Deje de lado sus miedos Presidente que, con hacer estos cambios, no nos estaremos pareciendo necesariamente a Cuba o Corea del Norte, sino que nos estaremos alineando con lo que hace la mayoría de esos países con los que a usted le gusta compararse.
Los últimos acontecimientos de la coyuntura política invitan a pensar que este año se conmemorará el cierre de un nuevo ciclo de cuatro años de sordera política. Un nuevo ciclo en que quien gobierna ha demostrado la incapacidad de comprender —sino el principal— uno de los peores males que aqueja a nuestra sociedad: el de la segregación; entendiendo este concepto simplemente como “la ausencia de interacción entre distintos grupos sociales, la cual puede presentarse en diversos niveles, como el sistema educacional, el mercado laboral o a nivel de redes sociales”.
Una sociedad segregada genera como consecuencia una población profundamente clasista, desigual, desunida, sin arraigo, injusta y dividida. No por nada, cada uno de estos atributos está fuertemente enraizado en nuestra sociedad.
En esta línea, desde hace unos años que el movimiento estudiantil ha denunciado con fuerza lo profundamente dañada que se encuentra la sociedad chilena, a partir de la constatación de que la nuestra es una de las sociedades más segregadas del planeta (o en rigor, de los países con los que es razonable compararnos).
[cita]Deje de lado sus miedos Presidente que, con hacer estos cambios, no nos estaremos pareciendo necesariamente a Cuba o Corea del Norte, sino que nos estaremos alineando con lo que hace la mayoría de esos países con los que a usted le gusta compararse.[/cita]
Sin embargo, nuestro Presidente continúa dando la señal de que para él y los suyos —y seamos justos, para gran parte de quienes han gobernado las últimas décadas— este problema no existe. O no es relevante. Y por el contrario, solo al escuchar un atisbo de propuesta en la dirección de abordar este punto, nos vuelve a repetir (ya hasta el cansancio) lo injusto que es financiar con dineros de todos la educación de los más privilegiados; argumento añejo y gastado, que lo único que refleja es la compulsiva necesidad que siente la derecha y el centro político chileno de que los individuos deben pagar por lo que “consumen”, sea el caso de un televisor o de la educación superior, da igual, ya que en su lógica ambos son bienes cuyo beneficio es privado.
Es urgente Sr. Presidente comenzar a cambiar el mensaje que actualmente se transmite a la población —y que usted mismo se ha encargado de reforzar— el cual señala que a través de la educación las familias invierten recursos para forjar el futuro personal de sus hijos, por otro, en que se entienda al sistema educativo completo como el espacio en que los individuos se preparan para la vida adulta y el mundo laboral, y además, reciben las herramientas para construir el tipo de sociedad que quieren habitar. Este espacio debe por tanto fomentar la integración entre distintos grupos sociales, tomando especial precaución de no utilizar en éste clasificaciones técnicas que marcan distinciones de clase (“ricos”, “vulnerables”, “clase media”). En definitiva, una redefinición del mensaje actual hacia uno que grabe en el inconsciente de la población la idea de que en la sociedad también existe un espacio de experiencia común, en donde se resalta un conjunto de significados compartidos que fortalecerán luego la convivencia y el sentido de pertenencia a la comunidad.
Sr. Presidente: Chile ostenta el récord de ser el país de la OCDE con mayor segregación socioeconómica a nivel escolar (según cifras publicadas en 2011), y usted sigue preocupado del costo de que un 5 % de la población reciba un beneficio que no merece. Por favor, por una vez, deje de lado su sordera.
Me imagino que usted no ha reparado en el hecho de que —como dice el profesor Carlos Peña— si en nuestras escuelas «se agrupan los iguales con los iguales (…), entonces no estamos construyendo una comunidad, sino una sociedad con grupos que se excluyen y rechazan unos a otros».
Un sistema educativo que se construye con el objetivo único de formar trabajadores eficientes o gerentes sagaces, representa una visión estrecha respecto a los objetivos que un sistema educativo debe cumplir. Una educación que esté solo atenta a las necesidades del crecimiento, los desafíos de la globalización y las preferencias de los padres, tiene varias virtudes, pero padece de un defecto grave: al concebir la escuela como una extensión del hogar y los intereses de las familias, impide apreciar los vínculos que desde la antigüedad median entre la experiencia escolar y la calidad futura de la vida ciudadana.
Entonces no deja de llamar la atención que usted, omitiendo completamente esta visión de lo que representa un sistema educativo, manifieste su preocupación por la situación de las sociedades que —alcanzando altos niveles de desarrollo económico— muestran señales de infelicidad e insatisfacción por parte de sus ciudadanos. ¿Y qué otro destino distinto al de estas sociedades nos puede deparar el futuro si formamos a nuestros niños y jóvenes para la vida adulta en espacios educativos profundamente segregados, y en donde les inculcamos como valores fundamentales la Competencia y el Individualismo?
Presidente, si a usted realmente le importara el construir los pilares de una sociedad cohesionada, inclusiva y realmente democrática (y no solo el bienestar material) hace un buen rato ya debería haber puesto atención en este punto. Porque para abordarlo se requieren políticas públicas ultra-agresivas.
Si usted quisiera empezar a reparar esta situación, podría comenzar por generar una política que asegure disponibilidad de sala cuna sin costo para todas las familias que lo deseen, de esta manera, desde la primera infancia los individuos sabremos que la sociedad toda se preocupará de nuestro desarrollo, sin distinción de clase. Acto seguido, debería eliminar la subvención que entrega a instituciones con fines de lucro para que cumplan el rol de formar a niños y jóvenes, ya que sus incentivos nunca estarán alineados con la comprensión de la educación que acá se expone. Podría continuar terminando por completo y de manera inmediata con la modalidad de copago de las familias como mecanismo adicional de financiamiento de la educación, política que ha demostrado tener costos salvajes en segregar a la población escolar de acuerdo al ingreso de los padres. Podría también comunicarnos que la educación superior será gratuita, y que la financiarán todos quienes obtengan un título, retribuyendo al país un porcentaje de sus ingresos durante un período fijo de años. Y podría también decirle a los más poderosos que deben aportar mediante impuestos mayores recursos para financiar estas reformas.
Deje de lado sus miedos Presidente que, con hacer estos cambios, no nos estaremos pareciendo necesariamente a Cuba o Corea del Norte, sino que nos estaremos alineando con lo que hace la mayoría de esos países con los que a usted le gusta compararse.
Lo que sí estaríamos haciendo es ir, poco a poco, cambiando el mensaje que grabamos en el inconsciente de cada nueva generación, comenzando desde una redefinición de cómo y para qué concebimos nuestro sistema educativo. Porque al discutir sobre educación no estamos hablando solamente sobre eficiencia del gasto público, ni tampoco exclusivamente sobre políticas educativas. Estamos, por cierto, hablando de política, definiendo el tipo de sociedad en la que queremos vivir.