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Chile, una sociedad con miedo

En las organizaciones el quietismo que produce este terrorismo silencioso que aprieta el estómago, hace tomar a las personas actitudes pasivas, conductas obedientes frente a liderazgos verticales que mandan según el sesgo personal de la autoridad. En el Estado, la precariedad del empleo a …


Por Hernán Narbona*

La obsecuencia es una de las mayores barreras para el cambio. Burócratas que administran sobre la base de vetustos manuales, pero que son incapaces de abrir la mente a nuevas estrategias de gestión. Los últimos 40 años en Chile han estado marcados por el miedo.

De los escenarios autoritarios y excluyentes del régimen militar, donde ser crítico era toda una temeridad, se siguió en democracia con el miedo a que el golpismo volviera. En esa época levantar la voz podía atentar contra la estabilidad. Ahora el gran miedo entre los chilenos es perder el trabajo y el esgrimir ese miedo sigue siendo un elemento disuasor de conductas contestatarias.

En las organizaciones el quietismo que produce este terrorismo silencioso que aprieta el estómago, hace tomar a las personas actitudes pasivas, conductas obedientes frente a liderazgos verticales que mandan según el sesgo personal de la autoridad. En el Estado, la precariedad del empleo a contrata de gran parte de la dotación, genera la incertidumbre, inmoviliza el flujo libre de propuestas. Quien contradice el sistema corre el riesgo de ser aplastado por la burocracia pesada que marca el paso.

El miedo es un instrumento perverso pues quien lo usa queda aislado, entrampado en una dialéctica donde no hay confianzas, no hay crítica, con lo cual se cae fácilmente en errores. Distinto es, por cierto, el liderazgo participativo, que va abriendo espacios a la innovación, al análisis, a los cambios organizacionales. En la realidad de los organismos públicos los resabios verticalistas se mantienen,  inhibiendo la capacidad renovadora que podrían aportar los trabajadores. Como consecuencia, los indicadores de rendimiento tienden a ser chatos, contables más que reales y el afán de mejorar es más bien  retórico, solo cumplir con lo justo.

Se podrá inferir que estos estilos autoritarios son entropías del Estado, pero en la empresa privada los climas laborales son en general más malos  y como los gremios casi no existen, las situaciones de indefensión del trabajador son dramáticas.  Es por lo tanto, ésta  una cuestión de la sociedad en su conjunto, la falta de tolerancia, la poca capacidad de recibir la crítica o de escuchar algo que rompa esquemas. Somos  una sociedad que aún padece del miedo que se enquistó en el venario nacional y donde la respuesta violenta, descalificadora, represiva, está, lamentablemente, siempre a flor de piel.

*Hernán Narbona es escritor y funcionario público.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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