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German Sitz: “Nadie viaja por un solo restaurante, se viaja por una ciudad, por una escena” Gastronomía

German Sitz: “Nadie viaja por un solo restaurante, se viaja por una ciudad, por una escena”

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De la parrilla de autor a un universo creativo que transformó la gastronomía argentina, Germán Sitz es una de las figuras clave en la reinvención gastronómica de Buenos Aires: un cocinero–emprendedor que entendió antes que muchos que comer también es relato, estética y experiencia colectiva.


En la última década, la gastronomía de Buenos Aires dejó de ser un mapa previsible. A las parrillas de barrio y los restaurantes de mantel blanco se sumó una escena vibrante, donde la técnica, la estética y la identidad conviven como parte de una misma experiencia. En ese proceso de transformación, el nombre de Germán Sitz aparece como uno de los protagonistas.

Su relación con la cocina comenzó lejos de Palermo. Criado en el campo pampeano, sus primeros recuerdos están ligados a las comidas comunitarias de la cosecha y a las recetas de sus abuelas. “Siempre me gustó ver a Arguiñano en la televisión y tratar de copiar lo que hacía para mis padres”, recuerda. Allí, casi sin saberlo, empezó a formarse una mirada: cocinar para otros como acto colectivo.

La profesionalización llegó en Buenos Aires y se profundizó en España, donde trabajó con referentes como Martín Berasategui. De esa etapa se llevó algo más que técnica. “No solo aprendí a cocinar, aprendí procesos, disciplina y formas de trabajo. Salís de ahí hecho una máquina”.

En 2014, con apenas 25 años, Sitz decidió emprender. Palermo aún no era el polo gastronómico que es hoy cuando abrió La Carnicería, una parrilla de autor enfocada en la trazabilidad, los cortes con hueso y una estética contemporánea. “Decidí emprender porque como cocinero sentía que no iba a alcanzar la calidad de vida que quería. Quería lograr cosas por cuenta propia”, explica.

Ocho meses después, el New York Times lo incluyó en su sección 36 Hours, y el proyecto explotó. La propuesta era simple y disruptiva a la vez: volver a la carne, pero desde una mirada profesional y actual, pensada para una nueva generación de comensales.

Luego llegó Chori, una relectura del sándwich más argentino, llevándolo del carrito al local de diseño. Pero el punto de quiebre fue Niño Gordo. Inspirado en la cocina asiática, el proyecto combinó parrilla argentina, sabores orientales y una estética potente que dialogaba directamente con la cultura visual contemporánea.

Queríamos que explote en Instagram”, admite sin rodeos. En un momento en que la comunicación gastronómica se trasladaba a lo digital, Niño Gordo fue concebido como experiencia total: comida, atmósfera y relato. No solo se iba a comer, se iba a participar de un universo.

Ese universo trascendió las redes. Niño Gordo ingresó a las recomendaciones de la Guía Michelin y alcanzó el puesto #21 en Latin America’s 50 Best Restaurants, confirmando que la propuesta iba mucho más allá del impacto visual.

Hoy, la mirada de Sitz se proyecta más allá de sus propios restaurantes. Su objetivo es posicionar a Buenos Aires como destino gastronómico. “Nadie viaja por un solo restaurante, se viaja por una ciudad, por una escena”, sostiene. En esa construcción colectiva, periodistas y comunicadores cumplen un rol clave: amplificar una historia que ya existe.

Para él, Latinoamérica atraviesa un momento único: diversa, original y todavía por descubrir. Una región que despierta la misma curiosidad que alguna vez generaron Europa, Asia o la cocina nórdica.

Al final, su recorrido no es solo el de un cocinero exitoso, sino el de alguien que entendió que la gastronomía es identidad, cultura y tiempo. Y que todo, incluso el desafío más complejo, necesita paciencia para que madure.

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