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“I took Venezuela” Opinión

“I took Venezuela”

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Gilberto Aranda B.
Por : Gilberto Aranda B. Profesor titular Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.
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Asoma una doctrina Trump para el hemisferio occidental, cuyo primer destinatario es Maduro, e inmediatamente después viene el presidente de Colombia, Gustavo Petro, como quedó claro el 19 de octubre último, cuando Trump lo acusó de ser un líder del narcotráfico.


El 3 de noviembre de 1903 estalló un levantamiento en el istmo de Panamá que destituyó a las autoridades colombianas, para reemplazarlas por una Junta de Gobierno que proclamó la República de Panamá. El alzamiento, dirigido por el general Huertas, duró poco más de un día, en el que casi no se registraron bajas.

En ello fue determinante la decisión del presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt, de movilizar durante la jornada previa a la armada de su país para mantener libre e ininterrumpido el tránsito en la zona mediante la presencia de dos barcos de guerra estacionados en Colón, que disuadieron toda acción militar colombiana para recuperar el departamento.

Era el corolario de la política de EE.UU. para contar con un paso interoceánico que conectara ambas costas del gigante hemisférico, sin interferencia ni retraso por parte de Colombia, luego del rechazo del Senado de dicho país al Tratado Herrán-Hay, con Washington. El protagonismo intervencionista de Estados Unidos quedó claro tres días después de los eventos, cuando Roosevelt concluyó una carta a su hijo con un sugerente “I took Panama” (“Tomé Panamá”).

Ciento veintidós años más tarde, la más contundente Fuerza Naval de Estados Unidos desplegada en América Latina y el Caribe desde otra intervención militar en Panamá, la “operación Causa Justa”, de diciembre de 1989, que buscaba capturar al dictador Manuel Noriega, está pronta a recibir al mayor portaviones de Estados Unidos, el Gerald Ford USS, con cinco mil marines y 90 aviones cazas F-18.

La acción oficialmente antinarcóticos, que ya cuenta con 10 mil efectivos, 8 buques de guerra, un submarino y bombarderos B-52 y B-1, tiene una finalidad más ambiciosa que atacar, en aguas del Caribe y el Pacífico Oriental, las 19 embarcaciones acusadas de ser narcolanchas. Para aquello no se requería tal concentración de poder duro, por lo que se apuntaría a un potencial cambio de régimen en Venezuela, una verdadera exhibición de fuerza militar con ribetes de “espectáculo político”, como ha explicado el historiador Timothy Snyder.

De hecho, las ejecuciones extrajudiciales mediante el uso de tecnología bélica de precisión –probablemente drones no ha sido completamente novedosa: se ensayó durante la administración Obama en Yemen y Afganistán, y por el propio Trump (parte uno) al eliminar al general iraní jefe de las Fuerzas Al Quds, Qasem Soleimani, interceptado en Irak en 2020.

Pero forzar la caída de una dictadura es otra cosa. Los planes incluirían el sabotaje, la presión militar y sobre todo la guerra psicológica. Para ello, resultaría relevante el descontento de una población hastiada de la dictadura de Maduro, aunque la maniobra sería digitada por Washington en un intento de hacer zozobrar al Gobierno venezolano e instalar una administración afín que garantizara la afluencia de crudo hacia Estados Unidos, además de reducir la creciente presencia de competidores extrahemisféricos en la zona, encabezadas por China y Rusia.

Mientras el primero ha aportado al Estado venezolano financiamiento que supera los 50 mil millones de dólares, Rusia pasó a ser el principal abastecedor de armamento de Venezuela, que va desde cazas rusos hasta 100 mil fusiles Kalashnikov AK-103, 92 tanques T-72B1V y 114 carros blindados BTR-80, según las estimaciones para el período 2017-2021 de la ONG Control Ciudadano.

La operación estadounidense, sin embargo, entraña riesgos tanto para el vecindario inmediato, la región toda y el propio Estados Unidos, si se piensa en la aparente ausencia de un plan para el día después, lo que podría devenir en la ingobernabilidad de Venezuela. Porque una cosa es la capacidad de desestabilizar un Gobierno desafecto u hostil y otra muy distinta es la habilidad para sostener regímenes estables y cercanos.

Mientras, y según The New York Times, las opciones militares estadounidenses contemplan el ataque a las unidades de las Fuerzas Armadas Bolivarianas que protegen a Maduro y las instalaciones militares que faciliten el narcotráfico, desmantelando el “músculo” del madurismo; o en su lugar enviar unidades especiales –como las Fuerza Delta o los Seal para capturar a Maduro y, finalmente, la posibilidad de expedir grupos antiterroristas para hacerse del control de aeródromos y campos petrolíferos.

Aún no habría una decisión definitiva ante los riesgos involucrados, además de la ausencia de un argumento jurídico que justifique y cubra, de acuerdo con la legislación interna de Estados Unidos, un ataque a objetivos en tierra. Lo anterior requeriría ampliar las facultades legales del Salón Oval más allá de la resolución de poderes de guerra por 60 días al margen de la autorización del Congreso, amenazando de paso la fama de “pacificador” que el presidente Trump se esfuerza en esgrimir cada vez que tiene la ocasión.

En el intertanto, el secretario de Estado Marcos Rubio y el subdirector del Gabinete de Políticas de la Casa Blanca, Stephen Miller, encabezan la facción partidaria de una repuesta marcial con todos los medios a disposición sobre Venezuela, aunque tampoco parece haberse apagado del todo la voz del enviado especial ante Caracas, Richard Grenell, quien según la rumorología seguiría en contacto con los hermanos Rodríguez para evitar la solución manu militari, mediante un compromiso que obligara a Maduro a dejar el Gobierno y partir el extranjero, algo que sobre el guion ha sido esquivo.

En cualquier caso, asoma una doctrina Trump para el hemisferio occidental, cuyo primer destinatario es Maduro, e inmediatamente después viene el presidente de Colombia, Gustavo Petro, como quedó claro el 19 de octubre último, cuando Trump lo acusó de ser un líder del narcotráfico.

La carta de navegación de la política exterior estadounidense implicaría un apoyo irrestricto a los líderes proestadounidenses de la región, al tiempo que promete castigo a todas las actividades narco y antiestadounidenses en las Américas. Lo que la Casa Blanca pretende ahora es que, con el menor costo e idealmente el mínimo riesgo posible, se produzca un cambio de administración en Caracas, ya que, en cualquier caso, igual podrá ufanarse con un I took Venezuela.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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