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Mujer de 48 años cumplirá su sueño y entrará a la universidad tras ponderar 690 puntos en la PSU Mamá mechona

Mujer de 48 años cumplirá su sueño y entrará a la universidad tras ponderar 690 puntos en la PSU

Deborah Sepúlveda Pozo
Por : Deborah Sepúlveda Pozo Estudiante de Periodismo, Universidad de Chile
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30 años después de haber salido de cuarto medio, y tras 4 hijos, 1 separación y 1 nieta, Claudia Piña decidió cumplir su máximo sueño y entrar a la universidad a estudiar la carrera que le permitirá cambiar su vida.


El pasado martes 26 de diciembre se dieron a conocer los resultados de la Prueba de Selección Universitaria (PSU) de las 261.987 personas que la rindieron. Y una de las grandes vencedoras del examen y quien entrará sin ninguna preocupación a estudiar la carrera de sus sueños es Claudia Piña, una mujer de 48 años que tras 30 años de haber salido del Liceo Esperanza de Macul se matriculó en un preuniversitario, dio la PSU y sacó 690 puntos ponderados. Una prueba de que nunca es tarde para proponerse nuevas cosas para el futuro, menos para una carrera universitaria, menos para convertirse en profesora.

Claudia fue la primera de cinco hermanos en un matrimonio santiaguino preocupado por la educación de sus hijos. Si bien, ellos no recibieron la oportunidad que buscaban para sus hijos, nunca dejaron de fomentarlos en “ser más”. «La verdad es que a mí cuando chica, mi padre me dijo que él no tenía nada que dejarme, pero que lo único que él me pedía era que yo estudiara», relató nuestra protagonista.

Siempre fue buena alumna. Ayudaba a sus amigos del liceo proporcionándoles tutorías, les soplaba en las pruebas y terminó sacando 764 de Notas de Enseñanza Media (NEM), ya que promedió con orgullo 6,8 en sus últimos cuatro años escolares. Eso además se traduciría en ser la mejor alumna de su generación, por lo que fue beneficiada con un ranking de 850 puntos.

Pero no todo fue así de simple en la vida de Claudia. Para llegar a dónde está ahora vivió unos intensos 48 años, de mucho amor y de varios altibajos, pero que la tienen en pie para alcanzar su gran y próspero futuro.

«Yo fui inmigrante»

“Mi papá se fue por trabajo. Y yo era ‘la chilena’ del colegio. Me hicieron bullying horrible, yo tenía 5 años”, relata con pesar un oscuro y difícil pasaje de su vida. Por motivos de trabajo de su padre, partió un año y medio a vivir a Argentina cuando pequeña. Sin embargo, allá no se encontró con un óptimo panorama escolar: la apodaron “la chilenita”, a modo despectivo.

“Era cuando Argentina era superior en todo a los chilenos. Era una odiosidad que tenían con nosotros, horrible.”, cuenta la mujer. “Una niña me molestaba todos los días. Me hacía llorar todos los días. Un día ya no aguanté más, me tiré en el recreo a pegarle. Salté encima de ella y solo recuerdo unas manos que me sacaron de encima de ella y me llevaron a la dirección”, agrega acongojada por el recuerdo. Pero la sonrisa estaba por venir.

Frente al director de dicho colegio, una pequeña Claudia colapsó y entre lágrimas le relató su cansancio al hombre. “Él me dijo ‘vamos a hacer un trato’, vez que a mí me molestaran, yo fuera a donde él porque él iba a arreglar eso. Y me marcó cómo él hizo la diferencia”. Y las lágrimas fluyen, porque el recuerdo sigue vívido.

“Entonces yo me sentí más segura, ya no volvieron a molestarme. Yo me volví una de las mejores alumnas ahí, en ese lugar. Que se te tienda una mano… entonces la diferencia que puede hacer un profesor por un alumno es tremenda”, dice. Sin saberlo aún, aquello marcaría un precedente respecto a lo que vendría a futuro: querer estudiar pedagogía.

Los años pasaron y volvió a Chile. Fue tutora de sus compañeros de liceo, cosa que ellos aún recuerdan con cariño. Además, en su tiempo le enseñó a leer a sus hermanos, pues era la mayor. Y después hizo lo mismo con sus cuatro hijos. La paciencia y la enseñanza la llevaba por todos lados.

Salió del colegio con 17 años. Su padre, entristecido por no darle una mejor oportunidad de educación le habló: “Me dijo que buscara algo rápido y que él me lo pagaba. Estudié Secretariado Ejecutivo en ManPower. Después que terminé, me casé. Yo tenía 19 años”. Y se casó esperando a su primera hija, Belén, un fundamental pilar en las decisiones que Claudia ha tomado en el último tiempo.

