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La paradoja occidental
No basta con ordenar la casa, sino que también debemos contribuir a ordenar el barrio y cooperar con visión de Estado (y no de secta ni de vanguardias iluminadas) a los esfuerzos por hacer de nuestra región una zona que contribuya a la paz, preservando nuestra soberanía.
Occidente vive en estos tiempos una paradoja. Se origina por un cambio sustancial de la posición de los Estados Unidos. Por un lado, asistimos a un distanciamiento de Europa, que algunos no dudan en calificarlo de divorcio; otros, de verdadera traición. La alianza atlántica queda en entredicho y pierde el protagonismo que ocupó en el siglo XX, en especial, en los tiempos de la Guerra Fría. Europa, sin el apoyo de EE.UU. se siente vulnerable respecto de lo que ella percibe como la amenaza del Este. Obviamente la reacción en Europa no es homogénea, como lo veremos más adelante. La guerra de Ucrania lo refleja.
Pero ese repliegue de EE.UU. en relación con Europa pareciera compensarse con el giro que asume respecto de América Latina y el Caribe. La Casa Blanca, enarbolando su preocupación doméstica por la lucha contra las drogas y la inmigración ilegal, retoma la Doctrina Monroe en todo su esplendor. La crisis venezolana es fiel reflejo de ello y a ratos la narrativa se concentra en el combate contra las drogas, pero lo obvio es que el objetivo político es el cambio de régimen.
La nueva postura global de la Unión Americana está nítidamente expuesta en la Nueva Estrategia de Seguridad Nacional que la administración Trump publicó a inicios de este mes. Con un realismo categórico realiza una apreciación de los objetivos a alcanzar, individualizándolos por áreas geográficas. La piedra angular es el principio de “América primero”, coherente con lo prometido en la campaña del actual presidente.
Es un documento realista y trasparente, otra cosa es su coherencia con la narrativa que adoptó WDC desde la Primera Guerra Mundial, cuando fundamentó su política exterior bajo las banderas de expandir el libre comercio y la democracia. Tema aparte es la validez de la apreciación y si estas medidas potenciarán a EE.UU.
Europa, la abandonada
Hoy pareciera renacer la distinción entre Europa Occidental, respecto a Europa del Este. La primera es heredera de los grandes imperios coloniales y de la Revolución Industrial que permitió su hegemonía global en los siglos precedentes. El inicio de su declive coincidió con la emergencia de las dos potencias que llegaron tarde al reparto colonial: Alemania y Japón. Agreguemos a un Estados Unidos que antes de las dos guerras mundiales vivía en un cómodo aislacionismo que le permitió desarrollar su hegemonía en el continente.
Entre el atentado de Sarajevo y la caída del Reichstag, junto a los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, se resolvió esa lucha por la hegemonía global. Surgió la Guerra Fría y, previo a ella, los Acuerdos de Yalta reconocieron las respectivas zonas de influencia de las potencias ganadoras. Como es sabido, el derecho a sentarse a esa mesa lo dio el número de divisiones con las que contaban los comensales, como relata una sabrosa leyenda de la época. A Yalta no fue invitado el general De Gaulle y China se hallaba enfrascada en una guerra civil, la India y muchas colonias británicas se alistaban a su independencia, no existía Israel, en fin. Era otra época.
El fin de la Guerra Fría permitió que la mayoría de los países de Europa del Este se apresurasen a ingresar a la Unión Europea. De su docena original creció rápidamente a 28, dando origen a Bruselas con todos sus méritos de integración y todos los costos de su burocracia, pero los motivos eran diversos.
Recuerdo que alguna vez, conversando con un alto dignatario europeo del Este, le pregunté cuál era su interés por ingresar a Bruselas. “Dos”, me señaló con claridad: obtener recursos para su desarrollo y entrar a la OTAN. Comenté que entrando al bloque comunitario compartiría su seguridad –eran los inicios de este siglo– y me respondió: “¿Sabe? Nosotros queremos entrar a la OTAN por el apoyo de Estados Unidos”. ¿Y no les basta con el de los europeos?, pregunté. Se sonrió y me dijo: “Ellos están preocupados de sus vacaciones y sus pensiones”.
Es evidente que para los países de Europa del Este su preocupación es Rusia, pero me pregunto si para España ello es superior a las amenazas que puedan provenir del Magreb o del Sahel. En suma, los intereses de seguridad no son homogéneos para todos los europeos, pero, ojo, el eje es su preocupación por la seguridad. A ello tienen legítimo derecho todas las naciones de ese continente, incluidos los rusos y los ucranianos. Nada más que suponer que hay que asumir compromisos de convivencia, y sobre todo cumplirlos.
Algunos piensan que todo empezó en febrero del 2022, otros no olvidan a Napoleón ni la Operación Barbarroja. La guerra de Ucrania, como lo señalé desde sus inicios, es el árbol (una sociedad dividida entre una alma eslava y ortodoxa y otra pro occidental y católica) que no deja ver el bosque: la competencia y desconfianza entre la OTAN y Rusia. Aclaremos que, si a ambos bandos les interesa lo mismo, garantizar su seguridad, existen bases para construir un acuerdo.
Hoy el documento estadounidense define su objetivo. Propugna una Europa segura y sustentable en esa materia, en otras palabras, que el esfuerzo –especialmente el económico– no lo paguen los contribuyentes americanos. De paso, busca un entendimiento directo con Moscú, reconociéndole su protagonismo en el tema.
