle mayor gobernabilidad a una administración que la tendrá muy difícil, partiendo por los casi 3.500.000 personas que votaron por él sin convicción, pero dándole el beneficio de la duda de que podrá responder a las promesas de campaña. Esa línea significaría abrirse a incorporar a su Gobierno a gente ubicada en el centro, a buscar acuerdos en el Congreso –en la Cámara son el partido mayoritario–, a controlar el impulso extremo de republicanos y libertarios, mantener a raya la agenda valórica e incluso a realizar concesiones inimaginables para sus partidarios más leales: apoyar a Bachelet para la ONU.
Pero esa opción tiene riesgos importantes para sus seguidores y los grupos ubicados en la ultraderecha. De hecho, la visita a Bachelet –programada para una hora y que se extendió por dos– recibió las primeras críticas destempladas desde su sector. Por lo demás, el triunfo de Kast en primera vuelta –sumado esto a los votos de Kaiser– terminó por consolidar a una nueva derecha, más extrema, más dura, destronando a la centroderecha que lideró esta sensibilidad política por casi 35 años.
De ahí que el relato que hemos observado desde el 14 de diciembre en adelante de personajes como Rodolfo Carter, Vanessa Kaiser o Camila Flores, no pareciera ser muy compatible con el estilo que ha mostrado Kast en esta etapa, que podríamos denominar como de “pre luna de miel”. Recordemos que entre diciembre de 2021 y marzo de 2022 se llegó a hablar de la “Boricmanía”, lo que se diluyó a los pocos meses de su administración. Algo parecido parece ocurrir con la “Kastmanía”, con la diferencia de que las expectativas esta vez son gigantescas.
Kast deberá, en estos dos meses que le quedan antes de asumir, resolver este dilema. Y, claro, cualquier movimiento le traerá costos. Si se mantiene firme con la derecha extrema que lo llevó al poder, puede perder rápidamente la comprensión y paciencia mínima de una población exigente, antipartidos, que de no ser por el voto obligatorio se hubiera quedado en su casa y ni siquiera habría concurrido a votar. O bien opta por correr la barrera hacia el centro e intentar un Gobierno menos ideologizado, sacrificando el legítimo anhelo de los suyos, los que quedaron convencidos de que destronaron a Chile Vamos y que tienen que ejercer ese derecho.
En ese caso, Kast tendría que experimentar en carne propia lo mismo hizo con Piñera y la UDI, acusándolos de traicionar sus principios políticos, lo que le dio la plataforma que lo llevaría con los años a La Moneda. Por supuesto, en ese caso, será Kaiser quien pase a asumir el mismo rol que tuvo JAK con Piñera.
Esa es la política real, esa que derrumba promesas, que obliga al pragmatismo y que comprueba ese viejo dicho: “Otra cosa es con guitarra”.
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