Opinión
Ciencia en tiempos de cambio: una oportunidad que no debiera perderse
En medio de un nuevo ciclo político y de debates sobre la reorganización del Estado, Chile enfrenta una decisión clave: fortalecer su institucionalidad científica o volver a relegar el conocimiento a un rol secundario.
En tiempos de incertidumbre, la ciencia no es un lujo, sino una herramienta esencial para gobernar con responsabilidad y visión de futuro.
Chile atraviesa un momento de transformación. Cambian las autoridades, se reordenan las prioridades y el debate público vuelve a preguntarse por el tamaño, el rol y el sentido del Estado. En ese contexto, han comenzado a circular rumores y propuestas sobre la reorganización de ministerios, entre ellos el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación.
Más allá de la coyuntura —y de las legítimas discusiones sobre eficiencia institucional—, este escenario abre una pregunta profunda y decisiva: qué lugar queremos que ocupe la ciencia en el proyecto de país que hoy comienza a configurarse.
Chile no ha sido históricamente una nación que sitúe al conocimiento en el centro de sus decisiones estratégicas. Durante décadas, la investigación y el desarrollo avanzaron de forma fragmentada, con escasa articulación con las políticas públicas y con presupuestos modestos en comparación con países de desarrollo similar. La creación del Ministerio de Ciencia fue, en ese sentido, un reconocimiento tardío pero imprescindible de una deuda estructural largamente postergada.
Por eso, las señales que hoy circulan generan inquietud en el mundo académico y científico. No porque toda reorganización sea negativa en sí misma, sino porque debilitar la institucionalidad científica sería un error en un momento histórico en el que el conocimiento se vuelve más necesario que nunca. La ciencia no es un adorno del Estado ni un lujo prescindible: es una herramienta esencial para enfrentar desafíos complejos como el cambio climático, la transición energética, la salud pública, la productividad o la educación.
La evidencia internacional es clara. Los países que han fortalecido su capacidad científica y tecnológica no solo crecen más; toman mejores decisiones. Incorporar evidencia, datos y conocimiento experto en el diseño de políticas públicas mejora la calidad del gasto, reduce riesgos y permite anticipar crisis. En otras palabras, invertir en ciencia no es un costo: es una forma más inteligente y responsable de gobernar.
En tiempos de cambio, suele instalarse la tentación de privilegiar lo inmediato por sobre lo estructural. Sin embargo, relegar la ciencia bajo argumentos de urgencia o eficiencia administrativa es una mirada de corto plazo. La ciencia trabaja con tiempos largos, pero sus beneficios son profundos y duraderos. Diluir su institucionalidad sería retroceder justo cuando el país necesita más capacidades para pensar, planificar y decidir su futuro.
Este nuevo ciclo político ofrece, en realidad, una oportunidad valiosa. La oportunidad de renovar la mirada sobre la ciencia, de fortalecer su vínculo con las decisiones públicas y de comprenderla como un bien estratégico para el desarrollo nacional. Eso no implica inmovilismo ni defensa corporativa, sino todo lo contrario: implica modernizar, coordinar mejor y proyectar la ciencia como un pilar del Estado, no como una variable secundaria del organigrama.
Ojalá que en este proceso de redefiniciones la ciencia no resulte perjudicada por rumores, simplificaciones o cálculos de corto plazo. Chile necesita más conocimiento, no menos. Más evidencia, no menos. Más ciencia al servicio de la sociedad, especialmente cuando el país enfrenta decisiones que marcarán a las próximas generaciones.
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