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Cómo navegar en el nuevo escenario internacional Opinión Archivo

Cómo navegar en el nuevo escenario internacional

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Robert Funk
Por : Robert Funk Doctor en ciencia política. Académico de la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile.
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Si Chile se posiciona como proveedor confiable de minerales críticos y líder regulatorio en hidrógeno verde, tendremos la autoridad y el peso político para una diplomacia climática que va más allá de las declaraciones soñadoras y las buenas intenciones.


Si José Antonio Kast es electo presidente de Chile, asumirá en el momento global más complejo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. En 2024, según un estudio de la Universidad de Uppsala, hubo 61 conflictos armados. Gracias a la inteligencia artificial estamos viviendo un cambio fundamental en la forma en que trabajaremos y estudiaremos, y el sistema internacional se está reorganizando, en torno no solamente a la competencia entre Estados Unidos y China, sino también, por parte de países como Rusia o Irán, desafiando y rompiendo las normas y relaciones sobre las cuales funciona dicho sistema.

Para las grandes potencias, se trata de una disputa por la primacía tecnológica, militar y geopolítica. Para países como Chile la pregunta es cómo mantener el respeto por las reglas en un sistema que las tira por la basura, la apertura en un mundo cada vez más cerrado y la soberanía en un mundo que premia la lealtad y castiga la autonomía. Una interdependencia, parafraseando a Joseph Nye, cada vez más compleja.

La semana pasada el gobierno de Donald Trump publicó su Estrategia de Seguridad Nacional, en que declara que “queremos un hemisferio que permanezca libre de incursiones extranjeras hostiles o de la propiedad de activos importantes, y que apoye las cadenas de suministro críticas, y queremos garantizar nuestro acceso continuo a ubicaciones estratégicas clave. En otras palabras, afirmaremos y haremos cumplir un ‘Corolario Trump’ a la Doctrina Monroe”.

Llama la atención que Estados Unidos haya optado abiertamente por recurrir a esta doctrina, una política que remonta a 1823 y que ha sido utilizada para justificar numerosas y sangrientas intervenciones en la región. Al mismo tiempo, muchas economías latinoamericanas dependen de China como mercado de exportación o fuente importante de inversión. Como consecuencia, la tentación es interpretar este momento como una nueva Guerra Fría.

No lo es, y el “Corolario Trump” explica por qué: la Guerra Fría fue una confrontación de ideas (comunismo vs. capitalismo, democracia liberal vs. totalitarismo), pero China desea acceso a mercados, no quiere –aún– exportar su modelo. Y como demuestra el documento citado, EE.UU. tampoco: “Buscamos buenas relaciones y relaciones comerciales pacíficas con las naciones del mundo sin imponerles cambios democráticos u otros cambios sociales que difieran ampliamente de sus tradiciones e historias”.

Por lo tanto, según el texto, “mientras Estados Unidos rechaza el desafortunado concepto de dominación global para sí mismo, debemos evitar la dominación global, y en algunos casos incluso regional, de otros. Esto no significa malgastar sangre y tesoro para limitar la influencia de todas las grandes y medias potencias del mundo”.

Estas palabras tienen una clara implicancia para Europa, una que se explicita más adelante, donde el documento declara que EE.UU debe “cultivar una resistencia” a la trayectoria europea actual, es decir, oponerse y activamente implementar políticas que debiliten el proyecto europeo. A la vez, EE.UU. explícitamente indica que no tiene un interés en ofrecerla a Ucrania membresía en la OTAN. Trump no solamente pierde el interés que ha mantenido EE.UU. durante los últimos 80 años en defender a Europa, sino que señala abiertamente que comparte la visión de Rusia respecto la amenaza cultural que representa el viejo continente.

Dadas estas actitudes estadounidenses, considerando la invocación de una nueva Doctrina Monroe, ¿cómo deben reaccionar los estados latinoamericanos?

Queda claro que no tenemos el lujo de declararnos no-alineados ni podemos permitirnos alineamientos incondicionales. El desafío radica en preservar espacios de maniobra. Para Chile, eso significa abandonar las categorías rígidas del pasado y adoptar una estrategia exterior más flexible y basada en nuestros intereses.

La asunción de un nuevo gobierno presenta una gran oportunidad, dado que coincide con un profundo cambio de época en el ámbito internacional. Tomando en cuenta las transformaciones globales, corresponde pensar en otros términos, y sería útil tomar en cuenta por lo menos cinco dimensiones.

Primero, hay que reducir la exposición al riesgo de un mundo cada vez más inestable. Por un lado, China compra más de un tercio de las exportaciones chilenas, mientras que por el otro, en 2024 Estados Unidos fue la principal fuente de inversión extranjera directa (además de la cooperación en materias de defensa y narcotráfico).  Optar entre los dos países es imposible. Reducir nuestra vulnerabilidad, bajar la exposición al riesgo, pasa por la diversificación, la ampliación de vínculos comerciales y de inversión con India, el Sudeste Asiático, Corea, Canadá, Australia y la Unión Europea.

