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Maten al mediador

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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La mediación del presidente Arias se halla congelada por el momento, y quizás Chávez y Ortega lo aplaudan como una victoria suya, en su búsqueda de matar al mediador. Pero ahora entramos en una encrucijada, al abrirse el tercer acto, en el que ninguno de aquellos dos actores estridentes tiene…


Por Sergio Ramírez*

 Matar al mediador viene a ser lo mismo que matar al mensajero. En la antigüedad, la regla no escrita establecía para los reyes en campaña respetar la vida del mensajero que llevaba alguna propuesta desde las tiendas enemigas, pero el furor mal aconsejaba a veces al soberano y ordenaba la ejecución de quien venía a cumplir con el encargo, aunque sus noticias fueran de paz. Es lo que veo que ha ocurrido con el presidente Oscar Arias, erigido como mediador en el conflicto entre el presidente de Honduras Manuel Zelaya, y quienes lo depusieron por la fuerza.

Después del Golpe de Estado se abrió una dramática etapa de agitación internacional, y no hubo quien no condenara de manera enérgica el hecho. Y con la triple cumbre celebrada en los días subsiguientes en Managua, obtuvieron el protagonismo principal algunos que no son, precisamente, dechado de virtudes democráticas.

En una reciente encuesta, los nicaragüenses afirman de manera mayoritaria que si la Carta Democrática de la OEA fue aplicada de manera tan rigurosa al gobierno golpista de Honduras, igual rigor debería usarse para sancionar el fraude electoral perpetrado en Nicaragua el año pasado. Lo mismo opina la mayoría de venezolanos respecto al golpe contra el alcalde legítimo de Caracas, Antonio Ledesma, despojado de manera arbitraria de sus funciones; y respecto al alcalde electo de Maracaibo, Manuel Rosales, que tuvo que irse al exilio en Lima, igual que el presidente Zelaya fue enviado al exilio en San José.

En esa primera escena de la representación teatral, el presidente Chávez y el presidente Ortega fueron las estrellas, y la OEA quedó a la defensiva, lo mismo que quedó el gobierno de los Estados Unidos, obligados a probar con su respaldo incondicional al presidente Zelaya, que ni la primera era el viejo ministerio de colonias de la Guerra Fría, ni el segundo el tradicional padrino de los golpes de Estado en América Latina. Y mientras la OEA  y la señora Clinton se apresuraban a descargar esas pruebas, nadie se atrevía a reclamar igual trato para las violaciones de la Carta Democrática a Chávez y a Ortega.

Pero toda representación de este tipo lleva a un segundo acto, que sería necesariamente de negociación, desde luego que las partes mostraban posiciones irreductibles. Y después del fallido intento del presidente Zelaya de aterrizar en el aeropuerto de Tegucigalpa, debía aparecer necesariamente en escena un mediador. Ni Chávez ni Ortega calificaban, por supuesto para ese papel, después de haber cumplido el suyo llamando a moros y cristianos a entrar en la empresa de restituir al presidente Zelaya, pasando, si era necesario, por el derrocamiento del gobierno de facto de Micheletti, aún por la vía de las armas, tal como llegó a expresar Chávez.

Nadie puso en duda que el presidente Arias era el mejor dotado para cumplir con el papel de mediador, aunque desde el inicio despertó sospechas, inquinas, y viejos rencores en los actores que salían obligadamente del escenario, donde ahora tenía que hablarse necesariamente de diálogo, de acercamiento, y de negociación. Y el papel de Arias empezó a ser boicoteado desde el principio con todo ardor y celo, situándolo, al estilo de la vieja Guerra Fría, como agente del imperialismo; lo que se quería era que la mediación fracasara, para que fracasara el mediador: maten al mediador, como antes se mataba al mensajero.

Tengo la impresión de que la celeridad con que el presidente Zelaya aceptó la mediación de Arias, a instancias de la señora Clinton, no fue del agrado de sus beligerantes patrocinadores, que se veían empujados fuera de los reflectores. Y desde ese momento, empezaron a jalarle las orejas.

He escuchado voces severas que advierten la felonía del mediador, manifiesta, según esas voces, en su propuesta inicial de siete puntos. Pero el primero de esos siete puntos es la inmediata restitución de Zelaya al poder, en su carácter de presidente constitucional de Honduras; y si la felonía consiste en proponer un gobierno de unidad nacional, en el que se integre un gabinete con representantes de ambos bandos, el presidente Zelaya aceptó desde el inicio ese paquete de siete puntos, frente a la redomada resistencia del Micheletti, que sabe que debe ganar tiempo para llegar, aunque sea a rastras, al momento de la inminente apertura de la campaña electoral presidencial.

La mediación del presidente Arias se halla congelada por el momento, y quizás Chávez y Ortega lo aplaudan como una victoria suya, en su búsqueda de matar al mediador. Pero ahora entramos en una encrucijada, al abrirse el tercer acto, en el que ninguno de aquellos dos actores estridentes tiene tampoco papel; porque en este tercer acto tampoco hay cabida para el ruido bélico. Y siempre, en el futuro, va a necesitarse del papel del mediador que Arias representa como presidente de una nación dueña del prestigio que le da su sistema democrático.

Lo que el presidente Zelaya necesita ahora es dar nuevas energías a su papel, y no dejarse llevar por los vientos emotivos que tratan de empujar al presidente Arias fuera de escena, y que de paso lo debilitan a él, que no parece pisar terreno seguro, ni calcular la distancia, a veces fatal, que hay entre los hechos y las palabras.

En la triple cumbre de Managua estuvieron muchos presidentes solidarios, de uno y otro signo político. Cuando el presidente Zelaya sobrevoló Tegucigalpa, con la intención de aterrizar, lo acompañó desde Washington un cortejo presidido a prudente distancia, en otro avión con proa a San Salvador, por la presidenta Kirchner y el presidente Lugo. Ahora, en su intento de penetrar a Honduras por la frontera terrestre desde Nicaragua, a pesar de haber reclamado compañía presidencial, sólo obtuvo la de Edén Pastora, lo cual dice mucho de su menoscabo. El presidente Chávez envió a su canciller Maduro, y el presidente Ortega, tan ardoroso, no se ha movido de Managua para escoltarlo en sus incursiones a la guardarraya.

Es que ambos, Chávez y Ortega, se hallan muy ocupados en buscar como acabar de matar al mediador.

 *Sergio Ramírez es escritor, fue vicepresidente de Nicaragua.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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