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Crítica de cine: “Magallanes”, tan fuerte como el amor Una película de Salvador del Solar

Crítica de cine: “Magallanes”, tan fuerte como el amor

No parece una ópera prima, el filme de este experimentado actor y debutante director peruano, un nombre para empezar a tener muy en cuenta de cara al futuro próximo, de la industria audiovisual hispanoamericana. Basado en un relato del escritor limeño Alonso Cueto, y entregada a una cámara con un notable sentido estético de la geografía diegética que aspira a encuadrar, y de los giros y decisiones que requiere a fin de lograrlo, el siguiente título, protagonizado por Damián Alcázar y Magaly Solier, y con una valiosa banda sonora compuesta por Federico Jusid, corresponde a un thriller policial arrebatador e inolvidable.


“La soledad conoce sus caminos”.
Pedro Lastra, en Transparencias

El entrecruzamiento misterioso de la vida (una frase común en estos textos). Los suburbios de Lima, un taxi, y años después de la guerra civil entre el ejército regular y el grupo Sendero Luminoso, en la Sierra del país (Ayacucho), y un hombre en edad madura, y una atractiva treintañera de origen quechua, se reencuentran inesperadamente. Sólo él la reconoce, y se “desarma”: ambos guardan un secreto que los une y les ligará para siempre. Se separan, pero se volverán a ver. Está escrito y rodado.

La cámara se desliza, mientras Magallanes (el rol de Santiago Alcázar), sufre la emocionalidad y el fervor del instante, del pasado que regresa para su desdicha: el lente retrata ese vaivén interno, ese desorden psicológico, la culpa y la vergüenza que lo persiguen. Detrás: los cordones montañosos terrosos de Los Cóndores, las casas sencillas, el clima templado y vespertino, en un adelanto de la humedad que vendrá desde el Pacífico, cuando oscurezca totalmente en Lima, la capital del Perú.

Salvador del Solar (1970) tiene una importante reputación como actor profesional en el cine y en la televisión de su país, y Magallanes (2015), es su primera película, una producción que lo ha transformado en una revelación tanto en el circuito local, como en el latinoamericano: su obra, además de ser bastante conquistada audiovisualmente, posee garra artística (los tópicos que trata el guión son profundos y desgarradores), y la calidad del elenco interpretativo, se encuentra fuera de discusión: el mencionado Alcázar, Christian Meier (quien encarna a un exitoso abogado), Magaly Solier (Celina), y el argentino Federico Luppi (el Coronel). El libreto, a su vez, representa una adaptación de la novela breve del narrador Alonso Cueto, titulada La pasajera (2015).

El sutil y constante movimiento de la cámara. Una estrategia dramática y argumental: la historia pertenece al género de un thriller (apasionante, persistente en su intensidad de principio a fin), y esos estímulos ambientales y literarios, generan reacciones en el desarrollo de la trama, y por supuesto, sobre los caracteres de los personajes. Surgen entonces planes, ideas, contradicciones, revelaciones sentimentales, aparecen situaciones inesperadas, y el lente se hunde (de “piquero”) en esa dinámica inherente a la velocidad de esas cosas: de las que ocurren afuera, y de las que acontecen adentro.

Para ser una ópera prima, el oficio de Del Solar evidencia un pensamiento cinematográfico, y meditado, con la espera y la tranquilidad que sólo otorgan el transcurso de los años y del tiempo. Así como un escritor resuelve descripciones y situaciones argumentales con palabras, verbos, adjetivos, conectores que crean una realidad convincente, creíble y paralela, un buen cineasta efectúa idéntico proceso intelectual, con la libertad que le entregan los desplazamientos de su encuadre fotográfico. Dónde situar la cámara, hacia qué posición o punto trasladarla, son decisiones que emanan de un hecho “natural”, que se alimenta y se forja con la laboriosidad: se llama talento audiovisual.

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El uso del factor lumínico. El director no elude la luz “quemada” de las calles de Lima, resplandecientes por la proximidad y el brillo del océano Pacífico (que uno siente cuando lee las novelas de Vargas Llosa, de Bryce, del primer Bayly, y del citado Alonso Cueto, por ejemplo), y semejantes a las de la ciudad chilena y también costera, de La Serena: de mañana, de día, tarde, o de noche, el departamento de cinematografía presenta un producto técnico, en esa línea, de altísimo nivel. La factura compositiva de los encuadres, y la manipulación que se hace de ese esquivo elemento ambiental (la luz), corresponden a un encaje pictórico, conforme a la elaboración de un artesano.

Alcázar y sus compañeros transitan por diversos estados anímicos y prácticos, los que se complementan con las variantes que ofrece la dirección artística, el avance de las fases argumentales del libreto, y el afán seguro, confiado, y con una intencionalidad audiovisual y estética trazadas, obra y gracia de su realizador (Del Solar), de la cámara: el concepto de cambio hermenéutico que guarda permanentemente la acción cinematográfica, interpretada y unida a la esencia de este título, con la rapidez electrizante y cautivante, dramáticamente, del género negro y policial.

A lo largo de su obra literaria, el escritor Alonso Cueto ha sido un crítico feroz del decenio del ex Presidente peruano Alberto Fujimori (1990-2000), y de las tácticas políticas que empleó junto a su otrora jefe de Inteligencia, Vladimiro Montesinos, con el propósito de combatir las ofensivas de las guerrillas revolucionarias, incardinadas en la Sierra y en el sur del país, de preferencia, pero que incluso tuvieron en vilo a la institucionalidad de la nación incaica, y que ostentaron la capacidad de perpetrar sonados ataques, atentados, y secuestros masivos, durante la década de 1980, e incluso en los “tranquilos” años que le siguieron.

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El nudo argumental del libreto de Magallanes, aborda esa problemática, aunque la redirige hacia sus víctimas ocultas y anónimas, a los efectos colaterales que provoca un reacción enérgica de índole militar, ante cualquier coyuntura de origen política, y que se ha desbordado por el camino de las armas, en villorrios, poblados y enclaves indígenas. Lugares demográficos en lo que también se sufre, se ama, se viola la integridad del otro, se odia, se perdona, y se gestan y orquestan rencores y venganzas, con la misma complejidad “humana”, que en las zonas de urbanización modernas.

De esta forma, el largometraje de ficción inaugural de Salvador Del Solar, se hace cargo (desde la intimidad cotidiana y popular), de esa reciente y tortuosa etapa de la historia oficial peruana, y de sus secuelas y consecuencias en el tejido social del país. Instancias donde, claro, insisto, igualmente se forjan vínculos sentimentales de pasión prohibida y dependencia (entre abusador y víctima), pese a que se respiren condiciones límites, bestiales e inmorales, y resultados concretos que transgreden cualquier norma de respeto y de compasión, frente al prójimo y semejante.

Dueña de una historia literaria generosa (se aprecian ecos de Dostoyevski), Magallanes resulta una película soberbia y espeluznante, y la demostración de que nunca existen amores ridículos (perdón a Kundera), y de que todo amor sincero es posible y redimible: aun cuando no existan posibilidades de unión, siempre, siempre, algo inaudito y a nuestro favor y en premio a la perseverancia, es susceptible de suceder o de acontecer.

Y la música de Federico Jusid, lo reafirma.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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