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Ignacio Walker, el déspota ilustrado del proceso constituyente

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Gustavo González Rodríguez
Por : Gustavo González Rodríguez Periodista y escritor. Exdirector de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile
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Es la hora del senador Ignacio Walker. Potencial presidenciable de la Democracia Cristiana, desde el 11 de julio marcó la pauta para el proceso constituyente del Gobierno y doce días después (jueves 23) dio renovado lustre a su imagen de pensador e intelectual con el lanzamiento de su nuevo libro, La Democracia Cristiana que queremos, el Chile que soñamos, en una ceremonia realzada mediáticamente por la presencia de Ricardo Lagos y José Miguel Insulza, también posibles aspirantes a sucesores de Michelle Bachelet.

En mayo último, en vísperas de entregar la presidencia del PDC a Jorge Pizarro, Walker declaraba en una entrevista con el diario La Tercera su “disponibilidad” para ser candidato presidencial en noviembre de 2017. Como exponente del sector conservador de su partido (los antiguos “guatones”) vio con indisimulado regocijo el ajuste ministerial del 11 de mayo, la llegada de su correligionario Jorge Burgos a Interior y el “realismo sin renuncia” anunciado por la Presidenta el 10 de julio.

Al día siguiente hizo pública a través de El Mercurio su propuesta de una Convención Constituyente, elaborada en conjunto con el abogado constitucionalista Patricio Zapata. Y el lunes 13, cuando Burgos y los otros tres ministros del Comité Político iniciaron la ronda de consultas para el proceso constituyente que se lanzará en septiembre, Walker y Zapata fueron los primeros invitados a exponer su proyecto, que en lo esencial contempla una convención conformada por 15 senadores, 15 diputados y otros 30 delegados designados por el Congreso Pleno, todo esto en el marco del nuevo Poder Legislativo que surgirá de las elecciones parlamentarias de fines de 2017.

El texto de Walker y Zapata aboga positivamente por el reconocimiento del carácter pluriétnico y pluricultural del Estado chileno en una nueva Constitución, así como por poner fin a los procedimientos legislativos supramayoritarios para garantizar el Gobierno de las mayorías. Aparte de esto, casi nada más. Ninguna referencia que sugiera, por ejemplo, la adopción de un Estado de bienestar, la restitución del carácter social del derecho de propiedad (instaurado en el gobierno DC de Eduardo Frei Montalva para dar curso a la Reforma Agraria), o la adopción de los derechos del buen vivir. Tampoco ningún cuestionamiento a los resabios de la Doctrina de Seguridad Nacional en la actual Carta Magna, advertidos ya en el año 2005 en una célebre columna en El Mostrador por el constitucionalista Pablo Ruiz Tagle, políticamente cercano a la falange.

[cita] Sin duda, el senador y ex canciller está empeñado en ganar protagonismo y parece sentirse llamado a liderar una alternativa de centro para que en La Moneda vuelva a mandar un demócrata cristiano aupado por la Nueva Mayoría. Lo turbio de este afán es que su discurso está en ruptura no solo con la izquierda de la alianza de Gobierno, sino también con el centro que dice representar para sintonizar más bien con la derecha. [/cita]

El martes 14 de julio, Michelle Bachelet dijo en radio Universo que no habría plebiscito en el proceso constituyente, lo cual significó que el Gobierno terminaba de descartar la idea de la Asamblea Constituyente, que en el actual marco legal solo podría generarse a través de una consulta popular forzada por el Ejecutivo. Es cierto que ese camino nunca generó entusiasmo en la Presidenta, pero lo esencial es que al prescindir de él se otorga al Legislativo la condición de poder constituyente, como lo reclamó en su momento el otro Walker, Patricio, presidente del Senado, desconociendo así el principio de que el poder constituyente por esencia es el pueblo, o la ciudadanía. Claro que en lo formal esto se resolverá con un referéndum para aprobar o rechazar el texto final de una nueva Constitución, según el procedimiento habitual, empleado también por Pinochet para aprobar la Constitución de 1980.

No obstante, la Mandataria insistió en la entrevista radial en su prédica de que en la génesis de la nueva Constitución tendrá un papel relevante la participación del pueblo, a través de cabildos y otras formas organizativas de base y mecanismos de consulta.

La propuesta de Walker-Zapata, de instalar la convención constituyente en el año 2018, se fundamenta en que habrá un nuevo Congreso, tal vez más representativo, elegido por nuevas normas, ya sin sistema binominal. Pero es también un reconocimiento implícito de que el actual Poder Legislativo carece de legitimidad ética para entregarle la tarea de una nueva Constitución, considerando que por lo menos un tercio de sus miembros está contaminado por la corrupción a través de los escándalos de Penta, Soquimich y Corpesca.

