Uno de los proyectos seleccionados fue «Cabeza de loro», una investigación artística que involucró a expertos en ornitología y amantes del avistamiento de aves en Valparaíso, así como la colaboración de audiomapa.org. La residencia se sostuvo en torno a la apropiación imaginaria de la especie del loro Myiopsittamonachus, más conocida como cotorra argentina.
Luego de casi una semana de actividades en distintos puntos de la ciudad, finalizó el Festival de Arte Sonoro TSONAMI con la presentación en el Parque Cultural de Valparaíso, de los cinco proyectos que se desarrollaron durante la residencia “Lugar, escucha y registro”, proceso que se extendió por dos semanas, comenzando el pasado 25 de noviembre.
Además de la presentación de cada proyecto se montó una exhibición colectiva en la sala aledaña a la Sala de Documentación del PCdV que estará disponible para visitas de público hasta el 20 de diciembre.El proceso de coordinación y mediación de los procesos/proyectos estuvo a cargo de la plataforma y equipo de trabajo de arte contemporáneo coordinado por Pía Michelle, que recibieron cerca de 50 postulaciones.
Sobre los proyectos destaca el de «Cabeza de loro», una investigación artística que involucró a expertos en ornitología y amantes del avistamiento de aves en Valparaíso, así como la colaboración de audiomapa.org. La residencia se sostuvo en torno a la apropiación imaginaria de la especie del loro Myiopsittamonachus, más conocida como cotorra argentina, avistada tanto en el hospital psiquiátrico de Playa Ancha como en el de Borda en Buenos Aires.
Por su parte, el mexicano Marte Roel presentó “La plasticidad del idioma: el escucha en tránsito”, una experiencia de escucha atenta sobre las melodías del habla en Valparaíso, centrado en los acentos como característica primordial de cada región y cómo generan una especie de cantar, melodías del habla abstraídas del contenido.
En cuanto a la española Merche Blasco, su residencia la orientó buscando hacer audible diversos paisajes sonoros, tales como un registro submarino de Valparaíso en el cual se distingue un sonido como de algo que se fríe, parecido a cuando una cabrita eclosiona, que puede adjudicarse a un tipo de jaiba que crea una burbuja de aire que revienta con sus pinzas, una especie de arma sónica con la que espanta a sus depredadores. Además realizó grabaciones sonoras de los buques, los lanchones y las comunicaciones entre barcos, así como también efectuó una acción con los radioaficionados de la ciudad.
Por su parte, el chileno Felipe Gutiérrez se inspiró en el concepto de sinestesia para su proyecto de residencia, que consistió en la creación de una máquina que lee la textura del piso y la convierte en sonido; de esta manera recorrió con ella distintas calles y lugares de la ciudad como el cerro Lecheros y la avenida Errázuriz. Cada baldosa, adoquín o grieta entregaba un sonido particular. Según Gutiérrez, “quería regalar a la ciudad un poco más de ruido del que ya tiene, hice música concreta con el concreto”, concluyó.
Finalmente, la chilena Magdalena Chiffelle se dedicó a capturar sonidos ocultos de la ciudad, específicamente los provenientes de aguas subterráneas, captándolos mayormente en el encuentro de distintas cámaras bajo tierra, como las de calle Ferrari o las de Avenida Francia. Paseando por la ciudad encontró también cierto tipo de lenguaje entre las distintas tapas de los servicios de luz, agua, cable, etc.