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Los coletazos de Aysén

No es un tema determinar quién es el duro y quién el blando al interior del Gobierno. Lo que sí preocupa es que la incertidumbre y los cambios de rumbo que experimentan sus decisiones permanezcan, pues traen aparejados, junto con la tensión al límite de las instituciones, costos innecesarios, como ocurrió esta vez con la prolongación del conflicto y la desproporción en el uso de la fuerza.


La intempestiva salida del ministro Rodrigo Álvarez del ministerio de Energía se produce como un coletazo de la crisis de Aysén, pero muestra, además, un clima enervado en el Gobierno y una exasperación política que parece alcanzar el seno del gabinete. Nadie parece trabajar tranquilo y en su caso, el renunciado ministro decidió cortar de plano la situación.

Para la inteligencia promedio del país son evidentes los desaciertos gubernamentales en el manejo de crisis y conflictos. El esfuerzo posterior de los funcionarios de Palacio por explicarlos siempre contribuye a ahondar la sensación de falsete en lo que se refiere a coherencia y unidad del gobierno con su base política. Y hace rato que la sensación de impericia sectorial, que por cierto existe en muchas partes, dio paso a la crispación y la incertidumbre como elementos dominantes del curso político gubernamental.

[cita]Es evidente para todos los sectores que hay que juntar mucha fuerza y constancia para hacer frente a un gobierno duro. Y este lo es, incluso con los propios. De ahí lo valorable y cívicamente grandioso hecho por el movimiento de Aysén, lograr perseverar contra un adversario duro, guiado en primer lugar por la lógica de la fuerza, y conseguir un reconocimiento y respeto que no abundan en nuestro medio.[/cita]

El caso de Aysén deja varias lecturas al respecto. La primera y más evidente para cualquiera es que ningún ministro le puede renunciar a un Presidente en su ausencia, a menos que desee generar un hecho político fuerte y conmocionante, y que tenga fuerza por detrás para hacerlo. Con razones o sin razones, en un régimen presidencial es un atentado contra el principio de autoridad hacer lo que él hizo, y no tenía salida.

Tampoco un partido, en este caso la UDI, puede avalar —aunque sea de manera ambigua— una conducta de esa naturaleza, a menos que desee crear un hecho mayor, lo que puede ser  interpretado como una presión indebida y un hecho político fracturante.

Nada indica que realmente lo quisiera, y si lo hizo, leyó muy mal el escenario. Hasta ahí, la coherencia entre la renuncia y la ambigüedad —si no apoyo inicial— recibida por Álvarez de su partido, indica que al interior del gobierno se vive una lucha sorda de poder, que emerge de manera inesperada en muchas situaciones.

El Presidente no podía hacer otra cosa que darle las gracias a Álvarez y aceptar su renuncia. Ello descolocó la postura UDI, que con fórceps se ha ido alineando con el gobierno. Pero las críticas que hoy recibe el ex ministro Álvarez de militantes como Longueira no tienen mucha credibilidad. La respuesta lógica al “se precipitó” con que este calificó lo actuado por Álvarez, no podría ser otra que “más le vale ministro que piense así, pues de lo contrario tendría que solidarizar con aquel”. Es decir, lo obvio y lo coherente.

Pero también hay lecturas políticas del accionar de aquellos que dirigieron el acuerdo final sobre Aysén. Quedó vastamente instalada la impresión de que las dificultades para llegar a un acuerdo que terminara el conflicto no provenían de la incapacidad de los negociadores de campo, sino de los estrategas de la capital. “Vimos un ministro con freno de mano”, declaró Iván Fuentes vocero del movimiento regional al referirse a Rodrigo Álvarez, y todos los dirigentes insistieron en que se enviara agentes negociadores verdaderamente empoderados, durante el conflicto.

Asumido el Vicepresidente Rodrigo Hinzpeter por viaje al exterior del Primer Mandatario, el escenario cambió abruptamente. Las exigencias más radicales de La Moneda se desdibujaron, los voceros de la región viajaron a Santiago, y de pronto apareció la luz al final del túnel. Quedando la sensación que el talante duro mostrado por el gobierno hasta ese momento pertenecía exclusivamente al Presidente, quien ahora estaba a miles de kilómetros de distancia. Hubo hasta quien recordó que antes de viajar, la última actuación del Mandatario respecto de Aysén fue ordenar se aumentara el contingente de Fuerzas Especiales de Carabineros en la región y otros que pensaron que Hinzpeter se jugaba al todo o nada de su capital político. No faltan quienes dicen está por verse el cumplimiento real de los acuerdos.

No es un tema determinar quién es el duro y quién el blando al interior del Gobierno. Lo que sí preocupa es que la incertidumbre y los cambios de rumbo que experimentan sus decisiones permanezcan, pues traen aparejados, junto con la tensión al límite de las instituciones, costos innecesarios, como ocurrió esta vez con la prolongación del conflicto y la desproporción en el uso de la fuerza.

Más allá de quien hizo el diseño de desgaste primero y solución después, y quien pagará el costo, es evidente para todos los sectores que hay que juntar mucha fuerza y constancia para hacer frente a un gobierno duro. Y este lo es, incluso con los propios. De ahí lo valorable y cívicamente grandioso hecho por el movimiento de Aysén, lograr perseverar contra un adversario duro, guiado en primer lugar por la lógica de la fuerza, y conseguir un reconocimiento y respeto que no abundan en nuestro medio.

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