¿Está ya pautado el Gobierno por el proyecto de Walker y Zapata? Lo cierto es que en sintonía con sus camaradas de partido, el ministro Burgos dijo el martes 21 en el programa ‘El Informante’, de TVN, que el proceso constituyente sería tarea “posiblemente” del próximo Parlamento. Fue categórico, y hasta peyorativo al calificar de “atajo raro” a la Asamblea Constituyente, subordinándose de paso a las pautas de la Constitución dictatorial como único procedimiento válido para generar una nueva Carta Política.

Y para que no quedaran dudas del diseño de proceso constituyente que echará a andar como jefe del Comité Político, Burgos le bajó incluso el tono a los dichos de Bachelet sobre la participación ciudadana, cuyo carácter “incidente” descarta toda connotación “vinculante”. Una definición que también sintoniza con el diseño de Walker y Zapata, donde la mitad de la convención constituyente será generada a dedo por el Congreso de senadores y diputados. Así, el proceso constituyente que se vislumbra por ahora, tiende a parangonar al despotismo ilustrado del siglo XVIII con su máxima “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.

Entusiasta propulsor del “segundo tiempo” de Bachelet, en una entrevista con La Segunda el viernes 17, Ignacio Walker comulgó con los dichos de Gutenberg Martínez, Genaro Arriagada y Andrés Zaldívar contrarios a las reformas, y sostuvo que la tarea del PDC en la Nueva Mayoría ha sido oponerse a los “impulsos refundacionales propios del infantilismo progresista”. Vigentes aún los ecos de los caceroleos en el barrio alto y sensible a las presiones empresariales, proclamó en esa misma entrevista que las prioridades de hoy son la delincuencia y la reactivación económica.

Sin duda, el senador y ex canciller está empeñado en ganar protagonismo y parece sentirse llamado a liderar una alternativa de centro para que en La Moneda vuelva a mandar un demócrata cristiano aupado por la Nueva Mayoría. Lo turbio de este afán es que su discurso está en ruptura no solo con la izquierda de la alianza de gobierno, sino también con el centro que dice representar para sintonizar más bien con la derecha.

Su impugnación del “infantilismo progresista” y los “impulsos refundacionales” y su rechazo a la idea de una Asamblea Constituyente, es coherente con la crítica que hace de los sistemas de “democracias plebiscitarias”, característicos de los gobiernos de Ecuador, Bolivia y Venezuela, catalogados livianamente como neopopulistas. Tras la deslavada propuesta de convención constituyente y el autoritario concepto de Burgos sobre el carácter “incidente” de la participación ciudadana, toma cuerpo el monstruo del populismo, esgrimido como amenaza de desgobierno e inestabilidad por Patricio Walker, Sergio Bitar y otros políticos para que no se llegara hasta las últimas consecuencias en develar y sancionar la corrupción de los partidos y empresarios.

En su anterior libro, La democracia en América Latina. Entre la esperanza y la desesperanza, publicado en 2009, Ignacio Walker hace un interesante recorrido por los modelos de gobierno que se han dado en la región desde el quiebre de los sistemas oligárquicos hasta nuestros días. Desarrolla allí una feroz descalificación de los llamados gobiernos neopopulistas para rematar con la propuesta de una “democracia de instituciones” como el modelo más apto para el desarrollo político y social.

En ese libro, el actual presidenciable pareció volcar toda la ilustración que adquirió al doctorarse en Ciencias Políticas en la Universidad de Princeton. Una obra que trasunta erudición y minuciosidad bibliográfica, pero que no lo pone a salvo de lo que el maestro Raúl Prebisch llamó “las formas de inveterada dependencia intelectual” propias de los cultores del neoliberalismo. Así, Walker observa la evolución política de la región con ojos de autores anglosajones, en su mayoría estadounidenses, e incluso asume a pensadores latinoamericanos desde su traducción al inglés.

Resulta anecdótico advertir (página 79) que sitúa cronológicamente el libro clave sobre la teoría de la dependencia de Fernando Cardozo y Enzo Faletto en 1979, año de su publicación en inglés, en circunstancias de que fue publicado originalmente en 1967. Así invierte los términos históricos y hace aparecer a Cardozo y Faletto como contradictores “de las tempranas teorías de la dependencia” de Theotonio dos Santos, Ruy Mauro Marini y André Gunder Frank, cuyas obras sobre el tema son posteriores a 1967.

Habrá que esperar que, en su segundo libro, lanzado recientemente, Ignacio Walker no haya incurrido en errores similares. Mal que mal, escribe ahora sobre la Democracia Cristiana, tema que sin duda conoce a fondo y aprecia, aunque queda la preocupación de que su dependencia intelectual le lleve a soñar con un Chile atado a una “democracia de instituciones” que manipula y disminuye la participación ciudadana en la tarea fundamental de gestar una nueva Constitución Política.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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