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Mujeres al frente: una crónica entre los escombros y las cenizas en Achupallas BRAGA Agencia UNO

Mujeres al frente: una crónica entre los escombros y las cenizas en Achupallas

Antonia Sepúlveda
Por : Antonia Sepúlveda Periodista en El Mostrador Braga.
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El Mostrador Braga visitó Achupallas, una de las zonas más golpeadas por el megaincendio en la Región de Valparaíso, conversando con voluntarias y mujeres jefas de hogar que están a la espera del retorno a clases de sus hijos “para volver a la normalidad”.


En medio de lo que una vez fue su hogar, Valeria Varas, de 42 años, y Fanny López, de 53, comparten sus testimonios tras el devastador incendio que arrasó con su comunidad. “Es muy terrible todo esto”, susurra Fanny con la voz entrecortada, mientras sus recuerdos evocan el crepitar de las llamas que provocaron desolación. Sin embargo, entre los escombros, surge una historia de solidaridad y esperanza, tejida con los hilos del apoyo mutuo.

Llegar hasta la calle Contulmo 107B, en Achupallas, Viña del Mar –lugar donde residen las protagonistas de esta historia– fue toda una odisea.

La calle se iba estrechando a medida que se avanzaba hacia una senda que terminaba casi a los pies del cerro. Para llegar a la zona, se debe bajar a pie. El aire estaba impregnado con un persistente olor a humo, un recordatorio constante de la devastación que había ocurrido allí. Los restos carbonizados de lo que una vez fueron edificaciones se alzaban como testigos de la tragedia.

“Imagina estar ahí, yo estaba esperando a que un melón se enfríe para poder comerlo, literalmente. Y de repente, en tres minutos, nos encontramos corriendo, todos juntos, en medio de la acción. Después, nos tocó volver a limpiar todo el desorden, y en ese proceso, tuvimos que separarnos de nuestros hijos. Yo pasé una semana lejos de él, teniendo que llevarlo hasta San Felipe, ya que aquí no tengo familia cerca”, relata Fanny López, quien tiene un hijo de 12 años llamado Vasco.

La ministra de la Mujer, Antonia Orellana, reveló que el 55% de las familias afectadas por los incendios en Valparaíso está liderado por mujeres jefas de hogar, una realidad que no se mantiene ajena en los casos de Fanny y Valeria Varas.

De momento, a Vasco le queda volver a clases en la primera semana de marzo. “La idea es que los niños vuelvan al colegio, porque volverían a una rutina, y quizás entre ellos se comentarían y desahogarían su vivencia”, comenta Fanny. Los colegios de Vasco y las tres hijas de Valeria se han puesto con buzos para que los chicos asistan a clases. 

Valeria y Fanny recuerdan cómo, en medio del caos y la confusión, sus vecinos se convirtieron en su salvación. “Hay que unirse más con los vecinos”, reflexiona Valeria, mientras evoca la generosidad y el espíritu colaborativo que surgieron en los momentos más oscuros. En su relato, se entremezclan nombres y rostros de aquellos que se unieron en la lucha contra el fuego, demostrando que, en tiempos de crisis, la comunidad se convierte en el verdadero refugio.

“Nosotros siempre hemos sido bien organizados”, señala Fanny, recordando cómo, incluso en medio del caos, encontraron fuerzas para mantener la calma y trabajar juntos hacia la recuperación. Cada gesto de ayuda y solidaridad se convierte en un faro de esperanza en medio de la oscuridad, recordándoles que, aunque las llamas consuman sus pertenencias, no podrán destruir su esencia.

Pero detrás de la fortaleza exterior y las sonrisas valientes, yace el peso del dolor y la pérdida. “Lo peor viene en las noches, con el silencio, cuando recuerdo ese día. Es terrible, hay gente que lloraba, quemándose. Es una cosa horrible”, relata Fanny. Sus palabras son un eco de la angustia que aún persiste en sus corazones, una herida que solo el tiempo podrá mitigar.

Cabe destacar, que los vecinos de la zona afirmaron que no se han instalado guardias en las noches. “También se están metiendo tipos a tomarse aquí los terrenos y algunos andan armados, llegan a dar miedo por las quebradas”, comenta Fanny. “Las Fuerzas Armadas solo están durante el día, inclusive hay una cuadrilla aquí que se está quedando, pero son los voluntarios los que hacen de guardia en la noche”, agrega.

Sin embargo, a medida que avanzan en su relato, también emergen lecciones de aprendizaje y crecimiento. “Hay personas que nos han donado ropa rota, mojada”, comenta Valeria, “uno no usa ropa nueva aquí, no estamos pidiendo eso, pero es como humillante”, comenta Valeria con angustia, reflexionando sobre la importancia de la humildad en medio de la adversidad. “Yo vi esa ropa mojada, hasta vestidos de fiesta, o tacos, ¿quién va a usar esa ropa?”, agrega Valeria.

