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Masculinidades: la deuda pendiente en la prevención de las violencias de género Yo opino Créditos: Agencia Uno.

Masculinidades: la deuda pendiente en la prevención de las violencias de género

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Tatiana Paiva
Por : Tatiana Paiva Psicóloga encargada de la Oficina de Género y Diversidad de la Universidad Católica Silva Henríquez.
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Hace un tiempo, dos imágenes virales lo han dejado claro: una mandataria de un país que sufre acoso sexual mientras saluda a ciudadanas en la vía pública, una candidata de un certamen internacional humillada en un escenario global. Ambas situaciones exponen la misma lógica: violencias hacia mujeres.


La universidad como espejo social.

La universidad, ese espacio que debiera encarnar la pluralidad del pensamiento y la convivencia democrática, también reproduce las violencias y discriminaciones de género que atraviesan nuestra sociedad, pero a la vez son espacios de disputa y posibilidad, donde las resistencias coexisten con esfuerzos de transformación. En Chile, las tomas feministas de 2018 marcaron un antes y un después en las instituciones de educación superior. Aquellas movilizaciones no solo denunciaron el acoso sexual, la violencia y discriminación por razones de género, sino que exigieron una transformación estructural, el fin de la educación sexista y la creación de protocolos que garantizaran una educación superior libre de violencia.

De ese proceso surgió la Ley 21.369, la que fue promulgada en 2021, que regula el acoso sexual, la violencia y la discriminación de género en las instituciones de educación superior. Una ley necesaria y esperada, que puso en la agenda la prevención, investigación y sanción de las violencias.
Sin embargo, luego de tres años de su implementación, cabe preguntarse: ¿se ha puesto el foco donde realmente se requiere?

En la práctica, la aplicación de la ley ha privilegiado los mecanismos de investigación y sanción, consolidando un enfoque punitivo antes que preventivo. Si bien el fortalecimiento de los mecanismos de investigación y sanción era indispensable, su predominio ha debilitado la dimensión educativa.

Mientras las estrategias formativas se han concentrado en mujeres y diversidades sexo-género, quienes son convocadas una y otra vez a espacios de empoderamiento y acompañamiento, los varones, y sus modelos tradicionales de masculinidad, continúan siendo el gran ausente.

Esta ausencia no es menor. Implica un costo emocional para las mujeres y diversidades cuando la carga preventiva recae siempre sobre ellas. Supone mantener intacto el núcleo desde donde se reproducen las violencias: las formas tradicionales de ser hombre, de ejercer el poder, de entender la afectividad y el control. ¿Por qué seguimos formando y acompañando solo a quienes padecen las violencias y no a quienes podrían y deberían transformarlas desde su origen?

La evidencia internacional, como señalan Gary Barker y Francisco Aguayo (2012), muestra que los programas de masculinidades aún son incipientes, pero indispensables para avanzar hacia la igualdad. No se trata de victimizar a los varones, sino de responsabilizarlos colectivamente de un cambio cultural que también los libere del mandato patriarcal que daña a todas las personas.

En América Latina existen hace más de treinta años estudios sobre masculinidades, relacionadas a salud mental, paternidades, violencia doméstica o sexualidad, pero ese conocimiento no ha logrado permear la política pública. Aún se asocia “género” con “mujeres” y/o “comunidad LGBTIQA+”, reforzando una visión parcial que impide abordar el problema de raíz.

Lo que falta es un trabajo sostenido, integral y comunitario que convoque a los hombresdesde el diálogo, la educación emocional, la reflexión ética y el compromiso social.

Como propone el Instituto de Masculinidades y Cambio Social (Fabbri, Chiodi y de Stéfano Barbero, 2022), es necesario desarrollar programas que involucren a los varones en la corresponsabilidad del cuidado, la salud sexual y reproductiva, y la prevención de las violencias, el cuestionamiento del machismo, el patriarcado, el sexismo, la misoginia y la homofobia, abarcando a los varones a lo largo de todo su ciclo vital. Esta propuesta no es solo un cambio de enfoque, es el llamado a una transformación cultural.

Aún estamos a tiempo de cambiar el rumbo. Incorporar a los hombres en la prevención de las violencias de género no significa desplazar a las mujeres ni relativizar las desigualdades históricas; significa ensanchar el horizonte de la justicia social.

Educar en masculinidades es apostar por vínculos basados en el respeto, los cuidados, la corresponsabilidad y la ternura; es comprender que el cuidado también es una forma de poder, pero de un poder que repara y transforma. Es una pieza estructural para desmantelar las violencias de género.

Si logramos que la prevención deje de ser tarea de algunas y se convierta en responsabilidad de todas las personas, quizás podamos cumplir la promesa que inspiró al mayo feminista: una sociedad que educa antes de castigar, que dialoga antes de violentar y que reconoce en la igualdad la base de su humanidad compartida.

Las instituciones de educación superior tienen el deber ético de liderar este cambio cultural.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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