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La guerra como modelo: del conflicto armado a la gestión estratégica global Opinión Archivo

La guerra como modelo: del conflicto armado a la gestión estratégica global

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Luis Manuel Marcano Salazar
Por : Luis Manuel Marcano Salazar Director de Investigación y Posgrado de Universidad SEK.
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Cuando un país depende de financiamiento externo para sostener su aparato militar, utiliza tecnología provista por potencias aliadas y condiciona su política interna a intereses foráneos, el concepto tradicional de autonomía se diluye.


El conflicto en Ucrania, las tensiones en Oriente Medio y la incertidumbre en Asia han impulsado un reordenamiento profundo en la lógica de los sistemas internacionales. Según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en inglés), el gasto militar mundial alcanzó los 2.718 mil millones de dólares en 2024, marcando un aumento del 9,4 % respecto al año anterior, el más alto desde el fin de la Guerra Fría.

Este crecimiento no solo refleja una carrera armamentista, sino también una transformación estructural: la guerra ha dejado de ser una excepción trágica para consolidarse como un paradigma operativo de gestión política y económica.

La reciente conversación entre Zelenski y Trump, en la que se acordó reforzar la defensa aérea ucraniana, ilustra esta nueva dinámica. Lo que parece un acuerdo bilateral de apoyo militar encubre redes complejas de intereses industriales, acuerdos tecnológicos y alianzas estratégicas que convierten el conflicto en un mecanismo de posicionamiento global. En paralelo, el contacto de Trump con Putin, quien reafirma su negativa a ceder en Ucrania, refuerza la idea de que la resolución de los conflictos ya no es prioritaria. La paz, más que un fin ético o jurídico, se ha transformado en un activo transable, condicionado por los equilibrios geopolíticos del momento.

Zelenski, enfrentado a urgencias internas, ha optado por integrarse aún más estrechamente a sus aliados estratégicos. Sin embargo, esta estrategia trae consigo un costo alto: el riesgo de una dependencia tecnológica, financiera y militar que puede terminar debilitando la misma soberanía que busca proteger.

¿Hasta qué punto un Estado puede preservar su autonomía cuando su defensa y subsistencia dependen de factores exógenos?

En el escenario actual, la soberanía plena resulta prácticamente inalcanzable. Cuando un país depende de financiamiento externo para sostener su aparato militar, utiliza tecnología provista por potencias aliadas y condiciona su política interna a intereses foráneos, el concepto tradicional de autonomía se diluye. Lo que queda es una soberanía negociada, en tensión constante entre la independencia formal y la funcionalidad estratégica en un sistema internacional cada vez más fragmentado y militarizado.

Mientras no se redefinan los marcos éticos y colectivos que guían la gobernanza global, el riesgo es claro: aceptar que la guerra no solo es inevitable, sino útil. Y con ello, dejar atrás la noción de que todo conflicto representa un fracaso diplomático, para asumir que puede ser, simplemente, una forma legítima y permanente de orden.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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