De un momento a otro, comenzó la lluvia, que en otro instante habría sido una bendición bienvenida para extinguir las llamas voraces, pero que ahora parece traer consigo una tristeza adicional. “Es desgarrador”, susurra Valeria, mientras observa con tristeza el desolado paisaje a su alrededor. “Muchos de nuestros vecinos todavía no tienen un techo sobre sus cabezas”, agrega Fanny. Gracias a los voluntarios, Fanny tiene una mediagua que le permite refugiarse del calor abrasador durante el día y del frío durante la noche, pero aquella no ha sido la fortuna de todos los habitantes.

El contraste entre la lluvia que cae y las viviendas destruidas es un recordatorio vívido de la urgencia de la situación y la necesidad imperante de una ayuda estatal más efectiva y oportuna. A medida que las gotas de lluvia se deslizan por sus rostros cansados, Valeria y Fanny reflexionan sobre la injusticia de una situación en la que tantos de sus vecinos siguen sufriendo las consecuencias de la negligencia gubernamental.

Según comentan ambas vecinas, las primeras semanas llegaban camiones privados con ayuda a la plaza de la zona, pero debido a que sus viviendas se encuentran casi al borde de la quebrada, en el último perímetro del cerro, cuando lograban llegar hasta arriba “nosotros nos quedábamos sin nada. Llegaron carretillas, cosas así, pero teníamos que movernos para otro lado”, comentan. “No podíamos subir porque estábamos ocupados”. Asimismo, tampoco les instalaron inmediatamente un baño. “El tema del baño no sabe lo que ha sido, porque hace unas semanas, vino un señor del Ministerio de Minería, diciendo que nos iban a poner unos módulos con duchas y baños”. Les instalaron baños químicos, pero varios días después de la catástrofe. 

A pesar de la tristeza que les causa la lluvia, las dos mujeres encuentran consuelo en la solidaridad y el apoyo mutuo que han encontrado entre ellos. “Nos tenemos el uno al otro”, murmura Valeria, con una mirada de determinación en sus ojos. “Y juntos seguiremos luchando hasta que cada uno de nosotros tenga un lugar al que llamar hogar de nuevo”, concluye Fanny, con un gesto de solidaridad hacia sus vecinos, que aún esperan por la ayuda que tanto necesitan.

Al final de nuestra conversación, Valeria y Fanny se despiden con una mirada llena de determinación y esperanza. A pesar del dolor y la pérdida, su espíritu indomable sigue ardiendo, alimentado por la certeza de que, juntos, pueden enfrentar cualquier desafío que la vida les depare. 

El pueblo levanta al pueblo

En medio del caos, Jennifer Vázquez (25), estudiante de Prevención de Riesgos, encontró una oportunidad para marcar la diferencia. Su historia se teje entre escombros y esperanza, en un relato de solidaridad y esfuerzo comunitario.

Desde el primer momento, Jennifer se sumó a un incipiente grupo de voluntarios que, tras la retirada repentina de la presidenta por el miedo desatado, quedó a la deriva. Con determinación, ella y Liliana tomaron las riendas y comenzaron a organizar la ayuda.

Ubicados en Santiago, pero con voluntarios provenientes de diversas regiones, el grupo se enfrentó a la cruda realidad del desastre. La sorpresa de los vecinos al ver mujeres liderando las labores de reconstrucción y limpieza fue un reflejo de la ruptura de estereotipos y del impacto positivo que generaron.

La solidaridad no conoce límites para este equipo. Desde la limpieza de escombros hasta la entrega de kits de supervivencia, cada acción está guiada por el deseo de hacer una diferencia en la vida de quienes lo han perdido todo.

El trabajo en equipo es fundamental. Con integrantes desde los 16 hasta los 75 años, el voluntariado es un crisol de habilidades y experiencias. Psicólogos, enfermeros, veterinarios, constructores y más se unen en una red de apoyo sin precedentes, aunque la particularidad de este voluntariado recae en que son mayoritariamente mujeres. 

Pero el camino hacia la reconstrucción es largo y arduo. Con una estimación de año y medio para completar la tarea, el grupo se enfrenta a desafíos constantes. La coordinación de recursos, la cotización de materiales y la planificación estratégica son solo algunas de las tareas que ocupan sus días.

A medida que el tiempo avanza, la comunidad se une en torno a la esperanza de un futuro mejor. La solidaridad se convierte en el motor que impulsa cada acción, recordando a todos que, incluso en los momentos más oscuros, la luz de la humanidad brilla con fuerza.

“Cada mano cuenta, cada día de trabajo nos acerca un poco más a la meta. Invito a todos a unirse a esta causa y ser parte del cambio”, concluye Jennifer.

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