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La ficción de la igualdad del voto Opinión

La ficción de la igualdad del voto

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La verdadera madurez democrática de Chile no se alcanzará hasta que la sociedad reconozca que su tarea es equiparar el valor social del voto, no solo a través de la ley, sino a través de la Justicia Social que permita a la jefa de hogar y al pensionado votar desde la plenitud…


El debate encendido por el periodista Daniel Matamala, al plantear que el voto es igual para todos, toca una fibra sensible de la democracia: su promesa de igualdad formal. Históricamente, la conquista del sufragio universal fue un acto de equiparación formal, una lucha épica contra la exclusión de clases sociales, mujeres y minorías que exigían su derecho a ser contadas. Sin embargo, considerar que ese voto es igual en su valor social y su poder político efectivo es ignorar las fuerzas de la historia, la economía y la filosofía moral que operan en Chile.

I. El voto y la deuda histórica: una herencia desigual

Filosóficamente, la crítica al voto formalmente igualitario se fundamenta en la Ética de la Justicia (y, como ya se ha discutido, en la teoría de las Capacidades Humanas). La justicia no se centra en la distribución de bienes formales (el voto), sino en las condiciones efectivas de existencia. La historia de Chile, marcada por un sistema que consagra el privilegio del 20% a costa de la precarización del 80%, hace que el voto sea desigual en su origen y su consecuencia:

  • La segregación de la Plaza Baquedano: la diferencia más palpable es la que divide Santiago, simbólicamente, en torno a la Plaza Baquedano (o Plaza Italia). No puede ser representativo de la democracia el voto del menesteroso que vive en un barrio pobre y el que vive en el barrio alto, porque esta disparidad obedece a una democracia interesada que ha dejado de lado los valores y principios básicos de la humanidad. Los votantes hacia arriba (más altos, cabello castaño, tez clara, situación acomodada) votan por el Interés; su sufragio es un escudo para mantener el sistema de opresión, sus lujos y su vida plena. Los votantes hacia abajo (más pequeños, morenos, cabello “chuzo”, menesterosos) votan por la Conciencia; su marca busca cambios radicales a un sistema que los ahoga, los anestesia, los menoscaba, los hunde y los sigue despojando de la dignidad que tanto cuidan, por sentir que es lo único que poseen. Su voto es por la existencia misma, por la supervivencia.

Ejemplos hay muchos, pero citaré dos:

  • El pensionado vs. el empresario: la voz de un pensionado cuya jubilación no alcanza para comprar medicinas y cubrir servicios básicos representa una existencia al límite, una vulnerabilidad extrema. Su voto se convierte en una herramienta de supervivencia desesperada. En contraste, el voto del empresario que gana millones representa una elección de consolidación, una defensa de un statu quo que ya le provee seguridad y poder. La “libertad” de voto del empresario no está limitada por la necesidad, mientras que la del pensionado está completamente condicionada por la urgencia.
  • La jefa de hogar vs. el heredero: ¿es equivalente el voto de una “jefa de hogar” con cuatro hijos, obligada a trabajar en varias partes y dejar a sus hijos solos, al voto de una persona rica que heredó su fortuna? Sociológicamente, la jefa de hogar vota desde la escasez de tiempo, recursos y tranquilidad, buscando un cambio radical en sus condiciones efectivas de existencia. El heredero vota desde el tiempo libre, la comodidad y la defensa de la inercia. Sus votos pueden contarse como “uno” en la urna, pero el peso moral y la intensidad de la necesidad que impulsan esa marca son inconmensurablemente distintos.

El voto formalmente igual es un espejo roto que nos devuelve una imagen de la democracia que no se corresponde con la realidad social.

II. Economía y poder: la tiranía de la consecuencia

Económicamente, la desigualdad en el valor del voto es aún más evidente. El dinero es, en la política neoliberal, un multiplicador de voz. Un empresario no necesita que su voto sea igual; su capital financia campañas, influencia medios, y establece los límites de lo que es “políticamente posible” o “racional”.

  • El voto del miedo vs. el voto de la certeza: el voto del vulnerable está a menudo secuestrado por el miedo a perder lo poco que se tiene o la promesa de una dádiva inmediata. El voto del rico es el voto de la certeza, el que asegura que el sistema que lo beneficia no se alterará.
  • El principio de No Contradicción: la filosofía nos dice que la política debería ser la más humana de las acciones. Sin embargo, la derecha política, al afirmar que el voto es igual para todos, comete una contradicción performativa (como el político que miente sobre el color de la camiseta): defiende una igualdad formal que su sistema económico se encarga de anular a diario.

III. El valor subversivo del voto desigual

Contradecir la afirmación de que el voto es socialmente igual no es abogar por el voto calificado, sino por una democracia sustantiva que reduzca la brecha de la desigualdad. La lucha histórica por el voto no solo buscaba la igualdad en el acto de votar, sino la igualdad en la capacidad de influir en el destino colectivo.

El valor del voto reside en su potencia para cambiar la realidad material. Por ello, el voto de quienes viven en la miseria –aunque sea formalmente un uno– contiene una carga de justicia y urgencia que el voto del privilegio no puede igualar. Es un voto que grita, que demanda la transformación de las condiciones efectivas de existencia.

La verdadera madurez democrática de Chile no se alcanzará hasta que la sociedad reconozca que su tarea es equiparar el valor social del voto, no solo a través de la ley, sino a través de la Justicia Social que permita a la jefa de hogar y al pensionado votar desde la plenitud y no desde la desesperación.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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