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El poder del poder, de Pablo Ortúzar: un libro que exige varias lecturas

El poder del poder, de Pablo Ortúzar: un libro que exige varias lecturas

Sin una conciencia como válvula de seguridad, todo ejercicio del poder -por astutos que puedan ser los nuevos mecanismos de procesamiento de las divergencias, reseñados por Ortúzar en el capítulo final- puede devenir en guerra de todos contra todos.


Pablo Ortúzar Madrid, El poder del poder, Tajamar, Santiago, 2016, 228 páginas.

Libro que exigirá varias lecturas. Libro de trabajo, para trabajarlo. Libro de tesis.

Pablo Ortúzar estructura su texto desde una premisa que deberá ser seriamente debatida: que toda sociedad se funda en lo sagrado y que lo sagrado es producido sacrificialmente. En efecto, todo el desarrollo de esta obra sobre la naturaleza y el ejercicio del poder se articula sobre ese eje y es coherente con ese punto de partida. Ortúzar hace gala de lecturas amplias y serias para apoyar su tesis, pero si él mismo por un instante intuye que quizás la noción de lo sagrado -lo separado- tiene originariamente más que ver con la de misterio que con la de sacrificio, apenas explora esa posibilidad.

Porque si el misterio es el auténtico fundamento de lo sagrado -o sea, Dios- todo el tratamiento del poder entre los humanos debiera incluir a Dios como su posibilidad originaria. Una posibilidad a discutir en cuanto a qué significaría en la práctica reconocer el poder originario de Dios, pero una discusión casi completamente ausente en Ortúzar. En este sentido, Eric Voegelin ha sido poco aprovechado por el autor.

elpoder

Tal vez por eso la noción misma de naturaleza humana resulta débil en los primeros capítulos, en que se la vincula tanto a los demás, a la mediación del entorno, y tan poco o tan lejanamente a una causa superior, del todo extrínseca. Si aprendemos de los otros, ¿de quién aprendieron los otros? Y en esa caracterización de lo humano, la conciencia es la gran ausente en el tratamiento de Ortúzar, lo que dificulta muchísimo las sensatas apelaciones que más adelante hace el autor a vivir en comunidad, a hacerlo mediante la subsidiariedad, a preocuparse de los más débiles y a aceptar la diversidad.

Sin una conciencia como válvula de seguridad, todo ejercicio del poder -por astutos que puedan ser los nuevos mecanismos de procesamiento de las divergencias, reseñados por Ortúzar en el capítulo final- puede devenir en guerra de todos contra todos.

También le habría ayudado mucho a Ortúzar tener en cuenta la romana distinción entre autoridad y poder expuesta por Álvaro D’ors hace ya décadas, porque desde ella se puede fundar la posibilidad de apoyar certezas (en la auctoritas) y desplegar dudas (en la potestas), del modo que Ortúzar lo intenta articular en el capítulo final.

Y le habría dado ciertamente luces sobre lo que parece ser el principal tema que aún permanece no resuelto en el autor: ¿cuánto de certezas y en qué; cuánto de dudas y en qué? Porque toda la nobleza con que se plantea Ortúzar requiere, sin duda, de una definición todavía ausente: “hay unas pocas líneas que no cruzo, uno que otro aro por el que yo no paso, a otro perro con esos huesos”. Y en todo lo demás, en casi todo, vamos a ver quién es “el más mejol.”

Gonzalo Rojas Sánchez

Profesor Universitario

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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