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El absurdo debate sobre la inclusión: el PRO ante el Frente Amplio

Daniel Flores
Por : Daniel Flores Antropólogo, Doctor en Sociología, Magíster en Ciencia Política, Fundación Progresa
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Los del partido de Boric y de Giorgio critican a los del partido de Marco, por personalista. Falta que lo critiquen por cuico. Por supuesto que el PRO es un partido personalista, así como lo son y lo han sido todos los partidos que –felizmente– han nacido en los últimos años. En este tiempo de lo políticamente correcto y de las ideologías atomizadas en causas, pareciera que no existe otra forma de construir un movimiento político con sentido y vocación de poder. Que sería del PC de no haber logrado asociar su nombre a la imagen de las diputadas Vallejo y Cariola. Qué sería hoy de la DC si no se hubiesen mimetizado ideológicamente detrás de Bachelet. ¿Qué sería de todos los partidos de la Nueva Mayoría sin el carisma –hoy desahuciado– de la querida Presidenta?

No es fácil salir de los personalismos. Soy testigo intestino de los intentos de despersonalización que han hecho los partidos. De los esfuerzos de RD por levantar a otros militantes con profundos reportajes en la revista CARAS a otros militantes. Esfuerzos sin duda infructuosos, porque dudo que alguien más acá de la cota mil sepa quién es el Seba Depolo. Testigo también de los mil y un intentos del PRO por potenciar como figuras a los miembros de su directiva –ahora también se le critica por eso–. Al menos el partido de Boric sí lo logró, hay que reconocerlo. Y supo levantar como nueva figura a su mejor amigo, Sharp. Seamos cuerdos. Así como es inaudito pedir a RD que venga sin Jackson, a los autonomistas sin Boric, y a la Izquierda Autónoma sin el Seba Aylwin o el Andrés Fielbaum (WTF!), poner al PRO como condición que venga sin el Marco, no solo es más raro que perro verde, es también malintencionado.

Y la segunda parte del absurdo en realidad es un doble absurdo. Y es esto de pretender conformar un Frente Amplio no a partir de consignas sino de requisitos de membresía. Doble extravagancia porque, primero, la gracia de los movimientos sociales y políticos es que no son excluyentes (eso lo enseñan en primer año de Sociología). Los movimientos son, por definición, un grupo de personas que se unen detrás de 3 o 4 consignas. No pueden excluir. Uno puede ser chileno y estar resfriado, pero no puede estar chileno y ser resfriado. Es lo mismo con los movimientos. Si un movimiento instala consignas para invitar a todos los que se sientan representados con ellas, no pueden luego decirles a unos que sí pueden entrar, y a otros que no pueden entrar.

[cita tipo= «destaque»]Así las cosas, si quieres hacer un Frente Amplio debes saber que, instaladas las consignas, puede entrar el que se sienta identificado con ellas. Y que, si quieres instalar requisitos de membresía, ya no eres un Frente Amplio. Eres, simple y llanamente, un club.[/cita]

En un movimiento nadie se puede reservar los derechos de admisión, porque de otro modo no están convocando a un movimiento sino a un club. El mentado Frente Amplio uruguayo, en el cual el intento del chileno se inspira, se define como «una fuerza política de cambio, justicia social, progresista, democrática, popular, antioligárquica, con carácter de movimiento y sobre las bases del funcionamiento democrático y la unidad de acción». Vale decir, es una invitación a un montón de gente distinta, que probablemente nunca se invitarían a los matrimonios, pero a quienes sí los unen esas consignas resumibles en un párrafo. Es como Kafka y sus precursores. Ninguno se parece entre sí. Pero todos se parecen a Kafka.

«Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo», decía Marx (Groucho). Pero probablemente el excluido de Marx sí participaría en un movimiento social y marcharía por las calles con la alegría de los sueños y del porvenir. Porque, en un movimiento, nadie le pediría requisitos de admisión. Solo compartir sus ideales. Un movimiento no tiene membresía. El Frente Amplio chileno, en cambio, se constituye como movimiento a partir de requisitos de admisión. Luego, el mismo día en que ven la luz como movimiento, dejan de serlo para convertirse en un club. Y, como todo club, en tanto excluyentes, se vuelven, también, exclusivos.

¿Y cuál es el derecho de admisión para ser miembro del club del Frente Amplio?: el impolutismo. Vale decir, pasar por el cedazo reaccionario de esa ideología que transformó la transparencia y lo políticamente correcto en el centro de lo político. En la práctica, es excluir a cualquiera que haya participado en lo electoral de manera independiente y desde la izquierda en los últimos 20 años. Porque durante los últimos 20 años fue «normal» –porque era «lo legal»– que las campañas políticas fuesen financiadas por empresas privadas. Y que los políticos, sobre todo los de izquierda –y me refiero a los de izquierda con vocación de poder, no los de ONG–, tuviesen que comenzar su vocación pasando el sombrero para financiar su proyecto. Pero, claro, hoy es más valioso el currículo político en blanco de alguien que nunca se la jugó por nada, que el de todos los que se han quemado hasta los ojos tratando de hacer que las cosas cambien. Probablemente Guillier es el mejor ejemplo de esto.

Así las cosas, si quieres hacer un Frente Amplio debes saber que, instaladas las consignas, puede entrar el que se sienta identificado con ellas. Y que, si quieres instalar requisitos de membresía, ya no eres un Frente Amplio. Eres, simple y llanamente, un club.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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