Publicidad

La vida de los otros


La película La vida de los otros narra muy claramente como eran las dictaduras comunistas, específicamente la de Alemania Oriental, y es saludable que en su condena coincida toda la corte de Versalles.



No puede menos que resultar curioso, claro, que esto incluya a quienes hace no tanto tiempo deseaban un régimen semejante para Chile, calificaban al que no compartiera sus aspiraciones como «amarillo» o «vendido al imperialismo» y abogaron posteriormente por darle asilo aquí a Erich Honnecker, dictador de ese país en la época que narra la cinta. El que hoy casi todos esos antiguos feligreses de Marx sean devotos de Wall Street, tan soberbios e intratables como cuando sostenían exactamente lo contrario, no pasa de ser un detalle pintoresco.



Más pintoresca resulta, sin embargo, la reacción de los otros miembros de los Estados Generales. Los que colaboraron y aplaudieron a una tiranía semejante en nuestro país e incluso -secretamente algunos, abiertamente otros- todavía la añoran. Críticas y comentarios de la prensa que les pertenece se han refocilado con lo que allí se muestra, presentándolo como una característica exclusiva de los estados comunistas, sin una sola palabra de recuerdo al hecho de que aquí, en los días que narra el filme, sucedía exactamente lo mismo.



Sin entrar en terrenos profundos, como los miles de torturados, asesinados y desaparecidos, o las decenas de artistas, catedráticos e intelectuales marginados, amenazados y perseguidos, hagamos un simple paralelo entre lo nuestro y las situaciones básicas de la película.



¿Horror ante la utilización de micrófonos ocultos? Aquí se encontró uno en el dormitorio de la casa veraniega de Gabriel Valdés. Especialistas españoles los detectaron en La Moneda tras el cambio de mando, y cuando se aprestaban a hacer su trabajo en la oficina del ministro de Defensa un piquete de conscriptos irrumpió apresuradamente a retirar dos maceteros. Tal como al final de la película el cándido protagonista cree que él nunca fue vigilado, es imposible saber cuántas personas fueron objeto de ese tipo de espionaje entre nosotros y no lo sospechan siquiera.



¿Indigna la omnipotencia de los jerarcas para abusar en el ámbito artístico, haciendo caso omiso de méritos y trayectoria? Sería educativo investigar, entonces, cómo o porqué llegó a animar el Festival de Viña del Mar, en 1976, «Pelusa» Thieman, una joven desconocida, sin antecedente alguno en radio o televisión, y de la cual nunca nadie supo nada después. O quienes y por qué, mediante una grabación tramposa realizada en una noche, con la amiga de un alto sicario del régimen como cantante, descalificaron por plagio y sacaron de concurso a la canción peruana en el Festival de 1988.



Tampoco debería asombrarnos tanto que en la película se persiga a un escritor por el simple hecho de haber publicado un artículo en una revista del extranjero. A Gustavo Leigh lo echaron de la Junta Original de Valientes Soldados por una entrevista suya que publicó Il Corriere della Sera, a varios personajes de nuestra vida pública no los dejaron volver al país por hablar de más en naciones decadentes de Europa o Norteamérica y a otros, por lo mismo, los mataron.



No cabe duda de que lo que narra La vida de los otros es algo horrible. Como lo es que haya algunos que, alguna vez, lo hayan ignorado, justificado o celebrado.



________



Patricio Bañados es periodista y conductor de radio y televisión

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias