Publicidad
En política el problema son los bárbaros Opinión Archivo (AgenciaUno)

En política el problema son los bárbaros

Publicidad
Rodrigo Baño
Por : Rodrigo Baño Laboratorio de Análisis de Coyuntura Social (LACOS). Departamento de Sociología Universidad de Chile.
Ver Más

Las encuestas se han multiplicado como callampas y la fe en ellas se ha expandido en la población que, desinteresada de la historia y de las utopías, quiere saber qué está pasando y qué pasará. Para eso anteriormente se recurría al oráculo o a los adivinos. Ahora se recurre a las encuestas.


El problema son los bárbaros. Sin ánimo de ofender, reconociendo la diversidad y la necesidad de avanzar con la inclusión. Pero el problema son los bárbaros. Los ciudadanos lo comentan sólo cuando están seguros de que no hay nadie escuchando. Por mi parte, declaro enfáticamente estar en desacuerdo con todo y pido disculpas por adelantado.

Si usted tiene intenciones de comprender la política chilena actual, con elecciones y cálculos, sería aconsejable que mirara la sociedad chilena actual. Porque no basta con hacer análisis de los aciertos o errores de las campañas; los dimes y diretes entre dirigentes de partidos políticos; los balbuceos o énfasis de los candidatos en los debates; la sonrisa bien trabajada en simpatía próxima o la seriedad pétrea con pretensiones de estadista.

Es bien sabido, pero se elude delicadamente, que las elecciones políticas las deciden los apolíticos, los indiferentes, y no sólo indiferentes; más bien los que aborrecen la política y a los políticos. Se le llama disruptivos, votantes obligados, descontentos y amargados y hasta clase media emergente. Cualquier candidato procura sagazmente no aparecer como político, sino todo lo contrario, evitar el estigma para ver si en una de esas pasa colado.

A la inversa de lo que ocurría en la Primera República, que vivía un proceso de incorporación progresiva a la participación política institucionalizada, en la Segunda República existe una persistente disminución de la participación electoral. En efecto, en 1925 votaba el 7% de la población, en 1949 votaba el 10%, en 1952 el 30%, en 1964 el 62% y en la última elección de marzo de 1973 llegó a votar casi el 70% de la población total. A la inversa, en la Segunda República, que empieza en 1989, partimos con el 85,5% de votantes sobre potenciales votantes, para bajar al 70% en 1999, caer al 63% en 2005 y al 57,8% en 2009.

Ahí se entra en pánico y, como el grueso de los no participantes no estaban inscrito, la solución de los ingenieros fue inscribir automáticamente a todos los mayores de 18 años, aunque consideraciones piadosas dejaron el voto como voluntario. Pero ahí la caída fue desastrosa. Incluso en elecciones presidenciales los no votantes (y votantes nulos y blancos) llegaron a ser mayoría, pues sólo el 49% llegó a participar en la elección presidencial de 2013. En 2017 solo participa el 47% y lo mismo pasará el 2021. Eso por referirnos a elecciones presidenciales, porque en las otras sólo votaba el 40% o el 33%. La inmensa mayoría prefería entretenerse pasando el dedo por la pantallita.

Los ingenieros políticos, después de estudiar largamente el problema y consultarlo a la Inteligencia Artificial, encontraron la solución: Inscripción automática con voto obligatorio. Desde el plebiscito de salida de la “Constitución de la Convención”, siguiendo con elección de Consejeros y plebiscito de salida de la “Constitución del Consejo” y culminando con la elección múltiple de un montón de dignatarios, los resultados fueron notables. ¡Que viva la inscripción automática y el voto obligatorio!..

En esa estamos, ya se ha probado la ingeniosa fórmula. Todo un éxito, desaparecieron los apolíticos e incluso los antipolíticos. Todos se felicitan por el entusiasmo del espíritu cívico y cuentan con orgullo los millones de responsables ciudadanos que en cada elección rompen el récor anterior de participación.

Sin embargo, como siempre, el problema es con los bárbaros, que impiden hacer cálculos finos para ganar apuestas electorales. Sus impredecibles comportamientos generan temblores entre los buenos y entre los malos. Los bárbaros, obligados a votar, votan.

El problema sigue siendo los bárbaros. Si usted revisa la historia, podrá ver que el tema de los bárbaros tiene miles de años de antigüedad. Pero, ¿quiénes son los bárbaros? Etimológicamente son aquellos que no hablan el griego clásico en la Grecia clásica, sino que emiten sonidos incomprensibles: ba, ba, rr. ba= bárbaros. No se les entiende.

Si se quiere hacer un análisis político, es conveniente empezar por considerar que en Chile actualmente los bárbaros son mayoría. La mayoría de la población que no entiende el lenguaje de la política y que tienen un lenguaje que la política no entiende.

En política la expresión más directa y contable de esta situación se presenta en manifestaciones electorales de apoliticismo, como fue el rechazo a participar en votaciones, ese ritual en que se expresa de manera más explícita el acuerdo con el régimen democrático y sus mecanismos de participación. Simplemente no entienden ese lenguaje, porque tampoco los políticos parecieran entender el lenguaje de ellos.

Terminada la contabilidad de las recientes elecciones, aparecen los ufanos de siempre que sabían cómo hacer las cosas y cuáles las consecuencias esperables. Se suele decir que todos son generales después de la batalla, (lo cual ciertamente parece una demostración de prudencia, porque si todos fueran generales durante la batalla sería un despelote). La frase pretende hacer referencia a que después de un acontecimiento importante y sorpresivo, son muchos los que enfáticamente declaran que ya lo habían dicho antes o, los más tímidos, que ya lo habían pensado. No es raro, entonces, que mucho analista político profesional, o de los otros, asegure que los resultados electorales calzan perfectamente con lo que había dicho o pensado previamente. Allá ellos y que sean felices.

De los resultados electorales recientes parece haber consenso (entre comentaristas y opinantes con derecho de acceso a los medios de comunicación), que algunos son lógicos y esperables mientras que otros son sorpresivos o raros. Lo lógico y esperable es que haya pasado a segunda vuelta Jara y Kast, y que los más chicos hayan tenido votaciones miserables. Lo raro y sorpresivo es que Parisi haya llegado tercero en la carrera con cerca de 20% de los votos  y que Matthei haya quedado quinta con una votación bastante baja. Por cierto, usted ya lo había calculado antes, pero los otros no y se sorprendieron.

Pero que un resultado sea normal o sorpresivo corresponde a su relación con una realidad definida previamente, pero ¿quién define esa realidad? En la actualidad no es dios ni la ciencia, son las encuestas. Las encuestas se han multiplicado como callampas y la fe en ellas se ha expandido en la población que, desinteresada de la historia y de las utopías, quiere saber qué está pasando y qué pasará. Para eso anteriormente se recurría al oráculo o a los adivinos. Ahora se recurre a las encuestas.

Esto es complicado para los que imprudentemente habían adelantado y publicado resultados esperables basados en estudios serios de encuestas, pues los resentidos de siempre les gritarán en su cara los errores. Pero las encuestas tienen la ventaja de que nunca pueden ser falsas, por la simple y sencilla razón de que es imposible verificar que lo son. ¿Cómo saber si era cierto que en abril y mayo Matthei tenía la primera mayoría que señalaban las encuestas? ¿Cómo saber si efectivamente las primarias oficialistas las estaba ganando Toha en mayo, como aseguraban las encuestas? Habría que hacer otra encuesta.

Algún ingenuo podrá aventurar que, si bien esas encuestas lejanas no pueden someterse a verificación, las encuestas cercanas a una elección se podrán verificar con los resultados efectivos de esa elección. Pero, ¿cómo establecer que en el tiempo (por corto que sea), entre la encuesta y la elección los ciudadanos no cambiaron sus preferencias?

Pero los oráculos, los adivinos y las encuestas seguirán definiendo la realidad y con ello los resultados normales o sorpresivos. De ahí que todo analista que aspire al reconocimiento como tal se avoque a demostrar, no sólo que lo que aparece como sorpresivo ya lo había dicho antes, sino que es perfectamente comprensible.

Cuando en 2021 Parisi llegó tercero, con cerca del 13 % de los votos, los analistas (que ya, por supuesto, lo habían calculado antes), mayoritariamente concordaron que era perfectamente comprensible, porque el grueso de su votación se dio en las cinco regiones del norte (donde incluso llegó tres veces primero y dos veces segundo), en las cuales el problema de la inmigración irregular era más agudo y Parisi fue el más fuerte crítico a la inmigración y el que propuso medidas más duras para frenarla. Pragmatismo puro.

Ahora, en 2025, hay que buscar una explicación más sofisticada, porque, aunque Parisi volvió a arrasar en el norte, resulta que obtuvo muy buena votación en el sur (excelente en Concepción), donde el problema de la inmigración no parece tan grave.

La Inteligencia Artificial, aunque es tonta, es muy rápida, de manera que velozmente trajo al personaje favorito para la explicación del todo: “La clase media emergente”. La frustración de la clase media emergente, que no encuentra plata ni reconocimiento, después del enorme esfuerzo para subir un peldaño, escupe a través de Parisi contra los políticos que les levantaron el siguiente peldaño hasta transformarlo en muralla.

Buen intento de la I.A., pero siga participando. Porque una cosa es que haya subido el ingreso per cápita y otra que se distribuya generando una gran clase media, y que más encima sea emergente. Además, que hay que tratar de explicar no sólo eso.

Evelyn Matthei, que durante mucho tiempo encabezó todas las encuestas como la futura presidenta de Chile, terminó quinta en la primera vuelta electoral con un paupérrimo resultado. Por otra parte, es posible apreciar la fuerza del elegantemente denominado voto cruzado, que en realidad es un voto traidor, que vota por un candidato presidencial, pero que abandona a los candidatos a parlamentario de ese candidato para votar por el de otro grupo político o viceversa.

En el caso de las recientes elecciones, el tema del “voto cruzado” tuvo mucha presencia. Es casi escandaloso que Matthei tuviera sólo 12% de votación, mientras que los partidos que la apoyaban obtuvieron el 29% en las parlamentarias. Por su parte Jara, que supuestamente tiene el apoyo partidario más disciplinado, obtiene el 27% de los votos, mientras sus partidos logran el 32% en las parlamentarias. También todos los otros candidatos presidenciales tienen diferencias notables al superar largamente la votación parlamentaria de sus respectivos partidos. Parisi, con el 20% personal, sólo llega al 12% en parlamentarias, mientras que Kast y Kaiser obtienen 7% y 8% más votos que sus partidos.

Finalmente (por mientras tanto), habría que agregar que los apolíticos más porfiados siguen buscando resquicios para marginarse. Si bien ya no se atreven a abstenerse, porque a nadie le sobra la plata para andar pagando multas, algunos optan tímidamente por votar nulo o blanco. En la presidencial suman el 3,8%, que parece poco, pero que dobla lo habitual, que es aproximadamente 1,5% en las presidenciales del siglo XXI. En la de senadores la abstención llega al 17% y en la de diputados al 20%, nada menos que la quinta parte de toda la votación. Aunque se puede alegar que en las parlamentarias mucho voto nulo puede deberse a ignorancia del cómo votar, esa ignorancia es clara demostración de apoliticismo.

¿Y qué tiene que ver esto con los bárbaros? No mucho. Quizás sólo que los bárbaros siguen existiendo. Por muy ingeniosa que sea la ingeniería política, no resulta fácil barrer a los bárbaros bajo la alfombra. Tal vez esto se debe a que para entender la política es conveniente, a veces, echarle una miradita a la sociedad.

Al respecto no es necesario atribuir la culpa a la posmodernidad para notar que el proceso de individualización ha llegado a los límites del solipsismo. El problema es que el individualismo exagerado y la política parecen incompatibles. No sólo porque al individuo concentrado en sí mismo no le interesa el destino de los demás, sino porque, prácticamente, si no se constituyen colectivos que disputen el poder, la democracia no funciona.

Pero echarle una miradita a la sociedad no se agota con observar que los individuos se creen cada vez más individuos, porque creerse individuos tiene bases sólidas en una sociedad desarticulada. El censo más reciente revela que en casi la quinta parte de los hogares vive una persona sola. Las empresas de construcción saben que el negocio es construir departamentos de un ambiente y prolifera la construcción y venta de home office. La familia se achica y desaparece, los sindicatos disminuyen en número y tamaño, los partidos políticos se reducen a máquinas electorales, los barrios desaparecen, aumenta el trabajo en casa y los estudios on line.

“La gente está cada vez más sola”, se dice y es cierto. Cada uno con su pantallita y su mascota, para los requerimientos de afecto. Para el individuo la política es tan ajena como el clima, sólo queda esperar que no haya mucho calor ni mucho frío en el pronóstico del próximo 14 de diciembre. El problema son los bárbaros. Dicho sin ánimo de ofender, porque los bárbaros son simplemente los que tienen un lenguaje que no se entiende.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

Inscríbete en el Newsletter +Política de El Mostrador, súmate a nuestra comunidad para informado/a con noticias precisas, seguimiento detallado de políticas públicas y entrevistas con personajes que influyen.

Inscríbete en nuestro Newsletter El Mostrador Opinión, No te pierdas las columnas de opinión más destacadas de la semana en tu correo. Todos los domingos a las 10am.

Publicidad