Trabajó de acuerdo a su profesión hasta hace varios años, cuando su segunda hija, Catalina, tuvo un problema en su colegio y decidió dejar de trabajar para dedicarse a su familia. Así mismo se involucró enormemente en la iglesia Tiempos de Dios de Macul, donde comenzó a realizar taller de crochet y cosido, después clases de inglés a niños vulnerables (con lo básico que sabía, entregó todo su conocimiento) y hoy, además, le hace clase de español a un grupo de haitianos.

“Llegaron dos haitianas a la iglesia, pero no nos entendían. Ellas iban a escuchar, pero yo sabía que no nos entendían”, sostiene. Por lo que gestionó para que alguien pudiera hacerse cargo de enseñarles español, cuestión que ella terminó haciéndose responsable hasta el día de hoy.

Con mucho amor y paciencia comenzó las clases en el living de la casa de una hermana de la iglesia. Comenzaron siendo doce estudiantes, aproximadamente, pero luego se corrió la voz y el número aumentó a cuarenta y cuatro. Todos querían aprender con la tía Claudia.

“Llevé fruta. Llevé peras, manzanas, plátanos, frutillas, cebollas, papas. Llevé unas bolsas con cosas e hice que ellos repitieran. Tomaban la fruta y ellos repetían. Después yo se las regalé y ellos felices”, relata sonriente. Sin ningún ápice de estudio en pedagogía logró de a poco comunicarse con los haitianos y enseñarles español.

“Les dábamos once a ellos cuando llegaban a las clases. Les compramos lápices, cuadernos. Sacamos fotocopia al diccionario (kreyol-español), lo repartimos y generamos ese ambiente de clase”, cuenta orgullosa de los logros. Más aún porque lleva dos semanas haciéndoles clases en el colegio Julio Montt Salamanca de Macul que le prestaron desde la municipalidad, después de mucho esfuerzo e insistencias. Hoy piensa en comenzar a separar los cursos por niveles, pues se siguen sumando más personas para aprender.

Pero Claudia se compondría de otro alti-bajo que, sin saberlo, también la impulsaría a decidirse por estudiar pedagogía.

Cuando él se fue

Con 26 años de matrimonio, el “Tito”, quien fue esposo desde los 19, decidió irse de la casa y terminar con el matrimonio. Esto fue hace ya dos años y medio, pero la pena persiste.

“Él tenía 27 años y yo tenía 19 cuando nos casamos. Yo fui súper feliz con él. Tengo 4 hijos preciosos, son súper buenos hijos”, cuenta. “Yo decía ‘fue mi culpa’, pero después analizando mejor y bueno, tu entorno te habla, porque por ejemplo  yo tengo muy buena relación con mis suegros y cuñadas. Hasta el día de hoy ellos no entienden, ‘¿Qué le pasó a este niño?’. Pero él ya no es un niño. Es un hombre grande y me costó harto”.

Pero a pesar de todo el sufrimiento, no se estancó ahí. Tenía cuatro hijos, más tarde se sumaría su adorada nieta Agustina, quien actualmente tiene 9 meses. Menos se estancó cuando su tercer hijo atentó contra su vida, producto de la separación de sus padres y la complicada relación que mantenía con su papá. Lo hizo estando en el ejército y Claudia vivió todo eso sola.

Pero su hija mayor, Belén, voz de su consciencia, la levantó: “De repente yo sufría. Y ella me dice: ‘Mamá, ésta no es una oportunidad para mi papá. Él no va a ser feliz'», me dijo. Él lo tenía todo. Tenía una linda esposa, tú te esmerabas por atenderlo…”. A lo que terminó agregando “¿Por qué no haces lo que tú más quieres?”.

Y es que ellos sabían su máximo sueño, enseñar, ser profesora, hacer un cambio. “Pero yo soy muy vieja como para ponerme a estudiar. Me dijo (su hija mayor) ‘¡no, mamá! Tú eres una maestra, a ti te falta  el papel. Hazlo.’, relata Claudia. Le dio muchas vueltas, hasta que un día en plena predicación de la iglesia a la que asiste, el pastor se le acerca y le dice “esa carrera universitaria que tienes en la mente, hazla”.

Lloró a mares, no había nada más que decir, por lo que al otro día fue a matricularse al preuniversitario Cpech.

¿Y esta vieja de dónde salió?

“Cuando llegué al preu. Ufff, yo quería salir corriendo. Primero, yo entré y eran niños. Eran todos así como mis hijos, como mis sobrinos. Y como que te miran: ‘y esta vieja de dónde salió?'», y se larga a reír al recordar. “O sea yo quería ponerme a llorar y salir corriendo. Después cuando di el diagnóstico, yo pensé que me iba a ir mucho mejor”, recuerda.

