CULTURA|OPINIÓN
Crédito: Fundación Mercè Rodoreda
El regreso de Mercè Rodoreda
El rescate que hoy se celebra (en Guadalajara, en Barcelona, en las reediciones) no es solo editorial: es un gesto de reparación. Rodoreda vuelve, como vuelve una voz que había sido opacada por la historia, por la lengua minoritaria en la que decidió escribir.
La Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que concluyó este domingo, tuvo un aire inequívocamente barcelonés. No es solo la presencia de Barcelona como ciudad invitada de honor lo que impuso esa atmósfera, sino el lema que la acompañó: Vindran les flors (Vendrán las flores, en castellano).
La frase funciona como una clave secreta para quienes conocen la obra de Mercè Rodoreda, figura esencial de las letras catalanas (amante de las flores y los jardines…) y, paradójicamente, una autora todavía muy poco difundida fuera de Cataluña.
La coincidencia entre la presencia de Barcelona en la FIL (donde su obra será destacada en diferentes muestras y homenajes) y la reciente reedición a cargo de Seix Barral de Espejo Roto (Mirall Trencat, en catalán), obra mayor de Rodoreda publicada en 1974, no parece casual.
Tampoco lo es el anuncio de la próxima exposición del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), Rodoreda, un bosque, que dialogará con su universo literario mediante documentos de archivo, obras visuales y nuevas lecturas. Estos tres acontecimientos (la FIL, la reedición y la exposición) conforman un triángulo simbólico que opera casi como una metáfora del propio destino de Rodoreda: tras décadas de exilio, silencio y semisombra internacional, la autora vuelve, regresa, es recordada.
Que su reconocimiento fuera de su tierra natal siga siendo escaso resulta sorprendente. Barcelona, bastión editorial y literario del habla hispana (cuna de grandes editoriales, imprentas, agentes y festivales, así como inigualable circuito de bibliotecas y librerías) fue, además, refugio de buena parte de los autores del Boom Latinoamericano. Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y José Donoso -entre otros- vivieron, escribieron y se consolidaron allí.
Y, sin embargo, Rodoreda, que fue contemporánea de todos ellos e incluso admirada por algunos (García Márquez, por ejemplo), no alcanzó la misma circulación global. La paradoja se intensifica si recordamos que su obra (marcada por Virginia Woolf, Thomas Mann y William Faulkner, influencias que también compartieron los autores del Boom) escrita íntegramente en catalán, ha sido traducida a diversos idiomas.
Rodoreda fue parte del mismo clima literario y político que marcó a toda una generación: los temas, obsesiones y conflictos que atravesó también resonaron en la literatura latinoamericana. Hija única, nacida en Barcelona en 1908, criada en el barrio de Sant Gervasi en un entorno de sensibilidad artística, pero con escasa escolaridad formal, Rodoreda entró a la literatura a contracorriente.
La Guerra Civil Española la obligó a abandonar el país, “solo por unos meses” pensó entonces, meses que se convirtieron finalmente en 24 años. París primero, Ginebra después: ciudades donde escribió buena parte de su obra. Compartió destierro con otros compatriotas que dispersó la guerra, algunos de los cuales acabaron en Chile. Por ejemplo, huyendo de los nazis, el poeta y dramaturgo Joan Oliver (conocido como Pere Quart), residió en Santiago durante ocho años a partir de 1940.
En Cataluña el nombre de Rodoreda es ineludible. La Plaza del Diamante (en referencia a la reconocida plaza del barrio de Gràcia), Aloma y Espejo Roto forman parte del canon escolar. Por otra parte, su novela póstuma La Muerte y la Primavera ha sido durante años la pieza más desconcertante de su corpus, hasta que nuevas lecturas, como la de Mariana Enríquez en su edición en castellano, la incorporaron a la tradición de lo extraño, de lo gótico, de lo visionario.
Pero es Espejo Roto la obra que mejor permite entender la magnitud de su talento. Comparada en ocasiones con Cien Años de Soledad, la novela comparte no solo el retrato de una saga familiar, sino la conciencia de decadencia, el peso simbólico de los espacios y una mirada que combina lo íntimo con lo social.
Rodoreda narra el ascenso y declive de los Valldaura (símbolo de la burguesía catalana del siglo XX) con un dominio excepcional del lenguaje que le permite penetrar en la psicología de sus personajes con una sutileza oscura y poética. Teresa Goday, su hija Sofía, y Armanda, la sirvienta, pertenecen a un linaje de mujeres marcadas por heridas invisibles, contradicciones morales y silencios que las definen más que sus gestos.
Aunque la autora rechazó ser leída desde la ideología feminista, sus personajes femeninos poseen una densidad emocional y complejidad moral que ameritan varios análisis desde dicha perspectiva. Se trata esta de una novela de sombras en casas luminosas, de voces de criados que forman un coro social (los lectores de Donoso podrán encontrar puntos en común), de jardines que simbolizan un paraíso imposible y de objetos que condensan el paso del tiempo y la fragilidad de la memoria.
Por eso, el rescate que hoy se celebra (en Guadalajara, en Barcelona, en las reediciones) no es solo editorial: es un gesto de reparación. Rodoreda vuelve, como vuelve una voz que había sido opacada por la historia, por la lengua minoritaria en la que decidió escribir, por el doble exilio que padeció. Vuelve porque su obra no pertenece únicamente a su barrio de Sant Gervasi (donde transcurre Espejo Roto), sino a un territorio literario mucho más amplio y universal.
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