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La Teletón y la Muerte de Dios Opinión

La Teletón y la Muerte de Dios

Sébastien Monnier
Por : Sébastien Monnier Profesor asociado en geografía, Universidad Católica de Valparaíso
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¿Habrá todavía personas para realmente pensar que la Teletón es una operación de caridad, tal como definimos el concepto, y que en una operación de esta dimensión es absolutamente natural que las donaciones sirvan para financiar el espectáculo y los gastos asociados, limitando asimismo el “desinterés” financiero de los grandes socios económicos implicados? Obvio, habrá.


A primera vista, la Teletón es un tipo de Pequeño Dieciocho. Estratégicamente ubicada (entre el Dieciocho y la Navidad), tiene los mismos atributos que las Fiestas Patrias: ambiente de alegría, sede de acción en los supermercados, bombardeo de publicidad y, más que todo, sentimiento superficial de unidad nacional orquestado por los medias –“Somos todos”; por supuesto, cuando el resto del año cada uno vive detrás de sus rejas y sus parabrisas tintados de camioneta. Para los que buscan un poco más allá de la desinformación entregada por los medios tradicionales y/o los que creen en otra cosa que el modelo del capitalismo salvaje, la Teletón es obviamente una farsa y una vergüenza.

Me acuerdo de la primera –y última– vez que vi la Teletón en la televisión, en 2010, unos meses después de llegar a Chile, y esta amarga impresión de asistir en vivo a una mala, muy mala teleserie gringa, una gran y absurda mesa reuniendo a todas las grandes marcas del mercado con burbujas gigantescas y cantos en coro. Las columnas y reportajes criticando la Teletón de hecho abundan; por lo tanto, querría aquí enfocarme más precisamente sobre la “cristiandad” de la operación –y cómo se derroca en un santiamén–.

En una sociedad profundamente conservadora, de tradición cristiana fuerte, frecuentemente ciega, la Teletón es una demostración de inteligencia de parte de sus diseñadores. Todo el lenguaje y los mensajes de la Teletón se basan en conceptos y símbolos cristianos. En la página de internet de la Teletón, en el subtítulo principal, se habla de una “cruzada solidaria”. Las cruces blancas y rojas, además de acordarse con los colores de la principal marca auspiciadora (Claro), aluden directamente al símbolo presente en los escudos y túnicas de los Caballeros de los Templarios, que eran miembros de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, creado en Francia en el siglo XII, después de la primera cruzada.

Más que todo, el pilar de la Teletón, en la continuación de la suscitación de sentimientos como la piedad y la empatía, es la caridad. En teología, la caridad es una de las tres virtudes del Cristianismo, con la fe y la esperanza; consiste en amar al prójimo como a sí mismo por amor de Dios. Extendida a la sociedad civil, la caridad aparece como cualquier forma desinteresada de entregar auxilio y ayuda a los necesitados. La forma básica de la caridad es la donación, que sea en la calle o a través de megaoperaciones como la Teletón. En países de basamento cristiano, la caridad es generalmente intocable: ¿cómo podríamos criticar una acción que consiste a dar un poco de lo que uno tiene para ayudar a los que sufren y necesitan ayuda?

[cita tipo= «destaque]La Teletón es no más que el capitalismo disfrazado en ropas de sacerdotes benefactores, robando la fe de los chilenos para darles en cambio la ilusión de una esperanza; la Teletón es no más que el emblema mismo de la Muerte de Dios.[/cita]

Sería olvidar que en América Latina el encuentro de la religión con el capitalismo no es la mejor cosa que Dios haya inventado.

Efectivamente, cuando uno empieza a documentarse sobre la Teletón chilena, aparece rápidamente la polémica del destino de las donaciones. Hay notablemente este mítico número de la revista ¿Qué Pasa? del 15 de septiembre de 1995, donde se habría detallado el destino muy discutible de los fondos, número descrito como una invención por los defensores de la Teletón, o como intencionalmente retirado de la Biblioteca Nacional por los opositores…

¿Pero qué importa este artículo viejo, de veinte años, cuando cada año la Teletón publica sus Memorias Anuales, disponibles en internet, con un capítulo entero dedicado a los “Estados Financieros”? Obviamente las tablas son pasablemente aburridas de leer y requieren un mínimo de conocimiento o búsqueda en contabilidad; además, su claridad y organización varían de un año a otro. Sin embargo, cualquier ciudadano puede acceder a estos datos y darse cuenta cómo ahí muere totalmente la credibilidad de la Teletón como organización caritativa y “cristiana”.

Aunque la Memoria Anual de 2012 añadía unas páginas extremadamente instructivas de “notas a los estados financieros” (donde uno aprende, por ejemplo, que en los gastos de operación entran las “vacaciones del personal”, Cf. Párrafo 2.m, p. 67), las Memorias Anuales de 2013 y 2014 quedan mucho más sucintas sobre los detalles. Pero las cifras hablan por sí mismas.

En 2014, la Teletón recaudó 28 billones de pesos en donaciones, que se sumaron a otras ganancias para alcanzar 41 billones de pesos de ingresos, mientras el costo de operación alcanzó 31 billones de pesos, lo que luego de la sustracción de los gastos de administración resultó en una ganancia o excedente del año de 7.5 billones de pesos (Memoria Anual 2014, pp. 92-94)… Cuatro veces menos que la cifra agitada gloriosamente en la televisión. Luego, hay otros detalles sorprendentes que aparecen en los Estados Financieros de las Memorias Anuales de la Teletón: por ejemplo la tabla de los flujos (Memoria Anual 2014, p. 96) revela la inversión de varias decenas de billones de pesos en instrumentos financieros. Tengo la tentación de escribir esta exclamación-interrogación-acrónimo en tres letras, proviniendo del mundo anglosajón y que el mundo entero adora utilizar en las redes sociales. Pero en un artículo donde se habla tanto de Dios, prefiero abstenerme de jurar.

Podríamos seguir, pero ya parece suficiente. Cada uno puede entrar en internet e ir a averiguar y profundizar en estas informaciones. ¿Habrá todavía personas para realmente pensar que la Teletón es una operación de caridad, tal como definimos el concepto antes, y que en una operación de esta dimensión es absolutamente natural que las donaciones sirvan para financiar el espectáculo y los gastos asociados, limitando asimismo el “desinterés” financiero de los grandes socios económicos implicados? Obvio, habrá. Porque ignorancia, desinformación y caridad capitalista andan muy bien juntos.

Lamentablemente, la caridad de farándula a la salsa Don Francisco es una pomada pseudocristiana diseñada para tapar todas las fallas y carencias que existen en el sistema de protección de la salud del país. La Teletón es no más que el capitalismo disfrazado en ropas de sacerdotes benefactores, robando la fe de los chilenos para darles en cambio la ilusión de una esperanza; la Teletón es no más que el emblema mismo de la Muerte de Dios: “Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado. ¿Cómo podríamos reconfortarnos, los asesinos de todos los asesinos?” (Nietzsche, Die fröhliche Wissenschaft, “La gaya ciencia”, 1882).

Agradecimientos: Quiero agradecer a Lee Kaplan-Unsoeld, jefe de edición de The Belltower (diario por internet mensual de la universidad Saint Martin, Lacey, EE.UU.) por su artículo “When charity meets capitalism”, publicado este año, y por las ideas que intercambiamos luego.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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