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La tormenta perfecta sudamericana Opinión

La tormenta perfecta sudamericana

Gabriel Gaspar
Por : Gabriel Gaspar Cientista político, exembajador de Chile en Cuba y ex subsecretario de Defensa
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El horizonte cercano en Colombia será más polarización política.  Coexistirá con la crisis política venezolana.  Ambos fenómenos caminarán juntos en el segundo semestre de este año y no es aventurado decir que la frontera seguirá siendo un escenario en que, dados los elementos señalados, se combine contrabando, inmigración masiva y prejuicios de todo tipo. También es un escenario donde las organizaciones delictivas proliferan y desafían a las fuerzas de seguridad, cuando no las contaminan.


En el segundo semestre del año pueden converger dos procesos que juntos no pronostican tranquilidad. La continuidad de la crisis política venezolana sin solución política, por un lado, y la polarización en Colombia, por otro.

En efecto, las elecciones presidenciales en Venezuela no resolvieron la crisis. Ni la política ni la económica. Los principales actores no logran construir un espacio legitimado por todos, para resolver la aguda polarización. La oposición se dividió, y no puede construir una estrategia de salida. Por su parte, el Gobierno consiguió retener una parte importante de su electorado, pero no logra que su triunfo sea reconocido como legítimo por parte del resto de la sociedad.

Mientras tanto la hiperinflación, unida al desabastecimiento, erosiona la vida cotidiana. El tejido social se descompone y la seguridad se deteriora. La confluencia de todos estos factores y, sobre todo, la no visualización de luz al final del túnel, pueden incrementar el éxodo que ya se ha iniciado.

No pocos estrategos y analistas externos coinciden en señalar que el número de migrantes puede multiplicarse en los tiempos venideros. En Siria vivimos un fenómeno similar hace algunos años, cuando la guerra desarrolló su metástasis y millones de sirios buscaron refugio, o pretendieron llegar a Europa. ¿No es casual que, según dicen, funcionarios colombianos hayan visitado Turquía para conocer de esa experiencia. ¿Será Venezuela una Siria sudamericana en términos migratorios?

[cita tipo=»destaque»]La primera vuelta ha sido un fiel reflejo de este cuadro, corroborando un clima que arranca desde hace tiempo, pero que se hizo explícito cuando la ciudadanía rechazó en un referendo ratificar los Acuerdos de Paz, a inicios de octubre del 2016. El rechazo fue por menos de un 1% , pero fue elocuente porque nadie esperaba ese resultado, dejó políticamente cojo al Gobierno de Santos y potenció el capital político del ex Presidente Álvaro Uribe, principal impugnador de los Acuerdos.[/cita]

Buena parte de la comunidad internacional en el caso venezolano optó por tomar partido, en vez de buscar una solución a la crisis. Los países del ALBA han refrendado su solidaridad irrestricta con el régimen, mientras que las naciones del llamado Grupo de Lima se coordinan y alinean con la oposición.

En no pocas capitales latinoamericanas el tema Venezuela, más que un asunto de política exterior, se trata como uno doméstico para incidir en el debate interno, especialmente en tiempos de elecciones. Así, en especial los mecanismos multilaterales propios de la región, como Unasur, OEA, CELAC, han terminado por neutralizarse y carecen de una opinión colectiva frente al tema.

En el plano de las potencias, EE.UU. y la UE han condenado al régimen venezolano, al tiempo que China y Rusia han llamado a no meterse en sus asuntos internos. A estas alturas, solo organismos como las Naciones Unidas y especialmente sus agencias humanitarias, conservan una relativa capacidad de maniobra que podría ayudar a destrabar la situación.

La crisis venezolana está desbordando las fronteras y el principal país afectado es Colombia, pues por la larga frontera fluyen los emigrantes. Las estimaciones indican cerca de un millón en Colombia, y cifras menores pero crecientes en Brasil, Ecuador, Perú, Chile y Argentina. No menor es el arribo de migrantes venezolanos a las islas caribeñas más cercanas. Este flujo, como señaláramos anteriormente, puede incrementarse sustantivamente si la población no percibe un camino de solución.

Así, la crisis venezolana sin solución política a la vista, es un capítulo de lo que llamamos la “tormenta perfecta sudamericana”. El otro es el cuadro de polarización que se vive en Colombia, agudizado por la campaña presidencial en curso.

