CULTURA|OPINIÓN
Créditos: Crédito: Ramiro Contreras – Teatro a Mil.
Un oficio sugerente (y vivo)
Por ello, y en un contexto de decisión, validamos que un proyecto que aspira a dirigir un país reconozca a la cultura como motor de lo anterior, capaz de generar identidad, cohesión, empleo e innovación y que por lo mismo se comprometa a continuar su financiamiento, mejora y gestión eficiente.
Si hay algo que nos ha enseñado pertenecer a una entidad pública como lo es la Universidad de Chile, es sobre convivir con la gestión del Estado y con las métricas necesarias para responder a la exigencia de evaluar resultados, aun cuando el arte no tenga ese horizonte final.
A pesar de ello, hemos cumplido como ecosistema que aporta el crecimiento socioeconómico del país, trasladando la defensa del arte desde una cuestión de valores, a una medible como política pública necesaria, permitiéndonos afirmar que la contribución de la cultura al crecimiento no es un nicho, sino un fenómeno nacional fundamental.
Las cifras aportadas por la última Encuesta Nacional de Participación Cultural y Comportamiento Lector (ENPCCL 2024), así lo avalan:
El 75% de la población de 15 años o más asistió al menos a una actividad cultural durante los últimos doce meses. Esta cifra demuestra que la cultura es una parte integral y masiva del quehacer social.
En el caso de todas las actividades culturales que se midieron, al menos el 79% de las personas asistió acompañada. Al teatro, casi el 89% de los asistentes fue con otra persona. Esto valida la función del arte como generador de unión social y experiencias comunes.
Por otra parte, la cultura demuestra su vitalidad, plasticidad e innovación al migrar a nuevos entornos, ya que el 90% de la población declaró haber realizado al menos una actividad cultural digital a través de internet en el último año.
Desafíos y la necesidad de políticas públicas
La encuesta confirma una variable significativa: a mayor nivel socioeconómico y educacional, mayor participación cultural. Sin duda, esta provocadora correlación muestra que las políticas públicas y privadas de inversión y fomento no son solo para promover el gusto, sino para reducir las brechas de acceso que limitan el desarrollo y el bienestar socioeconómico que todas y todos siempre anhelamos.
Quienes nos dedicamos al teatro tenemos una fuerte pulsión de vida y una aún más fuerte creencia en un futuro posible. Nuestro quehacer está marcado por la creación de historias basadas en el imaginario colectivo para incentivar la escucha de quien nos ve, porque no intentamos cambiar, sino que abrimos una puerta o una ventana a reflexionar y participar de una experiencia común.
El teatro universitario, por su parte, potencia —entre otros— los principios de ética, solidaridad, cooperación, trabajo mancomunado y el pensamiento crítico; educa, informa, critica, estimula el surgimiento y experimentación de emociones y la conexión con otros. Así, el compromiso del teatro es con elementos basales a la democracia.
El arte es una caja de resonancia para los temas que aún nos preocupan como sociedad y que apelan al bienestar común. Un ejemplo son las desigualdades que se palpan en el inicio del visionario texto de 1963 “Los Invasores” del gran dramaturgo chileno Egon Wolff:
MEYER: ¿Y usted? ¿Qué hace aquí? ¿Qué hace dentro de mi casa?
CHINA: (Lastimero.) Un pan… un pedazo de pan.
MEYER: ¿Qué?
MEYER: Te descerrajo un tiro, si no sales de inmediato. (Apunta.)
CHINA: Una bala de eso cuesta más que el pan que le pido… un harapiento. Nadie cambia un harapiento por una conciencia culpable.
La historia de nuestro oficio y sus prácticas, nos permite empujar por la revalorización de la democracia y sus instituciones.
Los datos de la ENPCCL 2024 nos permiten argumentar que la cultura no es un gasto suntuario, un lujo, ni un accesorio, sino un motor de desarrollo social, económico y territorial, cuya masividad y capacidad de generar mercado valida la urgencia de políticas públicas que se comprometan con su fomento.
Por ello, y en un contexto de decisión, validamos que un proyecto que aspira a dirigir un país reconozca a la cultura como motor de lo anterior, capaz de generar identidad, cohesión, empleo e innovación y que por lo mismo se comprometa a continuar su financiamiento, mejora y gestión eficiente.
El connotado teatrista brasilero Augusto Boal lo dice claramente:
“No basta consumir cultura, es necesario producirla. No basta gozar del arte, es necesario ser artista: no basta producir ideas, es necesario transformarlas en actos sociales concretos y continuados”.
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