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Legados vanos Opinión Archivo (AgenciaUno)

Legados vanos

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Hugo Herrera
Por : Hugo Herrera Abogado y profesor de Filosofía y Teoría Política. Universidad Diego Portales y Universidad de Valparaíso. https://orcid.org/0000-0002-4868-4072
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Las nuevas generaciones dictan una condena parecida a la que el Frente Amplio hizo a sus antecesores. Lo votan en contra. Pero la derrota no fue en las urnas. Antes, fue la realidad la que venció, ingobernable por superioridades morales autoproclamadas.


Llegaron al poder con prisa; con fe en la propia misión. Ocuparon La Moneda, se esparcieron por los ministerios y dependencias del Estado. Venían de las calles, pero eminentemente de los patios de universidades de élite. Se sintieron portadores de un amanecer, que incluía el fin del neoliberalismo en su propia cuna, la clausura de la Constitución de 1980 y la purificación moral de la república. La persecución del expresidente Piñera no era sólo ajuste de cuentas, sino rito inaugural de la nueva época.

Jóvenes, elocuentes, hijos de clases altas, formados en instituciones selectivas, con redes y capital, peligrosos y fascinantes, convencidos de estar del lado acertado: pocas veces —salvo en momentos excepcionales— una élite tan joven, doctrinaria y segura había accedido con tal facilidad al poder.

Entraron con gesto adusto. Su discurso dividía el mundo en dos capítulos morales: aquí, la deliberación política, el ámbito de “la verdad”, donde incluso la duda resultaba “inaceptable”; allá, el mercado, el “mundo de Caín”, territorio de egoísmo. Con esas categorías pretendieron gobernar: antes clasificando que persuadiendo; más excluyendo que pactando.

Algunos nombres son conocidos. Izkia Siches, Irina Karamanos, Giorgio Jackson, Fernando Atria, Gabriel Boric son casos de una constelación que confundió convicción con comprensión, pureza con verdad, moral con política.

Los hechos fueron muchos. El período se hizo largo.

Izkia fue donde los peñi, en un gesto de promovida grandeza. La echaron a balazos.

Karamanos nunca salió de una incierta ambigüedad: de palabras oblicuas, gestos sin anclaje, operaciones difusas. El intento de abolir la figura de la primera dama —para reemplazarla por un dispositivo aún más personalista— terminó en un fracaso casi doméstico. Se fue. Hoy reaparece, con mensajes de dudosa inteligibilidad, que se leen más como síntomas que como argumentos.

Jackson encarnó quizá el lado más oscuro del proyecto. El joven que llevaba los libros de su guía “en la mochila”, terminó envuelto en una trama torva de fundaciones, con montos inflados, trabajos irrelevantes y vínculos cruzados. El sospechoso robo de los computadores de su oficina —incluido el suyo—, su salida del gabinete y su especie de huida al extranjero componen una escena aún sin explicación. A Jackson nunca pareció inquietarle, en verdad, el robo de su computador.

Tras la Convención-1 vino la peor derrota democrática para las izquierdas en su completa historia. Pero no hubo duelo ni recogimiento. La culpa fue proyectada: que la desinformación de la derecha; que el pueblo no estaba a la altura de la vanguardia ilustrada. El “ideólogo”, ejemplo local de “profeta de cátedra” —el tipo de profesor que Max Weber denunció por usar su puesto para adoctrinar a novatos en posición de desventaja académica y reglamentaria— habló como suele: sin dudar, sin responsabilidad, sin conciencia del daño causado. ¿Seguirá condenando como “inaceptable” a quien ose dudar que, “en alguna cuestión” disputada, haya respuestas correctas? (véase “Razón bruta revolucionaria“). Hoy envía fotos en carruajes rococó, cual especie de masculina “primera dama”, en miniatura.

¿Y el presidente?

Encarna la dirección del período. El moralista devino administrador de intereses y empleador de camaradas; el revolucionario, padre ocupado del bienestar de la pareja y la prole, y de la casa propia. Al revés de Engels,: se rindió a la familia, la propiedad privada y el Estado. Sus inclinaciones no son necesariamente censurables. Lo es, sí, el contraste entre retórica de la pureza y práctica del acomodo; desprecio por lo burgués y rápida instalación en sus seguridades. Quien prometía subvertirlo todo terminó reproduciendo, sin mucha elegancia, aquello que dijo combatir.

¿Qué nos dejan?

Un país estancado en investigación y desarrollo. Promesas de trenes que no llegaron. Crimen organizado en expansión territorial. Inmigración irregular fuera de control. Un sistema escolar y un “magisterio” ruinosos. Una economía detenida, su productividad dañada en la raíz. Valles y pueblos secándose. Un sistema político incapaz de recuperar legitimidad.

Las nuevas generaciones dictan una condena parecida a la que el Frente Amplio hizo a sus antecesores. Lo votan en contra. Pero la derrota no fue en las urnas. Antes, fue la realidad la que venció, ingobernable por superioridades morales autoproclamadas. La historia política es severa y el FA quedó convertido en lo más temible para vanguardias ilustradas: episodio. Hubo un momento en que el país estuvo disponible para grandes reformas; el requisito era hacerlas inclusivas. Pero quienes llegaron sintiéndose excepcionales, no supieron cumplir con lo común y corriente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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