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Los ricos, el champagne y el chukker bendito

Los ricos, el champagne y el chukker bendito

Andrés Alburquerque
Por : Andrés Alburquerque Periodista El Mostrador Deportes
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El polo es un deporte hecho por ricos, para jugar entre ricos y disfrutar como ricos. Como lo fue el tenis en sus inicios. O el esquí, el golf y las velas.


Es que la gente de plata gusta de unirse a clubes exclusivos, comprar el equipamiento más caro y escoger deportes que requieran desembolsar buenas sumas de dinero. Pueden y quieren hacerlo, y no hay nada malo en ello. En muchos casos puede haber envidia y soberbia, pero la práctica no es mala per sé.

Hay inclusos estudios que explican el asunto. El planificador financiero Thomas C. Corley, por ejemplo, en su libro “Hábitos Ricos”, explica que “a la gente rica le gusta andar con otros de su misma condición. El deporte además los puede ayudar a desarrollar sus contactos. Unirse a un club es una buena manera de afianzar relaciones”, dice.

El estadounidense va más allá: “Incluso cuando parece que los ricos practican los mismos deportes que el resto de los mortales, si uno se fija con atención se dará cuenta de que no es así: no juegan de la misma manera o por las mismas razones”.

El miércoles, poco antes de que la Selección Chilena se proclamara campeona mundial de polo por segunda vez en la historia (la primera fue en 2008, en México), un ex seleccionador chileno -a la sazón comentarista en el canal CDO- quiso calmar sus nervios bebiendo una copa de champagne…

Tras la victoria, los jugadores nacionales festejaron a bordo de una Land Rover (auspiciador del evento), mientras otros lanzaban sus sombreros al aire y descorchaban más botellas espumantes.

Todo era fiesta para esas seis mil personas que llegaron al Club de Polo y Equitación San Cristóbal y para un puñado más, que lo veía por televisión pagada.

Quizás por eso las voces de algunos protagonistas sonaron tan destempladas: “Esto es para la gente del norte que está sufriendo, para llevarles una alegría a ellos”, dijo uno de los jugadores con la ingenuidad de creer que en medio de la desgracia a esos compatriotas les importaba mucho este evento.

Todo hay que situarlo en su justa dimensión. Esta competencia representa algo así como si todos los pilotos de Fórmula Uno corriesen una carrera en go-karts. O sea, nivelando hacia abajo. Porque todos los polistas saben que los mejores jugadores del mundo son argentinos y que no se podría jugar un mundial “en serio” contra ellos, que en esto del polo tienen a puros «Lionel Messi».

De hecho, la competencia trasandina es considerada el verdadero mundial, porque sus mejores jugadores tienen hándicap 10, lo que significa que potencialmente esos polistas son capaces de meter 10 goles en un partido.

El mundial se juega a un máximo de 14 goles de hándicap colectivo, y de cinco de manera individual. En otras palabras, para nivelar el asunto y hacerlo más competitivo, en este tipo de torneos simplemente no participan los mejores jugadores.

Seis chukkers tiene por lo general un partido de polo, que para los que nunca han visto un encuentro, se trata de un juego en el que dos equipos contrarios de cuatro jugadores cada uno, montados a caballo, intentan llevar una pequeña bocha a través de una cancha de 275 metros de largo, hasta el arco rival.

El que acaba de terminar es el décimo campeonato (el primero fue en 1987). Pero no podemos engañar ni engañarnos: el polo se juega competitivamente en no más de 15 países, y por eso este título no tiene gran importancia a nivel planetario.

Por eso, lejos lo más espectacular se vivió en la cancha, porque Chile debió trabajar, y rudamente, para conseguir el título. Como lo que se busca es elevar la competitividad, la mayoría de los partidos se definieron por apenas un gol de diferencia. La Roja a caballo venció a Inglaterra (10-9) y a Pakistán (11-10) para pasar a semifinales, donde derrotó a Brasil (11-10) para acceder a la final contra Estados Unidos.

Y en ese duelo todo fue cuesta arriba. Los estadounidenses fueron casi siempre arriba en el marcador, hasta por cuatro goles de diferencia (1-5), y entraron al último chukker dos arriba (9-7).

Cuando restaban menos de 30 segundos para el final y Estados Unidos iba 11-10 al frente, el mejor jugador chileno, Felipe Vercellino, se escapó en solitario para anotar el golazo de la igualdad junto con el toque del término del partido.

Así que todo se definió en el chukker suplementario, equivalente a un gol de oro. En ese período, la pelota se paseó por el área chilena sin que ningún estadounidense pudiese meterla entre los palos, hasta que un tiro libre desde la mitad de la cancha desniveló el choque final.

Sirvió con fuerza Ignacio Vial, el joven Mario Silva (de apenas 16 años) se desmarcó y alcanzó a golpear justo la bocha antes de que se escapara de la cancha. La “pelotita” golpeó un madero y cruzó la línea para darle la corona a Chile.

Y ahí vinieron los festejos de los que hablábamos. Con los “escoceses” con hielo y los jugadores alborozados.

Y la voz de uno de los entrenadores, Martín Zegers: “Ojalá todo Chile sienta este triunfo… Me encantaría que todos consideraran a esta su selección y no sólo como un deporte para ricos”. Mientras, de fondo, se escuchaba el descorchar de las botellas de champagne.

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