
Tryo Teatro Banda y la obra “Carrera”: la desmitificación cabalga en el sentido del humor
En un país de historiografía incompleta y debate “tontogravista”, grande es la necesidad de reírnos de las verdades escritas en piedra. Para poder festinar, sí, antes se debe leer, preguntar, para luego olvidar todo y dejar a la rueda existencial, aplastar nuestras certezas más célebres.
Un prócer ha sido silenciado por la historia y la compañía Tryo Teatro Banda propone recordarlo desde “el arte de los juglares”, para que nos vayamos acercando a su importante sitial.
La compañía cumple y festeja sus 25 años en las tablas nacionales y presenta la obra “Carrera” en una entretenida, dinámica y jocosa propuesta donde los instrumentos musicales llevarán al público a sentir la Chillán, Valdivia, los campos de combate, los salones, haciendas, ciudades y cadalsos donde se fueron cristalizando los elementos químicos de la independencia nacional.
Quien nos lleva por el torbellino es el hiperactivo José Miguel Carrera, primer comandante en jefe del Ejército y primer presidente de una junta de gobierno en Chile.
Todo posible gracias a la dramaturgia y dirección de Francisco Sánchez y Sebastián Vila, la música de Sánchez y Simón Schriver, mientras en vivo Maria Clara Valle interpreta violonchelos, percusiones y violines también junto a Sánchez. La producción artística de Carolina González y Tifa Hernández Pérez, nos lleven a tiempos legendarios que pasan volando frente a nuestra nariz, en una puesta minimalista cargada de imaginación.

Tryo Teatro Banda logra recorrer las aventuras del hermano más ambicioso de la familia Carrera con ingenio, buen gusto y creatividad. Construyen una arquitectura para todos los botones de la fantasía, e instalan imágenes, sin fomentar odios de clase, ni grietas, ni “baraditismos” tribuneros.
La compañía narra esta historia para aprender de nuestra comunidad, de lo que somos como grupo humano. Como impresionistas del teatro, lo consiguen mediante la regla más importante: menos, es más. Ni discursos barrocos, ni caricatura o efectos desbordados.
La desmitificación cabalga en el sentido del humor y destrucción de moldes, así un fagot es un fusil, un bombo la cabeza del caballo o un simple taburete con ruedas se torna en Junta de gobierno, carga de caballería o barco de guerra.
En un país de historiografía incompleta y debate “tontogravista”, grande es la necesidad de reírnos de las verdades escritas en piedra. Para poder festinar, sí, antes se debe leer, preguntar, para luego olvidar todo y dejar a la rueda existencial, aplastar nuestras certezas más célebres en un sano absurdo. De lo contrario, no vamos a sobrevivir al tercer mundo.
La epopeya de Carrera sólo llegó hasta sus 35 años y el silencio en nuestros libros de historia y aulas posee más de dos siglos. Su legado y acción son sólo un anecdotario del relato central. Hoy podemos comprender cómo toda su estirpe, desde Francisco Antonio Pinto hasta Allende, perdieron la pulseada.
El plan para “liberar” las colonias españolas, según diversos autores, fue una estrategia diseñada desde Inglaterra a cargo de su masonería local. En esas cortes británicas Francisco de Miranda reclutó, educó, ilustró y organizó a una estirpe de ricos criollos comerciantes y agricultores, más tarde denominados próceres o padres de la patria.
No fueron como la logia que forjó los Estados Unidos. Había en la de Miranda ganas de cortar lazos con España, sólo para vender materias primas a Inglaterra, imperio en expansión. No los movía profundizar en modelos de sociedad donde los poderes estuvieran separados, o primaran verdaderos ideales de igualdad, fraternidad y libertad. Por sus frutos de más de 200 años, los conoceréis.
La élite colonial de Estados Unidos se había consolidado como potencia industrial y no sólo eran comerciantes, no vociferaban sobre las bondades del capitalismo, las practicaban desde el siglo XVIII. No salieron a comprar cañones, pues tenían hace décadas sus propias fundiciones para lograr buques mercantes, de guerra y piezas de artillería.
Carrera fue odiado y combatido, pues en Europa, mientras luchaba contra Napoleón, no adscribió a la logia Lautaro y su plan anglófilo, el cual hasta consideraba fórmulas monárquicas de gobierno para el día después de la independencia.
Sólo así se entiende su tornado de tres años de gobierno autoritario y revolucionario. Carrera trajo la imprenta, forjó la Biblioteca Nacional, el Instituto Nacional, la Aurora de Chile y trajo desde la potencia americana del Norte un cónsul, artesanos y fabricantes. Todo, mientras San Martín sólo aspiraba a que el rey Jorge III de Inglaterra designara el nombre de algún príncipe para gobernar Sudamérica, cuando los españoles partieran.
Los enemigos de José Miguel creían en la ilustración, pero sin proyecto manufacturero ni democracia, se quedaron en el barroco para siempre. Militaron en Chile en guerras civiles durante el siglo XIX, sólo para dejar instalado un orden neo borbónico, aún vigente, denominado “orden portaliano”.
No debe sorprender entonces por qué Carrera tenía acceso al presidente James Madison y a otros precursores del modelo estadounidense, mientras sus detractores le temían a un régimen republicano de verdad.
Una obra como ésta no es una clase de historia y busca en el espectador despertar el interés por saber más, respetando su propia cosmovisión.
En mi caso, logró, al retorno a casa, buscar las guías y apuntes de historia de mis años de estudiante en el Instituto Nacional con el profesor Liro Reyes y mis ensayos de la Usach motivados por la profesora Verónica Valdivia. Ambos educadores en el sentido de la paideia griega, sin adoctrinamiento, con fuentes a la vista, arduos documentos de lectura, apelaciones al largo plazo, fomentando el ensayo, libres de fanatismos y panfletos. Nunca supe sus preferencias ideológicas.
A ellos y a Carrera, les interesó el viaje, el conocimiento, la educación, la industria y no las cadenas, por más que éstas sean guirnaldas de oro, de un sillón presidencial instalado sobre una “republiqueta”.
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