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Brigitte Bardot: adiós a un ícono de libertad que nunca se sintió feminista BRAGA

Brigitte Bardot: adiós a un ícono de libertad que nunca se sintió feminista

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Ícono absoluto del cine francés, Brigitte Bardot encarnó una libertad femenina inédita en los años 50 y 60, aunque nunca se identificó con el feminismo y terminó confrontando abiertamente varias de sus luchas contemporáneas.


El mundo del cine y la cultura global despide a Brigitte Bardot, la actriz francesa que se convirtió en sinónimo de liberación femenina y revolución estética, fallecida a los 91 años. Amada, cuestionada y profundamente influyente, Bardot deja un legado tan poderoso como contradictorio: fue un símbolo de libertad para millones de mujeres, aunque nunca se reconoció como feminista y, de hecho, rechazó abiertamente ese movimiento.

Bardot —conocida internacionalmente como “B.B.”— alcanzó la fama en las décadas de 1950 y 1960, especialmente tras su papel en Y Dios creó a la mujer (1956), película que la catapultó a la escena mundial y la transformó en un emblema de sensualidad, espontaneidad y desafío a las convenciones morales de la época. Y si bien en alguna época fue vista por parte de la prensa conservadora como “una gran pecadora e incluso una prostituta”, su figura fue una revolución en aquella Francia que empezaba a recobrase de la Segunda Guerra Mundial.

Un símbolo de libertad femenina

Para varias generaciones, Bardot representó algo inédito: una mujer que se movía, hablaba y vivía de acuerdo con su deseo, rompiendo con los modelos tradicionales de sumisión femenina. Fue objeto de adoración masiva, pero también de reflexión cultural. Sin una militancia explícita, su sola presencia contribuyó a cuestionar las normas de género en la Francia de la posguerra.

Intelectuales como Simone de Beauvoir la analizaron como un fenómeno cultural que proponía nuevas formas de entender la feminidad, la sexualidad y la autonomía.

“Marguerite Duras y Simone de Beauvoir escribieron sobre ella. Beauvoir, en un artículo en la revista estadounidense ‘Esquire’ de 1958, elogiaba a Bardot por considerar que representa una libertad sexual que desafía al patriarcado”, dijo hace un tiempo a EFE Antoine de Baecque, historiador del cine que publicó a inicios de este año ‘Bardot’.

Bardot desbordó los moldes tradicionales de representación de la mujer en el cine: no era la esposa abnegada ni la musa silenciosa, sino una figura libre, impredecible y profundamente autónoma. Ese impacto la situó como una líder simbólica en la conversación sobre las libertades femeninas del siglo XX, aun cuando ella nunca buscó ocupar ese lugar.

Cuestionamientos al feminismo organizado

Sin embargo, la historia de Bardot como figura femenina fuerte no fue lineal ni exenta de tensiones. Reconoció públicamente haber abortado en dos ocasiones, la primera a los 17 años. Pero a diferencia de otras mujeres influyentes de su tiempo, rechazó siempre identificarse con el feminismo organizado, distanciándose de la militancia colectiva y de las agendas políticas del movimiento.

Su postura fue la de una libertad radicalmente individualista: vivió según sus propios términos, priorizando su autonomía personal por sobre cualquier causa colectiva. Esa visión la alejó de las corrientes feministas que entendían la emancipación como una lucha estructural y compartida.

Las tensiones se hicieron especialmente visibles durante el auge del movimiento #MeToo en Francia. Bardot minimizó las denuncias de abuso y acoso sexual en la industria cinematográfica, afirmando que muchas actrices “seducen a los productores para conseguir un papel”. En una entrevista con Paris Match, calificó muchas de estas denuncias como “casos hipócritas” y sostuvo que, posteriormente, “para que se hable de ellas, cuentan que han sido objeto de abusos”.

Después, para que se hable de ellas, cuentan que han sido objeto de abusos. Es un hecho que más que beneficiarles las perjudica”, declaró entonces, agregando que la polémica “ocupa el lugar de temas importantes sobre los que habría que debatir”.

Bardot argumentó incluso desde su propia experiencia personal: “Yo nunca he sido víctima de acoso sexual. Y me parecía encantador que me dijeran que era guapa o que tenía un buen culito. Este tipo de piropo es agradable”, afirmó, declaraciones que generaron un fuerte rechazo desde amplios sectores feministas.

La actriz también apoyó el manifiesto firmado por un centenar de mujeres francesas —entre ellas Catherine Deneuve— que criticaron lo que llamaron el “puritanismo” del #MeToo, defendiendo la galantería y el coqueteo como parte de la seducción.

En una de sus últimas entrevistas televisivas, Bardot volvió a marcar distancia: “El feminismo no es lo mío. Personalmente, me gustan los hombres”, dijo, al tiempo que salió en defensa del actor Gérard Depardieu, cuestionando que “personas con talento” fueran “relegadas a la mazmorra más profunda” por acusaciones de conducta inapropiada.

Más allá del cine: activismo animal y polémicas públicas

Tras retirarse de la actuación en 1973, Bardot volcó su energía al activismo por los derechos de los animales. En 1986 fundó la Fundación Brigitte Bardot, desde donde lideró campañas internacionales contra la caza de focas, el maltrato animal y el tráfico de especies, convirtiéndose en una de las voces más influyentes del animalismo europeo.

No obstante, su trayectoria pública continuó marcada por polémicas y posturas que la distanciaron aún más del feminismo contemporáneo. A partir de los años 90, y con mayor fuerza en el siglo XXI, Bardot adoptó un discurso cada vez más frontal y provocador en temas sociales y políticos, alejándose del consenso cultural progresista que alguna vez la celebró.

Para la líder ultraderechista francesa Marine Le Pen, la artista fue “extraordinariamente francesa” y alabó el combate en favor de la protección de los animales que emprendió tras retirarse del cine en 1973. Y es que Bardot mostró en diversas ocasiones sus afinidades ideológicas con Le Pen.

Sus opiniones sobre inmigración, religión, feminismo y denuncias por abuso sexual fueron calificadas reiteradamente como conservadoras, y en algunos casos le valieron sanciones en Francia. Entre 1997 y el 2008, Bardot fue condenada judicialmente en cinco ocasiones con multas económicas por ciertos comentarios y declaraciones de incitación al odio, sobre todo en contra de los musulmanes.

Estas posiciones complejizaron su figura pública y tensionaron el legado que había encarnado de una libertad radical que terminó convertida, para muchos, en una voz incómoda y contradictoria frente a las luchas contemporáneas por la igualdad y los derechos humanos.

Un legado incómodo y difícil de encasillar

La muerte de Brigitte Bardot deja un legado profundamente contradictorio: una mujer que fue faro de libertad estética y ruptura social en su juventud, pero que se mantuvo al margen —y en ocasiones en abierta oposición— a las luchas feministas colectivas; una activista incansable por los animales, pero una figura incómoda frente a las demandas contemporáneas de igualdad de género.

Hoy, su liderazgo como mujer no se mide solo por su impacto en el cine, la moda o la cultura pop, sino por haber encarnado una libertad personal sin concesiones, incluso cuando esa libertad entró en conflicto con los movimientos que, paradójicamente, ayudó a inspirar.

Su vida invita a reflexionar sobre cómo se construyen los símbolos de emancipación, sobre la tensión entre libertad individual y causas colectivas, y sobre los límites —y las contradicciones— de los íconos culturales cuando se enfrentan a la complejidad de su tiempo.

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