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Geopolítica de la IA (XIII): 2025, la inteligencia artificial como estructura de poder
El año 2025 no resolvió la geopolítica de la inteligencia artificial. La consolidó. Dejó en claro que se trata de un proceso dinámico, en curso, marcado por tensiones persistentes y reconfiguraciones permanentes del poder tecnológico.
A lo largo del último año he sostenido en estas páginas que la IA no debe analizarse únicamente como un fenómeno tecnológico, sino también como un proceso de reconfiguración del poder global. En 2025, esa hipótesis dejó de ser prospectiva y pasó a ser descriptiva, creo, incluso, para el ciudadano medio informado. La IA se consolidó como un eje central de la geopolítica contemporánea, atravesando disputas por soberanía, seguridad, regulación, infraestructura y hegemonía normativa.
No fue el año de los grandes anuncios disruptivos ni de un nuevo “salto cualitativo” visible para el usuario común (salvo quizás por el auge de IA generativa ahora al alcance de todos). Fue más bien el año en que la IA se institucionalizó: entró definitivamente en el lenguaje de los Estados, de la política industrial, de la diplomacia, de las estrategias públicas de seguridad nacional y del derecho.
Infraestructura: el regreso de lo material
Como he sugerido en columnas anteriores, la conversación sobre IA tendía a abstraerse en exceso: modelos, algoritmos, promesas. Sin embargo, 2025 confirmó algo esencial: la IA es profundamente material. Existe en centros de datos, en redes eléctricas, en agua, en permisos ambientales, en chips avanzados y en cadenas de suministro altamente concentradas.
Estados Unidos comprendió esto con claridad. El giro político consolidado durante el año 2025 –visible en documentos estratégicos y en el abandono del enfoque regulatorio precautorio anterior– asumió que liderar en IA exige acelerar la infraestructura, reducir fricciones administrativas y asegurar el control de los semiconductores críticos. La IA pasó a ocupar el mismo estatus que la energía o la defensa: una cuestión de interés nacional.
Europa, por su parte, enfrentó una tensión que ya se había anticipado en análisis sobre soberanía digital: regular sin un claro liderazgo global en capacidad tecnológica propia implica dependencia. Por eso, más que una elección estratégica plenamente voluntaria, 2025 fue el año en que la Unión Europea se vio obligada a ajustar su aproximación normativa.
China, por su parte, se mantuvo firme en su línea de desarrollo y control estatal de la IA en función de convertirse en líder global el año 2030. Para tales efectos, su propuesta de un plan de acción para la gobernanza global de la IA, de día 26 de julio de 2025, debe ser interpretada como una respuesta al Plan de Acción de IA de USA.
Estados Unidos: aceleración y competencia sistémica
En varias columnas he descrito el cambio de tono de Washington respecto de la IA. En 2025 ese cambio se volvió explícito: menos énfasis en contención generalizada de riesgos y más foco en competitividad sistémica. La IA fue tratada abierta y descarnadamente como un factor de poder económico, militar y diplomático.
Este enfoque trajo consigo tensiones evidentes. El régimen de control de exportaciones de chips avanzados, particularmente respecto de China, siguió siendo una de las herramientas centrales –y más delicadas– de la política exterior estadounidense. La IA se integró así al repertorio clásico de la geopolítica: sanciones, alianzas, desacoples selectivos.
Como se ha señalado, esta estrategia asume costos económicos internos, pero los considera aceptables frente al objetivo mayor: preservar la ventaja estructural; ventaja estructural que, al día de hoy, se expresa en que China, por el famoso chip H200 de alto rendimiento, deberá pagar un arancel del 25%.
Este giro pragmático ayuda, además, a comprender el apoyo irrestricto que la administración Trump ha recibido y brindado a los gigantes tecnológicos estadounidenses. En 2025, la estrategia de contención frente a China dejó de operar exclusivamente como una política de asfixia total y comenzó a adoptar una lógica distinta: la del llamado “arancel inverso”. Bajo este enfoque, la restricción al acceso chino a tecnologías avanzadas no solo cumple una función geopolítica, sino que se transforma también en una fuente indirecta de ingresos, al permitir exportaciones condicionadas, licencias excepcionales o mercados segmentados.
El resultado es una contención administrada que, lejos de cerrar por completo el mercado chino, ofrece un salvavidas a actores clave como Nvidia en uno de sus mercados más críticos, alineando los intereses estratégicos del Estado con los de sus campeones tecnológicos. La geopolítica de la IA aparece así no como un juego de suma cero, sino como un delicado equilibrio entre coerción, rentabilidad y poder estructural.
China: regulación de la IA como técnica de control y expansión del poder
En 2025, China profundizó una trayectoria plenamente coherente con su modelo político: el desarrollo acelerado de la inteligencia artificial bajo un régimen estricto de control normativo, ideológico e informacional, orientado explícitamente a preservar la estabilidad social y garantizar la primacía del Partido Comunista Chino en la conducción de la sociedad. A diferencia del enfoque estadounidense, centrado en la competencia y la rentabilidad, o del europeo, enfocado en derechos y regulación de mercado, el modelo chino concibe la IA como una tecnología de gobierno.
