CULTURA|OPINIÓN
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Springsteen: música de ninguna parte
En el fondo, no es una biografía musical, sino un ensayo cinematográfico sobre la identidad, la culpa y la soledad del creador. La música no aparece como espectáculo, sino como ética, el trabajo interior frente al ruido del mundo.
They declared me unfit to live
Said into that great void, my soul′d be hurled
They want to know why I did what I did
Sir, I guess there′s just a meanness in this world.
Fragmento de la canción Nebraska.
El obrero del alma frente al abismo
No hay biopic musical que no corra el riesgo de transformarse en panegírico o en caricatura edulcorada. Desde Bohemian Rhapsody, con su versión pop del mito de Freddie Mercury, hasta la emotiva Elvis de Baz Luhrmann, el género ha tendido a convertir la tragedia en espectáculo, la vulnerabilidad en glamour y la intimidad del artista en una puesta en escena de su propia mitología.
Sin embargo, Springsteen: Música de Ninguna Parte (2025), dirigida por Scott Cooper y protagonizada por Jeremy Allen White, irrumpe como una excepción luminosa. A diferencia de tantas biografías musicales que glorifican la ascensión del mito o dramatizan su caída, esta película elige un territorio menos transitado; el del repliegue emocional. Cooper y White se atreven a narrar lo inusual, el momento en que un ídolo deja de mirar hacia el público y comienza a escuchar su yo neurótico.
Más allá del ruido de los estadios y la épica de las carreteras infinitas, la película se interna en la búsqueda de refugio y sentido de un Bruce Springsteen fragmentado, enfrentado a sus demonios interiores y a la soledad que sigue al éxito. Como la reciente biopic de Bob Dylan, Springsteen: Música de Ninguna Parte no busca explicar al artista ni justificar su crisis: lo observa en suspensión, en ese punto intermedio entre el silencio y la redención, donde la música vuelve a ser una forma de salvación personal y una suerte de plegaria en voz baja en la cual todos somos personajes de su obra.
La historia se sitúa entre The River (1980) y Nebraska (1982), los años en que el “Jefe” decidió detener el ruido del éxito para escuchar el eco de su propio silencio. Esa pausa creativa, que en otro contexto podría parecer parálisis, se revela como el núcleo más honesto de la creación. El Director, Scott Cooper, autor de Crazy Heart, se sumerge en el ocaso del sueño americano con una mirada bressoniana y entrega una de las películas más introspectivas del cine musical reciente.
Retiro del “Jefe”
El filme no muestra giras, multitudes ni estadios; apenas un hombre encerrado en una casa de Nueva Jersey con una grabadora de cuatro pistas. El Springsteen de Cooper no compone desde la euforia sino desde la angustia y desarraigo. Nebraska surge como un exorcismo anímico y moral más que artístico, En esa habitación en penumbras, el músico se enfrenta a su propio eco, grabando una cinta que según cuenta la leyenda iba a ser solo una maqueta, pero terminó convertida en su obra más radical.
La cámara de Cooper rehúye la espectacularidad y se queda con lo mínimo, una ventana, una voz, una cinta que gira, cada plano parece filmado desde la depresión o desde el silencio posterior a la tormenta. El resultado es una obra contenida, hipnótica, que devuelve al mito su dimensión humana.
“Las canciones de Nebraska son sobre hombres y mujeres que pierden la esperanza”, dice el protagonista. “Quizás yo solo estaba tratando de salvarme a mí mismo”. Esa frase resume la filosofía del film, el arte como acto de supervivencia, no como éxito o consuelo, sino como el único gesto posible frente al vacío, frente a la introspección y depresión.
Jeremy Allen White: el trabajador del alma
Convertirse en Bruce Springsteen no fue una tarea menor, su voz, la energía y su aura forman parte del ADN cultural norteamericano, sin embargo Jeremy Allen White, el aclamado actor de The Bear elige el camino de la fragilidad antes que el de la imitación. Su Springsteen es un hombre de voz áspera, encorvado, que canta con sus propias limitaciones vocales, no hay playback ni dobles tomas; hay una construcción emocional de personaje siguiendo las reglas de Stanislavski sobre incluir sus pensamientos, emociones y sentimientos que lo conecten con el personaje y su mundo vivencial.
White no se parece físicamente al “Boss”, pero logra captar algo más profundo, su cansancio existencial, sus silencios pesan más que sus palabras. Sus miradas, fijas en carreteras vacías o habitaciones sin luz, hablan de una América que se desvanece junto con la crisis económica y el desempleo obrero. Paradojalmente en lugar de la euforia del escenario, la película muestra el temblor interior de quien ha perdido el vértigo del silencio.
