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“Marepoto on board”

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Franco Ferreira
Por : Franco Ferreira Periodista de TVN
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Imagino que por eso el guante blanco con que la oposición ha tratado asuntos como los gobernadores “Dicom”, los gobernadores “Dignidad”, los seremis inexistentes.


Siempre me ha llamado la atención ese cartelito que cuelga en algunos automóviles, donde se lee un tierno «Baby on board». Es decir, sé lo que significa. Precisamente, que sobre el vehículo viaja un bebé. Lo que nunca he entendido es qué deben hacer los demás automovilistas frente a la advertencia.

Imagino que el aviso perseguirá algún tipo de “licencia” para quien lo carga. Algo así como un “por favor, disculpe si cometo imprudencias, pero llevo una guagua que va llorando”, o “no me moleste con sus bocinazos, que voy haciendo dormir al niño”. Supongo que, por lo mismo, al auto que lo lleva se le permitirá transitar más lento o zigzagueante, pues se entiende que entre sus preocupaciones lleva el cuidado de un delicado bebé.

[cita]Imagino que por eso el guante blanco con que la oposición ha tratado asuntos como los gobernadores “Dicom”, los gobernadores “Dignidad”, los seremis inexistentes.[/cita]

¿No será, pues, que el gobierno lleva un “Maremoto on board” en la ventanilla? Digo, por esa cosa hasta ahora media zigzagueante y a una velocidad que bien podría reflejar un “no apure, que voy pendiente de la guagua”. Donde la guagua, en este caso, es el Chile resultante de la catástrofe, claro.

Imagino que por eso el guante blanco (medio grisáceo a veces, lo admito, sobre todo con la nota 4,5 que le otorgaron) con que la oposición ha tratado asuntos como los gobernadores “Dicom”, los gobernadores “Dignidad”, los seremis inexistentes, el ya hostigoso conflicto de interés y todo ese tropel de decisiones que -en otras circunstancias- hubiesen convertido esta “nueva forma de hacer gobierno” en el blanco perfecto de un discurso mucho más virulento y confrontacional.

Y no es que uno extrañe, en general, la virulencia y la confrontación. ¡Por dios, no! Tampoco envuelvo aquí una crítica al hecho de que, por respeto a los afectados y en aras de una efectiva reconstrucción, el país político esté comedido en sus tradicionales bravatas. Lo que me parece, simplemente, es que sería interesante para el debate recuperar -ojalá pronto- esa “normalidad” en la que se pudieran probar las nuevas fuerzas, el nuevo orden político, sin que una circunstancia específica actúe como catalizador entre las partes.

Y de hecho, no sólo hago mención a los zigzagueos e imprudencias que en el primer mes del nuevo gobierno se hayan podido cometer, pues tampoco los logros -como el alabado Día del joven Combatiente más tranquilo en 10 años (según dato estadístico del propio Ejecutivo)- han tenido el mismo grado de resonancia que en otras circunstancias podrían haber alcanzado.

Es cierto, también, que de a poco se descorre algo el cartelito (quizás porque el «niño» de abordo ya va creciendo y merece cada vez menos atenciones), pero será un bonito momento cuando definitivamente lo retiremos de la ventanilla y nuestra política vuelva a los cauces de su sana confrontación. La que hoy -si no fuese por el ítem «plan de reconstrucción»- casi no ofrecería más capítulos sabrosos que los que cada bando ha tenido a bien regalarnos -pero desde su convivencia interna- gracias al gentil patrocinio de Fulvio y Carola, y Allamand y Mathei, entre los más destacados.

¿Será la caída del «Maremoto on board» lo que estamos esperando para ver una oposición convertida en ese automovilista agresivo (tan chileno, ¿no es verdad?), que le pone presión al vehículo del oficialismo?

A ver si sacan luego el cartelito y probamos este juguete nuevo (la oposición en el gobierno y el oficialismo en la oposición) como dios manda. Porque hasta ahora, del Ejecutivo tenemos algo -por lo pronto- bien distante de ese autoprocalamado gobierno de los mejores, mientras de la oposición -aparte del cónclave en el que participó hasta Aylwin- (y menos mal que todavía lo tienen operativo, porque harto que se necesitan esas “reservas morales” cuando el debate está convertido en un lío marital), lo más vistoso habían sido unas performances de Ramón Farías (curiosamente convertido en el agitador de moda) cuando se iniciaba el año legislativo.

Y sería interesante una oposición con algo más que un Ramón Farías ingobernable tirando un pañuelo en el hemiciclo. Qué quiere que le diga.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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