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La risa de Samú Ensayo

La risa de Samú

Sergio Witto Mättig es académico de la Universidad Andrés Bello


ensayo

‘Quien se ha criado entre montañas sabe realizar un esfuerzo adicional para contemplar el horizonte’. Tzunto intentaba explicarse teniendo a sus espaldas la cadena de los Himalayas. Había conocido a Francisco Varela ¾nunca supe si a través de sus libros o por haberlo acompañado por Kali Gandaki. El suyo era un relato que se volvía confuso si se adentraba por el territorio de la verificación. Tzunto unió su destino a un grupo de vagabundos que lo acogió con generosidad. Recorrió Europa entre noruegos, australianos y alemanes. Perfeccionó su inglés, se dio a leer cuanto pudo, se hizo afecto a conceptos tan extraños como el mar que lamía las costas de Ibiza o las noches centelleantes de Amsterdam. Pero a medida que multiplicaba sus lecturas no pudo evitar la circularidad persistente de la memoria. Cada vez que abría un libro el recuerdo de Samú lo devolvía a Khambachen donde la había visto por primera vez. Samú tenía la costumbre de preguntarle a su padre por sus antepasados: pastores, agricultores, devotos, porteadores, mendigos. Pero la peculiaridad de Samú consistía en su risa. No había historia que se resistiera a ese gesto militante y descreído. Samú se burlaba de la fe de los antiguos. Heredera de Marx, las palabras de Tzunto le parecían como sacadas de un mandala tosco y elemental. Aún así, él no dejaba de evocar su presencia, ella se abría paso en las bibliotecas y antes que el sueño desabrochara su nexo con la consciencia. Por las mañanas Tzunto se sentía como los flamencos que no alcanzan a remontar el Sagarmatha a fin de aparearse en las riveras del Indo.

Tzunto regresó a Nepal mucho antes que avistara esa geografía celeste y que sus pasos volvieran a desafiar, diez años más viejo, el frío y la altura. Dio un rodeo por la astronomía pero finalmente se le impuso la necesidad de examinar los modos del conocimiento ¾los demonios que acosan el alma humana, según sus propias palabras. Hacía parte del juego no tanto la sobrevida de las creencias sino la posibilidad de saber si sus variaciones podían ser soportadas por el lenguaje. Era improbable, sin embargo, que una experiencia de este tipo obedeciera a enunciados devenidos autoinmunes por la sencilla razón que en el viviente humano no existiría ninguna acción recíproca propiamente tal si no es la de confinar una alteridad extrema cuyo sentido parece exceder, todas las veces, los límites impuestos por el sentido común. Eran esos límites variables sobre los cuales descansaban los argumentos de Samú al momento de defender ¾sin considerar los diversos destinos de su articulación material¾ el estatuto militante de la risa. Si la risa de Samú constituía un signo y este una serie que expresaba algo, nada impedía considerar dicha ampliación como un movimiento sujeto al tiempo de la naturaleza. La creencia bien podía conjugar una diversidad de fórmulas trabadas en una combinatoria compleja. Al hilo de tal razonamiento se debía probar si el significante-risa encerraba algún privilegio especial porque, en los hechos, derivar el sentido de la verdad hacia las posibilidades de la expresión, equivale a afirmar que el lenguaje ha perdido sus prerrogativas universales.

Tzunto sospechaba que la risa de Samú producía una sumatoria infinita y amorfa que no dejaba de abonarse a la lógica del presente ¾Nepal era gobernado por una monarquía que no contemplaba la participación ni la justicia y ello no era indiferente a la microfísica de su mueca. Esto es lo que producía el nombre sagrado de Dios habiendo encriptado, en la risa de de Samú ¾la más atea de todas¾ la huella de su paso. Era necesario interrogar, en consecuencia, aquella hipóstasis donde el mundo ha comenzado significando antes de saber lo que significa. Tzunto se dejaba persuadir por el trabajo de Maturana en el campo de la percepción porque rompía con la idea comúnmente aceptada según la cual el sistema nervioso cumple una función meramente pasiva al momento de procesar las dimensiones físicas del estímulo. El conocimiento ha podido desplegarse en referencia a un sistema nervioso que opera como límite de la actividad neuronal. No podía eximirse de las exigencias esgrimidas contemporáneamente por la biología. Orientado por un sinnúmero de tecnologías parciales, en ese campo era posible formular leyes que obedecieran a un carácter sistémico como alternativa frente a cualquier reduccionismo. Ello apuntaba a una resistencia a título de la especie. Pero el ademán de una actualidad dependiente de las grandes series ¾ya sean estadísticas o que reivindiquen el sentir de una mayoría siempre anónima¾ se estrella con la paradoja que guarda toda evidencia: el ocultamiento del antecedente, en suma, del carácter aleatorio de todo hallazgo.

Tzunto encuentra en el concepto de autopoiesis la clave del asunto. La risa de Samú se explicaba en tanto montaje organizado que alcanza su unidad en un tejido productivo de componentes diversos. Acopiaba relaciones interactivas, transformaciones permanentes y la existencia de una estructura maquínica concreta. No era extraño, entonces, que Samú perseverase en su afán por revocar el orden de la serie consecuente. Y es posible que Tzunto haya previsto tal exigencia al admitir ese rasgo discontinuo subsumido tras el advenimiento de la repetición. Su obra quizás sea un ejercicio perdido en el laberinto epistemológico de la verdad. Enfrentado a una época en la que el tiempo del psiquismo se mide con un sinnúmero de prótesis ad-hoc, Tzunto  gustaba referirse a la invariabilidad del ahora como límite actual de una narrativa que se desglosa, todas las veces, de un orden por venir. Lo actual nace de la comparecencia del mundo con sus segmentos constituyentes; dicha simultaneidad incluye la globalización puesto que el carácter temporal que lo consigna, convoca todos los entes en el ahora de la presencia. El rasgo más inadministrable de su desvelo, aquel que lo hirió con la potencia de la ruptura y la afirmación, invocaba un saber que depone su temporalidad histórica en favor de una demanda que se organiza en la contingencia, esto es, en la divisa de un ahora que ya no se identifica con el lleno vulgar de lo evidente, sino con el decir que se manifiesta al son de la fraternidad.

 

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