Su interpretación está construida con gestos mínimos, en efecto, el ceño fruncido, las manos metidas en los bolsillos, el modo en que observa el vacío: cada detalle sugiere un hombre que carga una cruz invisible. El “Jefe” solo intenta respirar y enfrentar su experiencia neurótica por medio de la música como forma de terapia y expresión emocional.
El padre y la sombra
En la apertura de la llave dramática se encuentra la relación con su padre, Douglas Springsteen, interpretado por Stephen Graham. El padre, obrero alcohólico y distante, encarna la sombra del hijo que “triunfó demasiado”, en esa tensión entre la fábrica y el escenario, entre el silencio paterno y la voz pública, se despliega el verdadero drama, hay por cierto la elipsis de Bresson al omitir detalles y personajes de modo de incrementar la tensión narrativa…. la omisión de Adele, la madre, apenas aparece como figura doméstica, cuando fue ella quien alentó la vocación de Bruce. Esa ausencia deliberada y minimalista deja un vacío que potencia la experiencia emocional.
Cooper filma esa relación con sobriedad; sin gritos, sin reconciliaciones forzadas, en una escena clave, Bruce visita el taller del padre, ninguno habla. Él fuma, el hijo observa. La película tiene un enfoque basado en la simplicidad y austeridad en su narrativa para construir una interpretación creíble sobre los lazos rotos, la verguenza y la nostalgia de clase.
El conflicto del film, la depresión del protagonista no proviene de la droga ni del exceso, sino del desarraigo personal.
Springsteen, el héroe de los obreros, se enfrenta al peso de haber dejado atrás su origen humilde y oscuro.
La batalla por la autenticidad
Jeremy Strong encarna a Jon Landau, el manager y contrapunto racional del músico, sus discusiones sobre la publicación del casete de Nebraska constituyen pequeñas obras maestras de contención. “No hay un solo éxito aquí”, le dice Landau.
“Precisamente”, responde Bruce reflejando el arrojo existencial que lo embarga y modela. Aun hoy escuchando Nebraska podemos percibir un guiño al inmenso y eterno Johnny Cash por su letra y gesto interpretativo
La tesis del film es la autenticidad como resistencia, en plena era estridente de Reagan, Springsteen eligió el sonido ruidoso de una cinta analógica y la precariedad como lenguaje, fue su modo de decir “no” al mercado musical.
Hoy, en tiempos de algoritmos y consumo inmediato, esa elección se vuelve política. Música de Ninguna Parte es también un manifiesto sobre la dignidad del error y la belleza del silencio. Cooper filma la grabadora como si fuera una herramienta de trabajo, un martillo o una pala, símbolo de un arte rudimentario y personal.
El trasfondo de la película es una nación que se desmorona, la América industrial se apaga mientras los obreros se transforman en mitos de museo, el patriotismo, se desvanece en las fábricas cerradas y se exhibe en las pantallas.
El director no necesita destacarlo, solo al filmar fábricas abandonadas, trenes que no llegan, televisores encendidos en habitaciones vacías, por cierto es la misma América que Springsteen describirá en Born in the U.S.A., pero aquí sin parafernalia musical, con un guiño a Dylan , solo el ruido del viento.
Nebraska revisitada
Estrenada con motivo del cuadragésimo aniversario del disco, la película dialoga con su legado. Nebraska anticipó el minimalismo, las tendencias lo-fi y la estética confesional de artistas contemporáneos. Su crudeza sonora, una cinta grabada en casa, con ruidos y errores se ha transformado en un manifiesto contra la perdida de originalidad frente a los estudios de grabación.
Cooper entiende eso y lo traduce visualmente, primeros planos de manos sobre la guitarra, el casete “crepitando” el fuego sagrado, hay una búsqueda explicita de rescatar la imperfección autentica.
La película comienza y termina con ese sonido, una cinta rebobinando, Música de Ninguna Parte defiende el valor de la lentitud, del error, del gesto artesanal.
Más allá del biopic
En el fondo, Springsteen: Música de Ninguna Parte no es una biografía musical, sino un ensayo cinematográfico sobre la identidad, la culpa y la soledad del creador. La música no aparece como espectáculo, sino como ética, el trabajo interior frente al ruido del mundo. Cooper filma con respeto y distancia, sin convertir al “Jefe” en santo ni en víctima. Logra, en cambio, una elegía sobre el alma obrera del artista que alguna vez quiso cantar para todos y terminó cantando solo para sí mismo.
Ficha técnica
Título original: Springsteen: Deliver Me from Nowhere
Dirección: Scott Cooper
Guion: Scott Cooper y Warren Zanes, basado en el libro Deliver Me from Nowhere
Reparto: Jeremy Allen White, Jeremy Strong, Stephen Graham, Odessa Young, Paul Walter Hauser
Duración: 120 min.
Estreno: 30 de octubre de 2025, solo en cines.
Producción: 20th Century Fox / Goldsmith-Vein Productions
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