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¿Cuántos amigos me quedan? Opinión Gaza 7 octubre 2023 Imagen referencial

¿Cuántos amigos me quedan?

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Patricia Politzer
Por : Patricia Politzer Periodista y ex Convencional Constituyente.
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Quiero decirles a mis amigos que sigan luchando por Gaza y el derecho de los palestinos a tener una patria. Pero que, al mismo tiempo, entiendan cómo nos sentimos millones de judíos, dentro y fuera de Israel.


Cada día –o quizás cada varios días– siento que pierdo un amigo. Esta semana fue Pep Guardiola. No, no es que sea amiga del entrenador del Manchester, que nos tomemos habitualmente un café, es simplemente una de esas personas que admiro –como muchos– y que suele estar presente en las conversaciones de sobremesa, una de esas personas que son parte de nuestras vidas, que nos alegran el alma y que nos gusta que estén  ahí. Como si fuéramos amigos.

Esta semana, el entrenador recibió un título Honoris Causa de la Universidad de Manchester, sin duda muy merecido. Me alegré por él, pero al escuchar su discurso de aceptación, sentí que era otro amigo que se alejaba. Guardiola se refirió al horror que se vive en Gaza subrayando lo doloroso que es. “Me duele todo el cuerpo. Y, para que quede claro, no se trata de ideología. No se trata de ‘yo tengo razón’ ni ‘tú estás equivocado’. Vamos. Se trata simplemente del amor a la vida, del cuidado del prójimo”, sentenció.

No se trata de que yo no quiera seguir siendo su amiga, sino que siento que él ya no quiere serlo, que ha dejado de verme, que mi existencia simplemente se mimetiza con esa tragedia que le hace decir:  “Cuando veo cada mañana a mis hijos, María, Marius y Valentina, desde que empezó esta pesadilla, con los bebés en Gaza, estoy muy asustado”.

Es lo que me viene ocurriendo con muchas amigas y amigos, con quienes me sigo tomando el café, pero veo en su mirada y sus silencios que algo se fracturó. Que hay temas que prefieren no mencionar, que se censuran y no preguntan lo que pienso de aquella monstruosidad, que se sorprenden –yo pienso que ya lo sabían– cuando les cuento que, en mis RRSS, recibo constantes insultos, que me llaman genocida, asesina, sionista (como sinónimo del peor insulto) y me envían cientos de imágenes brutales, sobre las que supongo yo debiera pronunciarme a diario, aunque viva al otro extremo del mundo, simplemente porque soy judía. 

La fractura no se produjo cuando el ejército de Israel atacó a Gaza de forma inmisericorde. El quiebre se produjo el 7 de octubre de 2023, cuando Hamas protagonizó una masacre inimaginable, matando a más de mil y secuestrando a más de 200, entre ellos ancianos, jóvenes y niños, víctimas de la peor barbarie.  Fue cuando la mayoría se quedó en silencio. Fue entonces cuando empecé a sentir que muchos amigos se desvanecían. 

Quiero gritarle al mundo que yo pienso como Pep, que los niños muertos en Gaza y en todas las guerras son lo peor que le puede pasar a la Humanidad. También quiero gritar que Netanyahu es un narciso maligno, funcional –como anillo al dedo– al extremismo sanguinario de Hamas y los demás grupos terroristas musulmanes. Que aún hay rehenes de Hamas que siguen con vida en Gaza sin que importe mayormente. Que el derecho a existir de Israel es tan trascendental como en 1948. Que las democracias occidentales –en las que sigo creyendo como el único sistema político humanista– son hipócritas, cuando claman por los niños de Gaza y dejan que Israel haga el trabajo sucio contra Irán y los demás peligros yihadistas que amenazan a Europa. 

No saco nada con gritarlo, o escribirlo, porque soy judía, porque da lo mismo lo que piense o sienta, porque ya me rotularon como genocida. 

Sin embargo, me resisto a entender –y menos aceptar– que el antisemitismo que vivimos los judíos en el mundo entero sigue tan latente como hace 100 años, antes del Holocausto. Me resisto a aceptar que los amigos, socios, aliados, o como quieran llamarlos, con quienes convivimos durante décadas, no están dispuestos a defender a las víctimas judías. Ni las que murieron o fueron secuestradas el 7 de octubre, ni las que han sufrido atentados, discriminaciones o humillaciones en los últimos meses. Por el solo hecho de ser judíos, da lo mismo lo que opinan sobre Gaza o el Gobierno israelí.

¿A quién le importa que un niño o niña judía no se atreva a mostrar su estrella de David o ir a un mall con el uniforme de un colegio judío? Así ocurre en muchas partes, incluido este país del fin del mundo, con un Presidente muy preocupado por los palestinos de Gaza, muy poco por sus compatriotas judíos. 

Quiero decirles a mis amigos que sigan luchando por Gaza y el derecho de los palestinos a tener una patria. Pero que, al mismo tiempo, entiendan cómo nos sentimos millones de judíos, dentro y fuera de Israel. Que, en lo personal, sigo siendo la misma que luchó contra la injusticia y las violaciones a los derechos humanos sin preguntar qué pensaban las víctimas, qué religión profesaban o a qué partido pertenecían.

Quiero decirle a Pep Guardiola que si él teme por sus tres hijos desde que comenzó la pesadilla de Gaza, toda persona sensible ruega que esto termine cuanto antes. Pero también quiero contarle que muchos judíos sufrimos más que él, por nuestros hijos y nietos que, simplemente por ser judíos, por ninguna otra razón, vivirán en un mundo que les será hostil, que cualquier cosa les podrá ocurrir, en algún lugar del planeta. Y a gran parte del mundo le dará lo mismo. Nadie clamará como lo hacen hoy –con razón– por los niños y todas las víctimas de Gaza. Eso es el antisemitismo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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