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Chile Vamos: la hora de la crisis de la derecha conservadora


Estimados lectores: como dije la vez pasada, “se viene el gran quiebre conservador: ese pérfido concubinato entre liberalismo económico, riqueza social y conservadurismo moral está terminando”. Asisto gozosamente a esta gran pelea que se está dando en la derecha y los conservadores, acerca de si incluir el principio de defensa de la vida en los estatutos de la nueva (vieja) coalición de “centro derecha”.

Claramente, el liberalismo económico con el que los conservadores se han abrazado como vírgenes ingenuas está llegando a su consumación y ha mutado –por decirlo de algún modo, pues siempre fue así– a un liberalismo ideológico completo. La criatura se ha sacado la máscara y, como siempre, los conservadores quedan con mucho espanto –en eso son expertos– al ver que engendraron en sus concesiones prácticas –el capitalismo versión chilensis– una ideología liberal sacrílega y anticristiana, tal como la que campea en Europa y Norte América.

[cita] En cuanto al Estado, los conservadores debemos rescatarlo de la hipertrofia y monopolio socialista, como regulación de educación y la soberbia funcionaria, pero, por sobre todo –y en lo atingente a esta columna–, debemos rescatarlo del Estado neoliberal, con la anemia que tiene en vivienda, salud, educación y urbanismo.[/cita]

Pero no espere, el lector, que vaya a caer en dialéctica “valórica” –me apesta ese término– entre el liberalismo y el conservadurismo. El derecho a la vida no es para nada el conflicto. El verdadero problema es que los conservadores vamos a estar en una coalición en donde, como siempre, los liberales nos van a meter el capitalismo hasta la médula, con pensamientos débiles y líquidos, como que “existen buenas razones para oponerse al aborto desde una perspectiva liberal y también poderosas razones para apoyarlo”. ¿Puede haber pensamiento más débil respecto de una cuestión capital?

Quizás una vez consumada su obra tiren –como de consuelo– algunas citas de Juan Pablo II o comenten la afinidad de la escuela de Salamanca con Hayek , o digan “el problema no está en las riquezas sino en el apego a ella”. “Se puede ser rico y a la vez desprendido de las riquezas”, todas cosas con las cuales los conservadores se ponen contentos aunque en verdad –en materia de gobierno y de ideología– sean perros que comen de las migajas que caen de las mesas de sus amos, los liberales.

No señor, es hora de tomar camino e identidad propia y romper con el capital y el liberalismo. Es hora de decir simplemente que no estamos de acuerdo –entre otras cosas– en cómo se distribuye la propiedad en este sistema, una propiedad hipertrofiada, donde se atribuye únicamente al capital lo que es resultado de su interacción con el trabajo. Es hora de decir que es totalmente injusto que uno de ellos –el capital–, negada la eficacia del otro, trate de arrogarse para sí todo lo que hay en la creación de riqueza que causa la nación. Con todo, no se llama para nada a la revolución; los conservadores creemos en la propiedad para todos, no solo para los capitalistas.

Hay que propender a la participación del trabajador en la propiedad de la empresa; una coalición política que no tenga eso como principio de acción está condenada a caer de nuevo en el capitalismo, sea con ideas líquidas de un liberalismo compasivo y tolerante como el de Kast o Montes o con ideas darwinistas carerraja, como las de Axel Kaiser.

En cuanto al Estado, los conservadores debemos rescatarlo de la hipertrofia y monopolio socialista, como regulación de educación y la soberbia funcionaria, pero, por sobre todo –y en lo atingente a esta columna–, debemos rescatarlo del Estado neoliberal, con la anemia que tiene en vivienda, salud, educación y urbanismo. En palabras de Thibon, hay que terminar con el estatismo para que renazca el Estado –hay que perderle el miedo al Estado–. Hay que volverlo a su cauce. Es decir, al lugar que le pertenece, que sólo él puede ocupar y desde donde puede extender sobre la nación beneficios irremplazables.

Los conservadores debemos distinguirnos de los liberales con estas dos luchas, es decir, cambiar el sistema capitalista y el Estado socialista-neoliberal. El resto –los mal llamados “temas valóricos”, cuña hiperliberal– se dará por añadidura. Es hora de agudizar contradicciones con los liberales.

Va a haber un gran quiebre en la derecha: los liberales y los conservadores que se contentan con las migajas, que se vayan con Piñera –¿se acuerdan cómo Piñera defendía “la vida” con tanto vigor mientras en el resto del Gobierno no podía ser más genuinamente liberal y tibio, y cómo los conservadores lo amaban por su defensa “a la vida”?– y los conservadores díscolos y anticapitalistas nos vayamos con el Cote Ossandón.

P.S.: Saben, lectores, que ante la penúltima columna un señor –católico burgués debe ser– se enfadó y llamó al decano de ese entonces de Derecho UC, Roberto Guerrero, gran amigo mío, reclamándole y pidiendo cuenta de “qué se nos enseñaba a los alumnos en Derecho”. El decano me lo comentó matándose de la risa. A ese señor le dedico esta columna. Seguramente se irá en el bando de Piñera.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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