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El «Gordo» Vergara, de enrostrado a enjuiciador

El «Gordo» Vergara, de enrostrado a enjuiciador

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El que fuera el poder tras las sombras en el Colo Colo de Dragicevic y Menichetti reapareció la semana pasada en la Cámara de Diputados, acompañando a dirigentes evertonianos contrarios a las Sociedades Anónimas Deportivas.


Corría 1996 y este columnista llevaba más de un año de fructífera y cordial relación con funcionarios de las cadetes de Colo Colo.

El propósito de mi acercamiento era simple: recopilar información sobre las divisiones menores del principal equipo del país, que en ese entonces era puntal de la época dorada de las selecciones infantiles y juveniles chilenas que habían clasificado a dos mundiales, logrando el tercer lugar en uno de ellos.

Durante largos meses acudí sagradamente a presenciar los partidos de las distintas series albas y anotaba todo cuanto consideraba de interés, incluyendo, obviamente, mis impresiones y antecedentes de los jugadores más promisorios.

Los resultados deportivos de los futuros caciques me daban la razón en cuanto a mi elección investigativa. Ganaban la mayoría de las series, sus jugadores nutrían generosamente a las rojitas y el equipo adulto estaba siendo progresivamente poblado por los más maduros y talentosos de estos muchachos. Baste recordar a Contreras, Tapia, Neira, Henríquez, Arrué, Palacios y Lobos, entre varios otros.

Cierto día, ad portas de un nuevo campeonato, le pedí a mis contactos las nuevas nóminas de las distintas categorías, tal como ya lo había hecho varias veces. En las divisiones inferiores no es raro que de torneo en torneo haya cambios de jugadores, sobre todo en los equipos grandes, que deben ir puliendo minuciosamente los planteles a medida que se acercan a la edad adulta.

Vaya a saber por qué, pero esa vez los funcionarios informaron a Jorge Vergara que entregarían las nóminas a un periodista investigador del fútbol menor. El no fue rotundo e inentendible a simple vista. ¿Mero afán de encapsular una información que consideraba propia del club? ¿Negativa a entregar información, por lo demás pública, a un periodista que no conocía? ¿Precaución de revelar antecedentes que podían favorecer intereses de representantes ávidos de hacerse de nuevas joyitas? ¿Temor a que otros se quedaran con la gallina de los huevos de oro?

No pedí explicaciones. Me limité a comprender las avergonzadas disculpas de mis contactos. Ya sabía desde afuera que Vergara no era un hombre de trato fácil y que además acumulaba un enorme poder en el club, dominio que extendía obviamente a la cantera de donde estaban surgiendo con bastante frecuencia nombres que darían que hablar y que, se supone, deberían reportar muchas ganancias al Club Social y Deportivo Colo Colo, razón legal que él defiende con fervor.

En ese episodio tan nimio me quedó claro el modo de ser de Vergara. Colegas que sí lo conocían en profundidad no tenían la mejor de las impresiones. La principal sospecha era que su labor incansable no sólo le reportaba beneficios al club. Pero era una época donde la transparencia en un país recién democratizado seguía siendo una utopía, el periodismo tampoco había adquirido el carácter inquisitivo de hoy y las bases informáticas de datos no existían, así es que investigar a fondo no era fácil.

De ese modo, los múltiples rumores y acusaciones veladas sobre su proceder han quedado en eso. Una investigación judicial por vincularlo a evasión de impuestos no le significó más que pasar una noche detenido. En ese sentido, tuvo mucha más suerte que Peter Dragicevic, que pagó con cárcel su responsabilidad en la quiebra de Colo Colo.
Siempre se las arregla para salir bien parado. En lo de la quiebra, responde tajante que él dejó formalmente al club en 1998, cuatro años antes del colapso, aunque no aclara con la misma firmeza que siguió boleteando en los años posteriores.

Y es que en esto de la argumentación, cojea. Revisar sus declaraciones sirve para comprobar cómo ajusta sus argumentos dependiendo de la situación, a veces contradiciéndose a sí mismo.

Un ejemplo es cuando explica su salida del Ejército con el grado de mayor. A veces recuerda que fue solamente por haberse convertido en dirigente albo. En otras, la imputa a su soberbia negativa delante de oficiales superiores a recibir la ayuda ofrecida por Pinochet a Colo Colo poco antes del plebiscito.

También oscila cuando se refiere al régimen castrense. En el último tiempo habla de dictadura, en circunstancias que en los años 80 hacía ostentación de su condición militar.

Igualmente zigzaguea cuando explica la quiebra. En ocasiones culpa a Antonio Labán y a Aníbal Silva, que secundaban a Dragicevic hacia fines de los 90, de haberse excedido en los gastos. Pero también se pliega a quienes acusan a las autoridades de la época de haber preparado el terreno para llevar al club a la quiebra.

¿Cuáles versiones son creíbles y cuáles no? ¿Incluso ninguna?

Para ser justos, al ex oficial e ingeniero debe reconocérsele junto con Dragicevic y Eduardo Menichetti la responsabilidad en la ambiciosa política que le dio a Colo Colo la Copa Libertadores en 1991 y un sitial de privilegio en Sudamérica durante toda esa década. Pero como los dos ex presidentes, también fue partícipe de las malas decisiones que llevaron tristemente al fin de una época gloriosa.

De tanto en tanto reaparece en los medios de comunicación para criticar a las posteriores directivas albas y al sistema de sociedades anónimas deportivas. Así lo hizo el 13 de agosto último cuando acudió a la Comisión de Deportes de la Cámara de Diputados acompañando a la directiva del Club Social y Deportivo Everton a exponer en contra de la SAD que controla a los oro y cielo, particularmente por el traspaso de bienes de uno a otro lado.
El discurso es impecable, porque reafirma las bondades de las ahora inutilizadas corporaciones sin fines de lucro y devela los defectos de las actuales SAD.

Lo malo es el vocero. Quién sabe por qué los evertonianos se hicieron acompañar por un personaje que concita únicamente recelos y rechazos.

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