
Trump como Sila: guerrear para consolidar prestigio
Trump también desea la gloria de actuar como solitario pacificador del Medio Oriente porque requiere el reconocimiento de cumplir sus promesas de campaña.
Es un lugar común, del cual no pocas veces se abusa, asumir que causar conflictos externos subsana los déficits de popularidad interna. Bien lo sabemos en América Latina donde varios gobiernos, confrontados a movilizaciones opositoras, eligen inflamar las demandas nacionalistas irredentas de territorios pretéritos.
También Robert Greene en 33 estrategias de la guerra (2006) singulariza en el caso de Margaret Thatcher la forma como se usa la oposición externa como medio para alcanzar éxitos electorales. La polarización de los electorados contra un adversario distinguible ayuda a la unidad de propósito. En Estados Unidos, el bipartidismo de republicanos y demócratas, a menudo enfrentados espectacularmente, tiene la pausa de los frentes unificados ante la amenaza externa respondida por una escalada militar y presupuestos al alza en el Pentágono. Lo hizo Bush en su guerra contra el terror, aunque armas de destrucción masiva en Irak no hubiese. Lo hizo Biden cuando decidió apoyar a Ucrania en la resistencia contra Rusia.
Además, construir un enemigo exógeno permite a un político debilitado mostrarse como estadista ocupado de los intereses superiores de la nación. La comedia negra de Barry Levinson Wag the dog (1997) retrata cómo funcionan las cortinas de humo políticas para distraer la atención de la opinión pública, inventando también guerras para hacer que la sociedad crea algo o piense de una forma específica.
Y aunque no es exactamente el caso de la última semana de confrontación armada en Medio Oriente, hay algo del arte de las falsas apariencias en la operación que lideró Estados Unidos para bombardear las plantas de enriquecimiento de uranio iraníes durante el último fin de semana. Diez días antes era llamativo observar a la administración Trump involucrada en negociaciones en Omán para convencer voluntariamente a Teherán que pusiera fin a su programa de desarrollo nuclear, que acusaba de ocultar fines ofensivos. ¿Por qué habría de hacerlo si Trump había desahuciado unilateralmente en 2018 el Plan de Acción Integral 5+ 1 que implementó su antecesor en la Casa Blanca y que obligaba a Irán a supervisiones periódicas de la Agencia Internacional de Energía Atómica para limitar su progreso nuclear? Justo antes de comenzar la sexta ronda de diálogos, el gobierno de Netanyahu ordenó la operación “león ascendente”, que consideró “preventiva” ante la supuesta inminencia de que Irán fabricara el arma nuclear. Junto con la anterior, los analistas mencionaron un objetivo adicional, que era propiciar el fin del régimen instaurado por la República Islámica. Finalmente, algunos consideramos que Israel pretendía sacar a Estados Unidos de la dinámica del acuerdo para instalarlo en la lógica bélica de su lado. La realidad una vez más nos superó.
La Casa Blanca de Trump había planificado con antelación una participación acotada, aunque contundente –está por verse si lo primero se realiza–- para garantizar los objetivos securitarios israelíes, aunque sin cortar del todo los contactos con Teherán, el cual, calculaba, no deseaba un enfrentamiento directo con Washington que terminara por desestabilizar a su régimen.
Los artefactos lanzados desde los bombarderos “invisibles” B-2 golpearon la infraestructura en Natanz, Fordow e Isfahan, amenazando con hacer saltar por los aires el movimiento MAGA (“Hacer Grande América Otra Vez”) con solo los halcones neoconservadores satisfechos por la acción marcial. En las filas libertarias y aislacionistas hubo desconcierto, mientras los demócratas exploraban una acusación al presidente por no informar ni consultar al Congreso.
A estas alturas sabíamos que la declaración de Trump acerca de tomar una decisión en dos semanas fue un ardid digno de Ulises, una cortina de humo. La elección de ser parte del drama se había tomado mucho tiempo antes -como se reconoció en una conferencia de prensa-. Tal vez el único indicio que se tramaba algo diferente a lo que se declaraba vino de la mano de la oferta a Putin para que fungiera de mediador en la crisis –que equivalía a descartarse a sí mismo–- y el enésimo desdén ante cualquier sugerencia de involucramiento europeo en un acuerdo. Viéndolo con distancia no era parte del plan contar con otros interventores, ya que de tener éxito sería para sí mismo con prescindencia de otros actores. De ahí la celeridad de comunicar el cese al fuego por redes sociales, incluso antes que las parte originales lo reconocieran públicamente -lo que podía ser desconocido por las mismas, riesgo que no se disipa actualmente del todo-. De ahí su “estallido” ordenando a los aviones israelíes regresar a los hangares para honrar el cese de hostilidades acordado. Era su victoria y ni siquiera Netanyahu le privaría de la misma.
Se trató de un involucramiento bélico para consolidar el prestigio personal del presidente de Estados Unidos. Tal como en el programa del cónsul Sila del 88 A.C., solo él y no su competidor y adversario Mario podía derrotar al rey Mitrídates VI del Ponto, quien había invadido la provincia romana de Asia, ejecutando a miles de romanos. Sila obtuvo el respaldo del Senado, pero el partido popular anuló la designación mediante una asamblea. Entonces, el comandante lanzó sus legiones sobre Roma que le reasignó la misión, permitiéndole embarcar hacia Grecia. Más tarde limitaría el poder de los tribunos de la plebe y censores en Roma, lo que equivalía a someter a la oposición. El costo fue una confrontación civil de siete años, luego de la cual impuso un nuevo orden, hiriendo de paso a la República.
Trump también desea la gloria de actuar como solitario pacificador del Medio Oriente porque requiere el reconocimiento de cumplir sus promesas de campaña, dado que hasta el momento solo ha consumado la expulsión de inmigrantes que no han regularizado su residencia, incluso yendo en contra de jueces de primera instancia y olas de protestas. En lo económico y en el campo internacional, los logros han sido más bien escasos. Pero si se anota el triunfo de imponer una tregua entre israelíes e iraníes después de la Guerra de los 12 días, como le llama, por inestable y volátil que sea, se colocará en una posición indiscutida entre sus adherentes políticos en Washington y el país, además de profundizar la marginalidad de la oposición. Premunido de esa confianza se embarcó a la Haya donde busca cosechar otra victoria mediante el pacto de los aliados de la Organización del Atlántico Norte para expandir la contribución de sus miembros mediante el aumento de los presupuestos de defensa en Europa.
Como ya saben, hay quienes que ya lo postulan al premio Nobel de la Ppaz. No se sorprendan demasiado si lo gana.
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