Y apenas supo de sus puntajes del diagnóstico, se largó a llorar. Pero luego de las lágrimas vino el coraje, del que Claudia tiene bastante. Se esforzó un montón, llegó a dormir hasta 4 horas diarias entre todo su qué hacer diario: las clases de español, las de inglés, el crochet, la casa, sus hijos y mil cosas más. Llegó al punto de incluso explicarle a sus propios compañeros de preu un ejercicio matemático, estudiantes que más tarde la acogerían en su grupo y con quienes hasta hoy mantiene contacto por whatsapp.

Así conjugó su vida entre la casa, la iglesia y el preuniversitario. Aprendiendo y reforzando las materias semana a semana, porque como la buena alumna que siempre fue, jamás faltó a alguna clase. Hasta que llegó el día de dar la prueba.

“Yo quería sacar la beca vocación de profesor. Entonces yo tenía que hacerle empeño a lenguaje y matemática. Yo de biología no estudié nada”, expone.

“Fui a dar la PSU de lenguaje y muy nerviosa. Le pedí tranquilidad a Dios, me senté y la verdad es que la hice como los ensayos del preu”, pero continúa: “En matemáticas, la parte numérica la desarrollé… pero habían otros que era chino. Yo no recuerdo haberlo visto, ni siquiera en el preu. Yo marqué, iba descartando. Y en ciencias lo mismo”.

Hasta que la sorpresa se la dieron el martes 26 de diciembre.

“¡Mamá, te fue la raja!”

El día crucial que definiría su futuro, Claudia se lo intentó tomar con la mayor calma posible. Su hija menor de 15 años, Daniela, durmió junto a ella esa noche. La madre se levantó temprano, tomó desayunó y deambuló en pijama hasta dar con la hora de la verdad. Su hijo David bajó corriendo para saber los resultados.

Lo intentó y lo intentó, pero no pudo ver sus puntajes, más tarde se enteraría por qué.

“Mis otras dos hijas (quienes no viven con ella) se metieron a verme los puntajes. Primero fue la mayor, entonces me llega un mensaje… fue súper chistoso. Me dice ‘mamá quedaste’. Y yo miraba el whatsapp, y dije: ‘¿qué? ¿cómo?’ Y me dijo: ‘¡mamá, te fue la raja!’. Y me manda los puntajes, yo no lo podía creer. Yo entre que gritaba y lloraba”, cuenta una Claudia aún emocionada, pues hasta pareciera que venía el llanto y los gritos de emoción otra vez de haberlo logrado, de haber triunfado.

614 puntos en matemática, 596 en ciencias y 628 en lenguaje. NEM 764 y ranking 850… Con eso ponderaba 690 y sobrepasaba el mínimo que necesitaba para recibir la beca vocación de profesor.

“Mi mamá (64 años) lloraba, me decía que estaba muy orgullosa”, menciona la futura profesora Claudia.

Partió a la feria universitaria que estaba en la sede San Joaquín de la Pontificia Universidad Católica de Chile, junto a segunda hija, Catalina y su nieta Agustina. Esa era su primera opción, pues quedaba a menos de 10 minutos desde su casa.

“Fue un poco incómodo. Por lo mismo que en el preu, entramos las dos y pregunté por la carrera, pero le hablaban a mi hija. Entonces ella las miraba y les decía: ‘no, es ella’. Y las niñas como: ‘ah…ehh, bueno, pero acá nosotros tenemos un corte de 612 de ponderación’”.

Eso desencadenó molestias en su orgullosa hija, pero Claudia solo rió. “No te preocupes de la ponderación, porque si estamos aquí es porque ella tiene 690”, respondió la segunda del clan.

Aquella misma tarde su otra hija, Belén, corrió a la casa para felicitarla. A esas alturas todos sabían, sus ex suegros, su madre, amigos de la iglesia, sus sobrinos y más.

Postuló para Pedagogía General Básica mención matemática en la PUC, luego en la Universidad de Chile y por último en la UMCE. Sus hijas no podían más de felicidad.

Incluso Belén planificó la fecha de matrícula, pues a pesar de que aún no lanzan los resultados de las postulaciones, está convencida de que su madre entró a la Universidad Católica. Rebosada de orgullo, partía para su hogar que comparte con su pareja. “Ella me abrazó y le dije: ‘Mira, esto, lo que tu estas sintiendo, yo lo sentí muchas veces contigo. Fuiste una buena alumna, te fue bien en la universidad. Esto lo sentí siempre por ti’”, cuenta Claudia.

Así es como su ferviente sentido de ayudar al otro, y las distintas circunstancias de su vida, la llevaron a dar la PSU con 48 años para ser profesora. Para ejercer un cambio desde la enseñanza y el amor. Volcó toda su pena y frustración en hacer algo lindo, para ella y para las demás.

“Yo espero en un par de años más decir ‘pucha, lo logré.  Estudié, me preparé.’ Si puedo cambiarle la vida a un niño, sería un logro”, sostiene.

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