Opinión
Cuando visitamos una ciudad, nuestra primera preocupación es “ubicarnos bien”. El nombre de la calle en donde nos encontramos es el primer punto de referencia para “leer la ciudad”, y a partir de ahí, iniciar el recorrido.
Caminar será el primer modo que utilizaremos para desplazarnos. Las calles y sus características nos irán mostrando el rostro del lugar. La ciudad peatonal, según Jeff Speck, planificador y diseñador urbano norteamericano que estuvo de visita en Chile, es aquella donde sus arterias son seguras, cómodas e interesantes. Por ello su diseño cobra vital importancia.
Si la ciudad se remodela de acuerdo a prioridades, es fundamental entender qué es lo que se quiere fomentar. Si es el automóvil, el resultado más seguro será urbes extensas, con calles anchas, vacías y monofuncionales. Pero si ponemos al peatón primero en la lista, las distancias se acortarán, las actividades se superpondrán y la vida en la ciudad se tornará más atractiva.
Es aquí donde se nos presenta una oportunidad para reorganizar la ciudad. En los últimos 15 años, el país experimentó profundos cambios: la población urbana creció, la esperanza de vida aumentó, el nivel educacional de los ciudadanos mejoró, el promedio de hijos por mujer bajó, la cantidad de habitantes por hogar disminuyó, las ciudades se volvieron más densas y la migración diversificó los barrios.
Es decir, las urbes se hicieron más complejas, multiplicando los desafíos para la planificación y la inversión en el territorio. Acceder caminando a bienes y servicios urbanos, puede ser la manera de repensar nuestra vida en ellas. La inequidad es una enfermedad en nuestra ciudad, y el diseño urbano, su posible remedio.
