Opinión
En Chile, los niños y niñas siguen teniendo tasas de morbilidad en salud mental de alcance mundial. Según el último estudio de Carga de Enfermedad y Carga Atribuible realizado en nuestro país, un 23,2% de los años de vida perdidos por discapacidad o muerte, están determinados por condiciones neuropsiquiátricas. Para niñas y niños entre 1 y 9 años corresponde a un 30,3%.
Existe evidencia para afirmar que gran parte de las afecciones mentales de la adultez inician en la niñez. Entre sus gatilladores, se reconoce el principal papel de las condiciones de desigualdad y pérdida de cohesión social.
Con la pandemia, se han incrementado las condiciones estresoras para las familias ligadas a la crisis sanitaria, económica, duelo y soledad. Para los más pequeños, además, ha implicado la pérdida de su casi único espacio de socialización, como lo son el jardín infantil y la escuela.
Ellos son sujetos sociales, que sufren la falta de vínculos con otros adultos y pares, que son fundamentales para su desarrollo integral. Lo anterior, acentúa el precario escenario de Salud Mental de la primera infancia en Chile, dado su bajo presupuesto público.
Resulta fundamental visibilizar y abordar este impacto desde la política pública y la sociedad civil, donde la socialización reconozca el cuidar de la salud mental de bebés, niñas y niños.
