Opinión
Mejorar la calidad del sueño: la inversión que América del sur no puede ignorar
Incluir la medicina del sueño en la salud pública no es un lujo, es una estrategia inteligente para frenar la crisis de enfermedades crónicas y de salud mental que amenazan el desarrollo económico.
Mientras usted lee esta columna, millones de personas en América del Sur arrastran su día con una fatiga profunda, producto de noches de sueño insuficiente o de mala calidad. Lo que muchos ven como un malestar personal es, en realidad, un problema de salud pública con un costo macroeconómico devastador. Un reporte reciente de la OPS (Organización Panamericana de la Salud), titulado: “Una gran tormenta acecha en el horizonte: Las cargas macroeconómicas y de salud de las enfermedades no transmisibles y los problemas de salud mental en América del Sur”, ha puesto el tema en la agenda política y de salud pública.
Dicho reporte está en gran parte basado en un estudio publicado en PLOS One en 2023, el cual proyecta que este grupo de enfermedades le costarán a la región la astronómica suma de US$ 7,3 billones (US$ del 2022) en el período 2020-2050, lo que equivale al 4% del PIB total de la región.
Frente a este panorama desolador, existe una estrategia subutilizada y poderosa: la implementación de programas nacionales de medicina del sueño y circadiana. No se trata de promover siestas, sino de reconocer que el sueño es un pilar fundamental para la salud física y mental, tan crucial como la nutrición o el ejercicio, y que su deterioro es un combustible silencioso para la crisis que enfrentamos.
¿Cuál es la conexión? La ciencia es contundente. La apnea del sueño no tratada es un camino directo hacia la hipertensión, los infartos y la diabetes. El insomnio crónico es un compañero inseparable de la depresión y la ansiedad. Los trabajadores con sueño fragmentado son menos productivos, más propensos a accidentes y se enferman con mayor frecuencia. Este “presentismo” (trabajar con salud deficiente) y el absentismo sabotean la competitividad de nuestras economías.
La incorporación sistemática de la medicina del sueño en nuestros sistemas de salud actuaría como un “dispositivo de apalancamiento”, ejerciendo un impacto de triple ganancia:
- En la Salud Pública: atacaría un factor de riesgo común a las ENT y los trastornos mentales. Diagnosticar y tratar la apnea o el insomnio es una forma de prevenir, de manera costo-efectiva, condiciones más complejas y costosas como cirugías cardíacas o tratamientos psiquiátricos prolongados. Es prevención primaria en su máxima expresión.
- En la Economía: una población que duerme bien es una población más productiva. Reduciría las pérdidas por presentismo y absentismo, preservaría la fuerza laboral al prevenir muertes prematuras y mantendría a las personas con condiciones de salud mental controladas en sus puestos de trabajo. Es una inversión directa en capital humano.
- En la Sostenibilidad del Sistema de Salud: aunque suene contraintuitivo, invertir en servicios de sueño y capacitación de personal en el área ahorra dinero. El costo de tratar un trastorno de sueño es infinitamente menor que el de manejar las múltiples ENT que causa a lo largo de los años. Descongestionaría los servicios de cardiología, neurología y salud mental, liberando recursos para otras urgencias.
Los obstáculos son reales: falta de especialistas, infraestructura limitada y la percepción del sueño como un tema trivial. Sin embargo, estos desafíos son superables con voluntad política. Se necesita una campaña de concientización masiva, la integración de la evaluación del sueño en la atención primaria y una inversión estratégica en la formación de profesionales.
América del Sur se encuentra en una encrucijada. Puede seguir el camino costoso de tratar enfermedades una a una, viendo cómo se esfuman billones de dólares en productividad, o puede optar por una estrategia inteligente y proactiva. Mejorar el sueño de la población no es un gasto; es una de las inversiones con mejor retorno que podemos hacer en nuestro futuro sanitario y económico.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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