La primera vuelta ha sido un fiel reflejo de este cuadro, corroborando un clima que arranca desde hace tiempo, pero que se hizo explícito cuando la ciudadanía rechazó en un referendo ratificar los Acuerdos de Paz, a inicios de octubre del 2016. El rechazo fue por menos de un 1% , pero fue elocuente porque nadie esperaba ese resultado, dejó políticamente cojo al Gobierno de Santos y potenció el capital político del ex Presidente Álvaro Uribe, principal impugnador de los Acuerdos.

Los colombianos se dividieron  el 2016 entre el Sí y el No, y ganó el No. Aunque rápidamente el Gobierno negoció con las FARC una segunda versión de los Acuerdos, atendiendo a las principales críticas, que esta vez pasó por el Congreso y no se expuso a un segundo rechazo, la herida quedó. Para buena parte de la sociedad, el Gobierno no respetó la voluntad ciudadana, más allá del contenido de las propuestas.

Desde allí hasta hoy, el uribismo, encabezado por el Partido Centro Democrático, hizo de la crítica a los Acuerdos uno de sus ejes de oposición. Seamos justos, los uribistas no se oponen a la paz, lo que sucede es que en su entender la paz muy bien en cuanto al desarme y la amnistía a los guerrilleros, según ellos, debería juzgarse severamente a los comandantes. En su visión, se negoció demasiado.

Otro tema que surgió en la campaña fue Venezuela, y en especial, destacar la grave situación económica y política que ya describimos anteriormente. Lo principal sería frenar “el triunfo del castro-chavismo”, que obviamente, lo identificaron con la emergencia de la candidatura de Gustavo Petro.

Así, la campaña quedó rápidamente polarizada, y entremedio los candidatos de centro empezaron a perder terreno: el profesor Sergio Fajardo, candidato de una coalición verde donde participan importantes sectores de izquierda, así como el ex vicepresidente Germán Vargas Lleras, fogueado político cachaco, que reunió más de 4 millones de firmas para su inscripción, pero que el domingo 27 solo obtuvo poco más de un millón. Y más castigado fue el liberal Humberto De la Calle, negociador de los Acuerdos, que logró el peor resultado en su historia para el liberalismo en materia presidencial (contrasta con la gran bancada que obtuvo en marzo pasado).

El próximo 17 de junio los colombianos concurrirán a la segunda vuelta, que matemáticamente está abierta. Resta por ver cuántos colombianos acudirán, siempre desciende un poco la votación; además, todos se preguntan qué harán los votantes de Fajardo y Vargas. A primera vista, Duque, con su casi 40%, tiene una valla más asequible que Petro con su 25%.  Pero, como sabemos, las segundas vueltas son otra elección.

Lo que sí es cierto es que la polarización colombiana continuará, y eventualmente se acentúe. Es más que probable que desde hoy al 17 de junio la contienda se incremente. Las aprensiones crecerán. En sectores del empresariado ven con temor un eventual triunfo de la izquierda, que, en su óptica, sería mucho más organizada que la derecha y, sumando matemáticamente los votos de Fajardo y Petro, le dan una gran oportunidad. Ven expropiaciones y chavismo en el futuro. En la izquierda temen el retorno de la época de los paramilitares, el fin del proceso de paz.

La corrupción es otra de las preocupaciones que está presente transversalmente en la sociedad colombiana e incrementa la desconfianza con las elites y los partidos. Si alguien resultó derrotado en la primera vuelta, fueron las llamadas “maquinarias” partidarias y parlamentarias, mezcla del tradicional acarreo junto a fuertes dosis de clientelismo manejado por los operadores en las regiones. La votación de Fajardo es un buen ejemplo de ello, dado que se basó más en la opinión de sus seguidores.

Así, el horizonte cercano en Colombia será más polarización política. Coexistirá con la crisis política venezolana.  Ambos fenómenos caminarán juntos en el segundo semestre de este año y no es aventurado decir que la frontera seguirá siendo un escenario en que, dados los elementos señalados, se combine contrabando, inmigración masiva y prejuicios de todo tipo. También es un escenario donde las organizaciones delictivas proliferan y desafían a las fuerzas de seguridad, cuando no las contaminan.

Es probable que, al igual que en el resto de América latina, el Mundial imponga una sabrosa pausa, pero después se volverá a una realidad no fácil.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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