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Jeannette Jara… ¿Y el nuevo comunismo chileno? Opinión Rodrigo Fuica/AgenciaUno

Jeannette Jara… ¿Y el nuevo comunismo chileno?

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Jorge Fábrega Lacoa
Por : Jorge Fábrega Lacoa Doctor en Políticas Públicas (U.Chicago), académico en el Centro de Investigación de la Complejidad Social de la Universidad del Desarrollo y Director de Tendencias Sociales en Datavoz.
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Jara es desde ahora un activo clave para el Partido Comunista con miras a las parlamentarias. Su perfil permite articular candidaturas que conecten con sectores más amplios de la ciudadanía, rompiendo parcialmente el cerco ideológico que limita el crecimiento electoral del PC.


Lo más probable es que el aplastante triunfo de Jeannette Jara en las primarias no sea suficiente para llevarla a La Moneda, pero sí impactará internamente en su partido y por efecto dominó en los balances de poder dentro de la izquierda chilena. Frente a la densidad programática de la vieja guardia comunista, se impuso una candidata que viaja ligera, con pocas y muy generales propuestas que son convenientemente reacomodables según las circunstancias. Por eso, lo notable de este triunfo es que no se puede endosar plenamente a la maquinaria aceitada de su partido —sin ir más lejos, en el último tramo de la campaña tuvo que navegar contra algunas de sus corrientes más endurecidas—, sino a un activo muy escaso en la política nacional: atributos personales creíbles.

Los datos del Monitor de Liderazgos Políticos de Datavoz son elocuentes. La ciudadanía identifica en Jara cualidades como cercanía, empatía y capacidad de diálogo, atributos que evocan la figura de Michelle Bachelet en su etapa más convocante. Pero mientras el capital simbólico de esa comparación beneficia a Jara, también la ancla a un dilema estructural: su pertenencia al Partido Comunista. En el mismo Monitor de Liderazgos Políticos, los encuestados no la critican por lo que dice o hace, sino por el hecho de ser comunista. El cuestionamiento no se dirige a su desempeño, sino a esa etiqueta que lleva consigo.

Y aquí aparece la paradoja. Jara no puede legalmente renunciar al partido en el que ha militado toda su vida —ni sería creíble que justo ahora lo hiciera—, pero sí puede resignificarlo. Y eso tendría efectos de largo plazo en su sector político. A la luz de los resultados electorales, las tensiones que se hicieron visibles antes de la primaria —entre la línea oficialista representada por Lautaro Carmona y Daniel Jadue, y sectores más moderados que ella misma encarna—, lejos de debilitarla, terminaron proyectándola como rostro de una sensibilidad distinta dentro del PC: más abierta, más dialogante, más cercana a la centroizquierda, menos dogmática.

Lo que en un primer momento pareció una zancadilla interna, ahora se transformará en una oportunidad estratégica para Jara. Porque ahora puede ocupar un lugar singular en el ecosistema político: el de quien permanece sin mimetizarse. Si logra anclar su liderazgo en una visión de izquierda más pragmática, con vocación de acuerdos y con un lenguaje menos atrincherado, podrá ampliar sus márgenes sin romper con su identidad y arrastrar capital político hacia ella.

Ahora bien, ¿le alcanzará para competir seriamente por la presidencial? Lo más probable es que no, por tres motivos. Primero, el oficialismo carga con un 70% de rechazo sistemático, que ninguna candidatura que lo represente podrá revertir en solitario. Segundo, el denominado anticomunismo sigue siendo un muro impenetrable en el electorado chileno. Y, tercero, no votó suficiente gente como para asegurarle un lugar en la segunda vuelta.

Pero lo anterior no es lo más relevante: Jara es desde ahora un activo clave para el Partido Comunista con miras a las parlamentarias. Su perfil permite articular candidaturas que conecten con sectores más amplios de la ciudadanía, rompiendo parcialmente el cerco ideológico que limita el crecimiento electoral del PC. Su figura puede ofrecer una plataforma de renovación, no por su ruptura con el pasado, sino por su capacidad de proyectar otro futuro posible desde dentro.

En esa proyección está el verdadero valor de su victoria. No en la ilusión de ganar una presidencial que hoy quizás no se nota, pero que será cada vez más cuesta arriba, sino en reconfigurar el sentido de pertenencia y liderazgo dentro de un partido que, con una amplia sonrisa, caminará unido en pos de nuevas conquistas. Porque a veces en política -y esto lo saben muy bien en el Partido Comunista- el verdadero poder no está en ganar una carrera, sino en cambiar paso a paso las reglas del campeonato.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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