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La agonía de la derecha liberal Opinión Imagen referencial

La agonía de la derecha liberal

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Nicolás Ocaranza
Por : Nicolás Ocaranza Doctor en Historia y vicerrector académico de la Universidad Mayor
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La derecha liberal chilena no murió este domingo, pero quedó en cuidados intensivos.


La elección presidencial dejó en evidencia la fractura final de un proyecto que durante 30 años creyó hablar en nombre de la modernización, el crecimiento y la estabilidad. Hoy, ese lenguaje ya no convoca. Otros, más ruidosos, más simples y más emocionales ocuparon su lugar.

El avance simultáneo de Franco Parisi y Johannes Kaiser no es un accidente; es una señal estructural. Ambos representan variantes de un neopopulismo que se nutre del desencanto, pero con estilos opuestos. Parisi, el efectista, ofrece soluciones instantáneas envueltas en narrativa victimista. Kaiser, el libertario de choque, convierte la irreverencia y la batalla cultural en marca política. En conjunto, capturan un electorado que abandonó hace tiempo la paciencia tecnocrática.

La derecha liberal, en cambio, enfrenta su mayor derrota electoral desde 1990. No porque haya desaparecido —sigue viva en think tanks, directorios y columnas dominicales— sino porque perdió la capacidad de llegar más allá de ese mundo cerrado. Su discurso se volvió endogámico: habla para la élite, sobre la élite y desde la élite. Mientras tanto, el resto del país escucha a líderes que prometen certezas rápidas y apelan a emociones primarias que la moderación liberal nunca supo interpretar. El resultado es brutal: el liberalismo dejó de ofrecer futuro y dejó de hablarle a la mayoría.

En la elección, cada voto “desviado” lo confirma. El elector que busca orden encuentra en el neoconservadurismo de Kast un liderazgo firme; quien busca ruptura anti elite prefiere a Parisi; quien busca demolición cultural opta por Kaiser. ¿Qué ofrece el liberalismo? Moderación. Y en tiempos irritados, la moderación es un idioma minoritario.

Su salida de esta agonía no pasa por imitar al populismo, sino por reconstruir sentido. La derecha liberal necesita nuevos actores (no solo de una elite) y un nuevo relato que conecte emocionalmente y que asuma que Chile es mucho más complejo que la polarización derecha/izquierda: que la desigualdad importa tanto como el crecimiento, que la comunidad pesa tanto como los derechos individuales, y que la defensa de las instituciones requiere más que spreadsheets; requiere propósito.

Lo que está en juego no es el futuro electoral del liberalismo, sino su relevancia histórica. Puede seguir creyendo que el país volverá espontáneamente a su “sensatez” o aceptar que la disputa por el futuro ocurre en un terreno emocional donde gana quien cuenta la mejor historia para un país fracturado. En este ciclo latinoamericano de declive de partidos y auge de figuras antisistema, quien entiende las emociones colectivas lleva ventaja; y, por ahora, no son los liberales quienes lo hacen.

La pregunta, entonces, no es si la derecha liberal regresará al poder, sino si puede reinventarse antes de que su vacío sea ocupado -como ya lo está siendo- por opciones que ofrecen orden sin libertad, o libertad sin responsabilidad. Este ciclo podría marcar el fin de su hegemonía, pero no necesariamente de su tradición. Para evitarlo, primero debe aceptar su derrota cultural y electoral, y luego empezar de nuevo, hablando no sólo al país que administra, sino al país que existe.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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