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Santiago: ¿Por qué estás a años luz de ser una ciudad moderna?

Santiago: ¿Por qué estás a años luz de ser una ciudad moderna?

A pesar de sus avances en las últimas décadas, nuestra capital sigue careciendo de cosas tan elementales como un alcalde, una estación central de buses o un ícono propio que la identifique.


metro

Es verdad, Santiago  ha mejorado una enormidad desde que llegué del exilio de mis padres en Alemania, en 1990. En comparación con aquella época, ahora hay más cafés, más restoranes, más líneas de metros, más parques, se pueden ver hombres tomados de la mano y por supuesto mucho más inmigrantes. Pero aún así, nuestra capital sigue con carencias asombrosas tomando en cuenta las ínfulas de urbe moderna que posee.

De partida, no tiene alcalde. Sí, como lo oye. El barrio central de Santiago tiene uno –Carolina Tohá- pero la ciudad como tal, no. Hay un intendente metropolitano, claro, pero no es elegido por la gente -lo nombra el presidente- y muchas veces parece más que todo una figura decorativa (Valparaíso y Concepción, en cambio, sí tienen un alcalde). Un alcalde de verdad puede hacer muchas cosas, para bien y para mal. Si no, pregúntenle a Mauricio Macri (Buenos Aires), a Ken “El Rojo” Livingstone (Londres)  o a Klaus Wowereit, el edil gay de Berlín (¿cuándo tendremos nuestro primer político abiertamente gay, por Dios?).

Esa falta de alcalde único –o, en su defecto, la dispersión de ediles comunales- ha acentuado otros dos graves problemas de Chile: la desigualdad y la segregación. Porque mientras un alcalde en Las Condes o Providencia puede tener unos consultorios decentes, unos liceos aceptables, o incluso su propio sistema de bicicletas públicas, en el sur de Santiago otros no pueden decir lo mismo. Un alcalde único podría mejorar la distribución de recursos, nivelar un poco la cancha, digamos, algo imposible con las comunas ricas y pobres existentes hoy, donde algunas partes de la ciudad parecen Madrid y otras favela, villa miseria o cantegril (tomen un día el tren a Rancagua y verán de lo que hablo).

Esa dispersión explica, por ejemplo, que el soterramiento de los cables eléctricos –otra cosa elemental en cualquier ciudad que aspira a ser moderna- sólo exista en Santiago Centro y algunos sectores del barrio alto.

O que algunas comunas como Santiago o Vitacura posean parque decentes –como la Quinta Normal o el Bicentenario- y otras, como Macul o La Florida, ninguno. Es cierto: el San Cristóbal es uno de los parques urbanos más grandes de Sudamérica, pero sólo porque es un cerro, no porque lo hayamos decidido así. Si fuera plano, estaría repleto de casas y edificios, como el resto de la city. Una city que sería muy diferente si en vez de shoppings construyéramos parques, o en vez de botillerías, cafés.

Una dispersión que hace que los centenares de kilómetros de ciclovías que tiene Santiago no estén comunicadas entre sí, y que la calidad de las mismas sea muy dispar. Un plan reciente de la intendencia para comunicar las ya existentes era de perogrullo. Ojalá se cumpla.

Así como ojalá se cumpla la reciente promesa de que el transporte público llegue –por fin- al aeropuerto. Increíblemente, en pleno 2014, ninguna micro te lleva a la terminal aérea de Pudahuel. Nunca me lo he podido explicar. Los trabajadores y los turistas dependen de unos buses de Tur Bus y Centropuerto que cuestan el doble (y no funcionan de noche) que el Transantiago, que sólo llega hasta justo el puente que cruza al Arturo Merino Benítez. No estoy pidiendo un Metro, pero una micro –como el 8 el caso del aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires, mucho más lejos que el de Pudahuel- podría estar llegando desde hace décadas, y no lo ha hecho nunca, que yo sepa.

Y ya que estamos hablando de buses, ¿por qué en Santiago no hay un terminal central de buses? Otro absurdo, tomando en cuenta que tras la destrucción del sistema ferroviario por la dictadura –que llegaba hasta Iquique en el norte y Puerto Montt en el sur- el bus es el sistema de transporte más usado para recorrer el país. Pensar que Bogotá inauguró su terminal de transporte en… 1983. Santiago no. Santiago, dispersa, fragmentada, cuenta con cuatro (Los Héroes, Tur-Bus, Sur y Pajaritos), todas tan mal ubicadas que en día feriado uno se puede demorar media hora sólo salir de la ciudad.

Y ya que hablamos de buses, hablemos del sistema de transporte público, que ha ido de menos a más. Con todo lo criticable que es el Transantiago, lo cierto es que está a años luz de las micros amarillas. Mi querida amiga y compañera de universidad, Soledad González Pardo, seguiría viva si en su época hubiera existido lo que tenemos hoy: en febrero de 2000, a los 24 años, cuando le faltaba poco para recibirse, se bajó de una micro en segunda fila en Pajaritos y fue arrollada por otra. Algo que difícilmente habría sucedido con el Transantiago. ¿Que se quejan porque hay que subsidiarlo? Y si así se salvan vidas, ¿por qué no? Además los subsidios son usuales en cualquier capital moderna (¿o acaso creen que el Metro en Berlín es rentable?). El transporte público es un servicio, como la salud y la educación, no un negocio. Métanselo en la cabeza.

Y aunque el Metro ha duplicado su red en veinte años (de 50 km a 100 km) y, gracias a las autoridades, sigue creciendo, subirse al él en hora punta es inhumano. Lo que me lleva al punto siguiente: la falta en Santiago de trenes suburbanos, que recorren más distancia y llevan más gente. Buenos Aires tiene 12 líneas de trenes urbanos, aparte del Metro. Santiago sólo una, a Rancagua, que está totalmente subutilizada, es cara y no está integrada al Transantiago, (aunque eso afortunadamente cambiará, según lo previsto). Antes nuestros planificadores urbanos (si es que los hubo) destruyeron el tren que unía la capital con Puente Alto, y cerraron la línea que iba a Valparaíso, y que pasa por Batuco, Colina, Quilicura y Renca (aunque hay un proyecto para reabrir al menos ese trayecto).

Por último, a Santiago le falta un ícono, un emblema, algo que lo identifique. Porque Río de Janeiro tiene el Cristo, Londres el Big Ben, Nueva York su Estatua de la Libertad, y París, la Torre Eiffel. ¿Qué tiene Santiago? ¿El Costanera Center, que se construyó violando normas municipales? ¿La Moneda, tumba de un presidente cuya figura se agiganta con el tiempo?

Aunque a lo mejor me equivoco y no se le puede pedir tanto a una metrópolis que tiene nombre de santo y, después de todo, además es vigilada por una virgen.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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