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La falacia de los migrantes “buenos” y “malos”

Carol Chan
Por : Carol Chan Investigadora Postdoctoral, Programa Interdisciplinario de Estudios Migratorios, Universidad Alberto Hurtado
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Una encuesta hecha por el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) reveló que un 68,2% de los chilenos está a favor de “medidas que limiten el ingreso de los inmigrantes a Chile”. En general, esta actitud está basada en la idea de que Chile está “lleno” de migrantes y la percepción de que hoy día hay más personas “extrañas” o no-chilenos en los espacios públicos. Limitar el ingreso apunta a establecer una serie de filtros que permitan distinguir entre migrantes “buenos” y “malos”. Esta postura queda claramente expresada en la cita del presidente electo, Sebastián Piñera cuando señala “Chile debe estar abierto a recibir inmigrantes que aporten al desarrollo de nuestro país, pero debe cerrar absolutamente sus fronteras al narcotráfico, a la delincuencia, al contrabando, al crimen organizado y también a la inmigración ilegal”. La criminalización de la migración no es un tema nuevo en los discursos anti-inmigración, pese a que es por todos sabido que para acceder a una residencia se deben presentar antecedentes penales (lo que descarta la posibilidad de que personas con prontuario policial puedan obtener la residencia para vivir en Chile), y el hecho de que sólo el 1% de los inmigrantes ha sido detenido por un delito, cifra muy inferior al porcentaje correspondiente a la población nacional. Por otra parte, los inmigrantes constituyen un 2.7% de la población nacional, un porcentaje bajo en comparación con el promedio mundial que es al menos unas cuatro veces mayor.

Soy una inmigrante en Chile. Desde este lugar, creo que cuando la gente habla sobre “las problemáticas de migración”, están culpando a los migrantes de problemas estructurales y tensiones que existen en el país desde mucho antes que el reciente incremento en el número de migrantes. Es más, nosotros compartimos muchas de las preocupaciones que tienen los chilenos  y que forman parte de las preocupaciones mundiales: la precariedad y flexibilización del trabajo, la profundización de la desigualdad socio-económica, la inseguridad pública, y la inseguridad personal.

Desde la perspectiva de una inmigrante en Chile, creo que en muchos aspectos puedo ser considerada como alguien que aporta al país, es decir, una “buena migrante”. Tengo residencia permanente, educación universitaria, un trabajo académico, y además una afiliación personal con el país a través de mi esposo chileno y su familia. Pago mis impuestos y no tengo antecedentes penales. Sin embargo, hay gente que asume que la mayoría de los migrantes abusan del sistema de seguridad social, le quitan el trabajo a chilenos, o son criminales potenciales, sin siquiera conocer nada de su historia personal. Los constantes prejuicios y racismo hacia los migrantes afectan la vida cotidiana de todos nosotros, independiente de nuestro aporte y antecedentes individuales. Para los migrantes que no son europeos ni “blancos” (me incluyo, como chino-descendiente), los estereotipos generalmente no son positivos y nuestra aceptación queda condicionada a ser siempre un modelo de buena conducta, en donde el más mínimo error es castigado fuertemente con discriminación y el refuerzo de ideas preconcebidas del tipo “te dije que todos eran así”. Es por ello que frecuentemente experimento acoso racial y/o sexual en las calles, en las tiendas, y en el transporte público en Santiago, ciudad donde vivo.

[cita tipo=»destaque»]Diferenciar migrantes buenos y malos en función de su aporte económico y usarlo como argumento para restringir el ingreso al país, es sólo una forma más del racismo y xenofobia que se ha venido instalando en Chile.[/cita]

Diferenciar migrantes buenos y malos en función de su aporte económico y usarlo como argumento para restringir el ingreso al país, es sólo una forma más del racismo y xenofobia que se ha venido instalando en Chile. Resulta interesante comprender que estas categorías no son ni fijas ni predeterminadas, y que sólo obedecen a ciertas coyunturas políticas y económicas del momento. Quienes hoy resultan “deseables”, es decir, quienes han contribuido al desarrollo económico del país, como lo son los migrantes de china o del medio oriente (los llamados “turcos”), también esconden una historia  de grandes sacrificios y mucha discriminación. Hoy en día estos grupos en general no son considerados como problemáticos, ya que han generado nichos económicos y han demostrado ser “buenos empresarios”. Pero sabemos que los asiáticos y los árabes llegaron a Chile bajo condiciones difíciles, y con poco capital económico y social. En esa época hubo discursos sociales y políticos en la prensa nacional contra su “raza”. Su presencia se asociaba a enfermedades, falta de higiene e incivilización. A pesar de los insultos y desafíos que experimentaron, estos grupos lucharon para ser respetados y contar con la tranquilidad que hoy en día poseen en la sociedad chilena.

Es importante recordar esta historia porque para los miembros de grupos migrantes y minorías en el país, sabemos lo frágil que es la aceptación. En muchas partes del mundo, los chino-descendientes (como en Indonesia) o afro-descendientes (como en los E.E.U.U y Francia), son ciudadanos largamente asentados en estos territorios y sociedades. No obstante, en tiempos de crisis económica o política, ellos son los primeros en ser atacados o culpados por los problemas nacionales. Los mismos migrantes pueden ser “buenos” o “malos” en cualquier momento. De pronto, los “buenos” pueden pasar a ser culpados por la pobreza, violencia y desigualdad socio-económica. Y la clase política se beneficia perpetuando estas ideas.

Les ruego que no nos enfrentemos el uno al otro, ni nos comparemos en términos de “buenos y malos” entre haitianos, colombianos, venezolanos, dominicanos, peruanos, bolivianos, chinos, coreanos, entre muchos otros… La instrumentalización política de la migración generalmente ignora nuestros lazos afectivos, deseos, miedos, incertezas, y sinceros esfuerzos para vivir con dignidad. Es terrible pensar que nuestra aceptación no se base en nuestras  acciones o en nuestra condición de personas, sino que dependa en percepciones y prejuicios que están fuera de nuestro control. Solo puedo decir desde mi posición de privilegio relativo, que los discursos y lógica de migrantes “buenos” y “malos” son dañinas.

Los problemas sociales, económicos, y políticos no son nuestra culpa personal o individual. La violencia, la pobreza, y la diversidad no son temas nuevos en Chile, aunque ahora se manifiestan de una manera distinta. En vez de discutir sobre “migración”, enfoquémonos en la desigualdad salarial, la inseguridad pública, y la organización de los sistemas públicos de salud y educación (los cuales también los migrantes sustentan con su trabajo e impuestos). Empecemos a hablar desde un punto vista en común como residentes del mismo país.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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