La relación EE.UU.-América Latina
La emergencia de EE.UU. como potencia regional primero, y global después, acarreó profundas consecuencias para los países de América Latina y el Caribe. Al inicio de este proceso, la mayoría de los países de la cuenca del Caribe (México, Centro América y los países caribeños) experimentaron invasiones directas. A diferencia de ellos, EE.UU. se cuidó de no intervenir militarmente en Sudamérica (estamos hablando del siglo XIX y los primeros años del siglo XX).
Terminada la Segunda Guerra Mundial, instalada la competencia entre la entonces Unión Soviética, para EE.UU. el tema central con América Latina fue la seguridad; en concreto, la amenaza de que la URSS ganase influencia política y militar en el continente. Esto se acrecentó luego de la adhesión de Cuba al socialismo en 1961.
Desde entonces, el objetivo principal de Estados Unidos en ALC fue impedir el surgimiento de lo que ellos denominaban “otro Gobierno hostil a EE.UU.”, pero mantuvo la narrativa y así, bajo las banderas del libre comercio y de la democracia, Washington DC (WDC) apoyó la instalación de dictaduras que violaron DD.HH. y destruyeron democracias. Peor aún, afectaron a ciudadanos americanos.
El asesinato de periodistas norteamericanos por guardias somocistas marcó un punto de quiebre de esa dictadura; qué decir del asesinato en WDC del excanciller chileno Orlando Letelier y su secretaria estadounidense, Ronni Moffitt, a manos de agentes de la entonces inteligencia chilena. La muerte de Letelier para el Gobierno americano no era un caso de DD.HH., sino un caso de terrorismo y se encargaron de hacerlo sentir.
El fin de la Guerra Fría creó condiciones para un amplio proceso de aperturas democráticas en América Latina. En Centroamérica las guerras civiles concluyeron con soluciones políticas negociadas, mientras que en el Cono Sur terminaban las dictaduras. Ello coincidía con el fin del enfrentamiento bipolar global y a partir de una convivencia basada en el pluralismo, el respeto a los derechos humanos y la cooperación para el desarrollo, se sentaron bases para una nueva relación entre EE.UU. y la mayoría de los países al sur del río Bravo.
¿Esas bases de entendimiento están en entredicho hoy por la nueva Estrategia de Seguridad Nacional? El camino para una relación amistosa, ¿pasa por la coincidencia ideológica con la actual administración de Estados Unidos? ¿WDC nos propone una nueva alianza o una subordinación? Las recientes declaraciones de que después de Venezuela seguirían Colombia y luego México, ¿son las bases de la nueva relación interamericana?
Si la razón de la fuerte reacción militar se debe al peligro de la droga, ¿cómo entender que se indulte al expresidente hondureño José Hernández, extraditado a EE.UU. a pedido de sus tribunales, y condenado a más de 40 años por narcotráfico? ¿Se le indulta por su afinidad ideológica con la Casa Blanca? Tampoco ayuda a crear confianza la intromisión en los asuntos internos, empezando por los procesos electorales.
Por cierto, no respetar la voluntad popular, el tratar de reducir el debate político a extremos descalificatorios, el abuso de poder, la corrupción, la descomposición judicial, situaciones que se viven en regiones de AL, nadie puede defenderlas. Vale para todo el espectro político latinoamericano, donde también tenemos el ejemplo de estadistas que caminaban desde su casa a La Moneda, o que siempre vivieron en el mismo hogar, algunos muy humildes, o ese vicepresidente argentino de un Gobierno electo popularmente, derrocado por un golpe, que terminó trabajando humildemente porque rechazó la pensión que le ofrecieron. Qué decir del legado de Pepe Mujica.
Colofón
El retiro parcial de EE.UU. de Europa decepciona a los que fueron sus principales aliados en el siglo XX. La actitud hegemónica que asume frente a América Latina está respaldada por sus capacidades estratégicas, no cabe duda, pero reanima las distancias. Resumiendo, son movimientos que pueden explicarse a partir de la doméstica norteamericana, pero dificultan la construcción de confianza mutua.
En suma, estos movimientos político-estratégicos de la Casa Blanca pueden allanar su posición dominante, pero abren dudas sobre su liderazgo. Para hegemonizar se requiere fuerza y, sobre todo, construir consenso.
Vivimos una etapa en el que Orden Mundial se está desarticulando peligrosamente. Nadie puede vaticinar cuánto durará este período o como concluirá. Lo que sí podemos –y debemos– es definir cómo enfrentarlo, lo que no será fácil, pero desde mi experiencia vislumbro que como país requerimos avanzar en dos direcciones convergentes.
Una es ordenar la casa propia, asumiendo que las posiciones extremas son eso, extremas, que no convocan a la mayoría, como lo demuestran rítmicamente los últimos procesos electorales. Entre otras cosas, no nos vendría nada de mal elaborar una Estrategia de Seguridad Nacional propia que nos oriente, como país, más allá de las ideologías, en estas turbulentas aguas del desorden mundial.
En segundo término, hay que asumir que no basta con ordenar la casa, sino que también debemos contribuir a ordenar el barrio y cooperar con visión de Estado (y no de secta ni de vanguardias iluminadas) a los esfuerzos por hacer de nuestra región una zona que contribuya a la paz, preservando nuestra soberanía.
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