Es imprescindible, además, revisar los acuerdos de venta de minerales críticos y regular las inversiones en infraestructura sensible según criterios de riesgo. Exponer nuestra infraestructura a la voluntad de empresas extranjeras cuyas motivaciones van más allá del negocio mismo, y que puedan estar vinculadas a objetivos estratégicos de otras naciones, es pan para hoy, subordinación para mañana.

Segundo, debemos reconsiderar nuestra relación con el multilateralismo. El nuevo sistema internacional está dominado por grandes potencias y donde el poder militar y económico fijan los procesos de toma decisión. La principal arena para el multilateralismo, la ONU, se ha transformado en un espacio performativo para violadores de derechos humanos, en el cual distintas dictaduras acusan a las democracias de violar el derecho internacional. Chile, bajo la lógica del antiguo mundo, sigue pensando que la única manera de influir en el mundo es a través del multilateralismo, pues no tiene el peso para hacer figura en las grandes ligas. Pero hay otro camino.

El antiguo multilateralismo debe tomar un giro hacia alianzas más limitadas. Hace más de treinta años que Miles Kahler introdujo el concepto de minilateralismo, donde un número reducido de estados colabora según uno o un conjunto de intereses específicos compartidos. Siendo grupos más pequeños, enfocados en temas concretos, dichas agrupaciones tienden a ser más flexibles y eficientes. De esta manera, Chile podría coordinar con países como Australia, Brasil, y Canadá, además de la Unión Europea, acerca del tema de minerales críticos, negociando nuevos estándares globales de sostenibilidad. Algo parecido puede ocurrir para un sinnúmero de temas, desde la gobernanza de los océanos hasta el cambio climático y el combate contra el narcotráfico.

Tercero, si algo nos han enseñado los últimos cinco o seis años es que Chile requiere instituciones más sólidas para el análisis de riesgo geopolítico, la seguridad económica y la gobernanza tecnológica. Cada vez más, las decisiones que parecen de orden doméstico –desde la dotación de Carabineros y la educación tecnológica hasta la política anticorrupción y la regulación ambiental– deben tomar en cuenta factores de riesgo o influencia internacional.

El mundo avanza, por ejemplo, hacia sistemas de escrutinio de inversiones, regulación de datos como recurso estratégico, y gestión de vulnerabilidad en las cadenas de suministro, todos tomando en cuenta escenarios globales. Tenemos que desarrollar capacidades domésticas propias desde la gobernanza de IA, hasta el fortalecimiento de unidades de prospectiva estratégica que anticipen shocks inesperados del clima, mercados globales, o de precios de commodities. Tal vez incluso ahí sabremos quién quemó el Metro.

Cuarto, hay que reconocer que nuestros procesos productivos están íntimamente ligados al medioambiente. Preocuparse del cambio climático no es “la mayor estafa jamás perpetrada en el mundo”, como sostuvo Donald Trump en la ONU, sino una gran oportunidad económica y geopolítica, y pocos países están tan bien posicionados como Chile para beneficiarse de la transición energética global. El cobre, el litio, la electricidad renovable y el hidrógeno verde ubican al país en el centro de la carrera por la descarbonización.

Si Chile se posiciona como proveedor confiable de minerales críticos y líder regulatorio en hidrógeno verde, tendremos la autoridad y el peso político para una diplomacia climática que va más allá de las declaraciones soñadoras y las buenas intenciones.

Lo anterior apunta al quinto pilar. Tal vez el principal sacrificio que habrá que hacer es abandonar la idea de que Chile es el gran defensor de principios universales en la esfera internacional, estrategia que fue adoptada con tanto entusiasmo por el presidente saliente. Es evidente que Chile no puede ni debe abandonar su compromiso con las ideas de democracia, el derecho internacional, la defensa de derechos humanos, y un sistema de comercio abierto basado en reglas claras.

Cada uno de estos principios es esencial para nuestra vida republicana y el éxito de nuestra economía. O sea, son principios que nos importan a nosotros. Pero el mundo parece estar alejándose de ellos. Tenemos, entonces, dos opciones: podemos transformarnos en los niños símbolo de un mundo que ya pasó, o aprender a navegar entre nuestros principios y las presiones que vienen de afuera.

Cuando cayó el muro de Berlín todos pensamos que se derrumbarían todos los muros. Nos equivocamos. Necesitamos muros de protección, control, y definición de límites. Pero también puertas amplias, a través de las cuales pasan productos, personas e ideas. De esta manera, Chile no tendría que elegir entre potencias, sino necesita elegirse a sí mismo. Esto implica adoptar un frío realismo en la defensa de su autonomía y su posición estratégica de largo plazo.  En un mundo definido por la tensión entre gigantes, las potencias medias que prosperan serán las que diversifiquen, colaboren cuando necesario, actúen con coherencia e inviertan en su propia fortaleza institucional.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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