
La Concertación y su tiempo
Las condiciones son hoy enteramente distintas, la cuestión medioambiental, el desarrollo de la conciencia feminista, el nuevo papel de China a nivel mundial y el fin de la ilusión neoliberal, hacen urgente la gestación de proyectos nuevos e inéditos, como el “Green New Deal”, por nombrar alguno.
Fenómenos de gran envergadura histórica, como fue la Concertación de Partidos por la Democracia, son analizados por lo general por sus resultados. En algunos casos se idealizan; en otros, se amplifican sus logros o, bien, se critican. Por lo general, se olvida considerar la matriz fundacional, un elemento central en la psicología de grupos, y las influencias externas a las que estuvo sujeto el país cuando el fenómeno dio sus primeros pasos. La discusión acerca de la Concertación ha aparecido con fuerza en las actuales primarias de los partidos de Gobierno.
Más allá de las ilusiones colectivas, el plebiscito de 1988 impulsó un proceso democrático en lo que en su tiempo se calificó como “democracia protegida”. Se realizó sobre la base de un acuerdo entre los partidos que apoyaron a la dictadura, los de la Concertación y las FF.AA. Una democracia restringida con senadores designados, un sistema binominal, que distorsionaba de modo abierto el principio de democracia liberal y que solo fue cambiado en el segundo Gobierno de Michelle Bachelet. El rol tutelar de las FF.AA. lo ejerció directamente el general Pinochet hasta 1998.
Esto ocurrió en una sociedad cansada por los abusos de poder y la violación sistemática de derechos básicos, tan caros al “alma de Chile”, como lo definiría el cardenal Silva Henríquez. Aún persistían los efectos de la profunda crisis económica de 1982 y 1983 y las ollas comunes y acciones solidarias proliferan entre los grupos empobrecidos. Aun así la llegada de esa democracia trajo alivio y mucha esperanza para la mayoría del país.
Una vez iniciado el Gobierno del Presidente Aylwin, dos fenómenos a nivel planetario influirían decisivamente en todos los gobiernos de la Concertación. La caída del muro de Berlín y la hegemonía de EE.UU. a nivel mundial. Esto último iría aparejado del establecimiento del “Consenso de Washington” y su impulso a la disciplina fiscal y a la liberalización del comercio y las finanzas, como doctrina vinculante para todos los países relacionados con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Lo que instaló un límite adicional de los recursos fiscales para la resolución de cuantiosos problemas sociales.
La política económica iniciada en Chile durante la dictadura calzaba perfectamente con esta orientación y como lo manifestó Enrique Correa en una entrevista televisiva para el caso de la Concertación: “Nosotros decidimos una continuidad de políticas económicas y no generamos reformas que echaran atrás el sistema económico que estaba en marcha”.
Las altas tasas de crecimiento tuvieron como resultado una disminución ostensible de la pobreza, como se conocía hasta entonces. Sin embargo, la distribución del crecimiento fue desigual y los ingresos se concentraron en grupos minoritarios. Creció el endeudamiento privado a altas tasas de interés, lo que condujo al fenómeno de la “precarización”, donde los usuarios gastan un cuarto de sus salarios solo en pagar diversas deudas.
La pérdida de un puesto de trabajo o una enfermedad grave conduce así prácticamente a una catástrofe. Este modelo comenzó a desmoronarse a nivel planetario a partir de la crisis financiera de 2008 y es el presidente Trump con sus políticas proteccionistas la mejor prueba de su agotamiento.
Considerando estos elementos, llama la atención la afección que acusan quienes fueron actores de ese tiempo, cuando algunos apuntan a lo que no se realizó bajo condiciones tan limitantes. Del mismo modo resulta obvio que las nuevas generaciones que van accediendo al poder del Estado formulen alternativas nuevas a las que existieron entonces. Una iniciativa nueva es por definición un contraste con lo ya existente.
Las condiciones son hoy enteramente distintas, la cuestión medioambiental, el desarrollo de la conciencia feminista, el nuevo papel de China a nivel mundial y el fin de la ilusión neoliberal, hacen urgente la gestación de proyectos nuevos e inéditos, como el “Green New Deal”, por nombrar alguno. Esta es una práctica a la que incluso la derecha tarde o temprano deberá abocarse y es bueno que así sea. Cuando el mundo cambia, cambia para todos.
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