Las regulaciones adoptadas y perfeccionadas durante el año –en materia de estándares algorítmicos, etiquetado obligatorio de contenidos sintéticos, sistemas de recomendación, gobernanza de modelos y control de datos– responden a una lógica inequívoca: la IA no puede ser políticamente neutral ni quedar librada a dinámicas autónomas de la sociedad civil o del mercado. Por el contrario, debe alinearse con los objetivos estratégicos del Estado y con la narrativa oficial del PCCh, actuando como herramienta para orientar comportamientos, modelar flujos informativos y prevenir desviaciones consideradas social o políticamente disruptivas.
En este marco, la regulación de la IA opera menos como un mecanismo de protección individual y más como una arquitectura de dirección social, integrada a un ecosistema más amplio que incluye vigilancia digital, control de datos, sistemas de crédito social y censura algorítmica.
Evidentemente la competencia entre Estados Unidos y China no es meramente tecnológica, sino global en términos de generar alineamientos, movimientos y reacomodos. El año 2025 confirmó esa tesis: mientras Washington privilegia la aceleración competitiva y Europa intenta equilibrar innovación y derechos, Beijing apuesta por una IA funcional a la gobernabilidad, capaz de reforzar la cohesión política y asegurar que el desarrollo tecnológico avance dentro de los márgenes definidos por el Partido y el Estado.
La IA aparece así, en el caso Chino, no solo como motor de crecimiento sino que también como instrumento central de control y proyección del poder interno, inseparable del proyecto político del régimen.
Unión Europea (UE): dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás
La UE rápidamente pudo comprender que el peso burocrático de su enfoque regulativo podría aumentar significativamente su frágil nivel de flotabilidad en la geopolítica global. Así fue como, junto con reafirmar discursivamente su liderazgo normativo, flexibilizó y reprogramó la entrada en vigencia de la pionera Ley de Inteligencia Artificial (AI Act), instrumentando una prórroga de 16 meses para los usos considerados de alto riesgo.
Esta decisión se inscribió en el lanzamiento de un paquete de “simplificación digital”, orientado a reducir cargas burocráticas, facilitar la actividad económica y racionalizar el entramado normativo en materia de IA, ciberseguridad y datos. Para algunos actores, el giro abrió una ventana de oportunidad para el desarrollo de negocios; para otros, marcó un retroceso preocupante en las protecciones poblacionales.
En cualquier caso, la autonomía estratégica europea dejó de presentarse como un ideal jurídico abstracto y comenzó a revelarse como un problema material, condicionado por capacidades tecnológicas, tiempos políticos y presiones competitivas globales.
El reenfoque regulatorio europeo en 2025 debe entonces leerse menos como una renuncia y más como una estrategia defensiva para no perder peso competitivo en la carrera global de la IA frente a la aceleración estadounidense y al modelo chino de control estatal. La UE optó por flexibilizar plazos y simplificar cargas normativas con el objetivo de preservar capacidad de innovación, atraer inversión y evitar la fuga de talento. La prórroga del AI Act y el paquete de simplificación digital reflejan un intento de recalibrar el equilibrio entre protección y competitividad, en un contexto de competencia geopolítica creciente global.
Diplomacia de la IA. El poder global de USA
El año estuvo marcado también por grandes anuncios: planes de inversión, cumbres, declaraciones conjuntas. Más allá de su contenido concreto, estos gestos cumplieron una función clave: señalizar liderazgo. En un contexto de competencia por talento, capital y legitimidad, la narrativa se volvió un instrumento estratégico. Europa quiso demostrar que no había quedado fuera de la carrera. Estados Unidos reafirmó su centralidad. China insistió en su autosuficiencia. Cada actor habló tanto hacia el exterior como hacia su propia opinión pública.
En este orden de cosas, un hito comunicacional lo constituyó el famoso discurso de J. D. Vance en la Cumbre de Acción sobre Inteligencia Artificial en París, que trajo como consecuencia que, a los pocos días de haberlo pronunciado, la UE cambió de planes normativos, flexibilizando sus disposiciones originales.
Una síntesis provisional
Si se tuviera que resumir 2025 en una sola fórmula, diría lo siguiente: fragmentación estratégica en tres bloques (USA, China y UE) con interdependencia inevitable. Todos los Estados buscan reducir vulnerabilidades y proyectar poder al mismo tiempo, pero ninguno puede desacoplarse completamente sin asumir costos significativos. La IA acelera y profundiza esa paradoja.
Conclusión
El año 2025 no resolvió la geopolítica de la inteligencia artificial. La consolidó. Dejó en claro que se trata de un proceso dinámico, en curso, marcado por tensiones persistentes y reconfiguraciones permanentes del poder tecnológico. Ese proceso se expresa en tres constataciones centrales: no hay soberanía digital sin infraestructura material; la regulación –sea expansiva o restrictiva, positiva o negativa– opera como una forma de proyección de poder geopolítico; y, en ese mismo orden, el control de chips, plataformas, datos y estándares funciona hoy como política exterior por otros medios.
Mientras el debate público mass media se concentra en la última versión de un modelo generativo, la disputa real se juega en energía, datos, poder de cómputo, chips, normas y cadenas de suministro. En ese tablero, 2025 fue el año en que la inteligencia artificial dejó de ser promesa y pasó a ser, definitivamente, estructura de poder.
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