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La falta de educación es el verdadero cuello de botella de la salud en Chile Opinión Imagen referencial

La falta de educación es el verdadero cuello de botella de la salud en Chile

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Pamela Medina Herrera
Por : Pamela Medina Herrera Autora de "Mujeres científicas en Chile, cómo sus historias de vida contribuyen a la educación científica" e investigadora de la Facultad de Educación de la Universidad Alberto Hurtado.
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Enseñar ciencia desde la promoción de la Educación para la Salud implica formar comunidades que comprendan su territorio, identifiquen sus determinantes y participen activamente en transformarlos.


En Chile, más de 2 millones y medio de personas siguen esperando una atención en el sistema público de salud. Esta cifra, que ya parece instalada en el debate público, no debería normalizarse. En días recientes, el Colegio Médico presentó sus propuestas para las candidaturas presidenciales, entre ellas, un componente clave: “Determinantes Sociales, Salud Mental y Equidad Territorial”. A primera vista, podría parecer una sección más dentro de un informe técnico, pero no lo es. En realidad, apunta al mayor punto ciego que Chile no ha logrado enfrentar: la salud no es solo atención médica; es territorio, es bienestar social, es educación.

El Colegio Médico es enfático en la necesidad de “integrar una visión amplia de la salud que considere las desigualdades sociales, el enfoque intercultural, la distribución territorial de recursos, la crisis climática y la creciente carga de enfermedad mental”. Desde esta perspectiva, ninguna reforma tendrá impacto real si no se abordan las desigualdades que condicionan la vida de millones de personas.

No basta con reorganizar servicios o modernizar plataformas; la salud se juega en la vivienda, en el acceso al agua, en la calidad del aire, en el transporte, en los ingresos familiares, en la violencia estructural y en la salud mental deteriorada por años de precariedad. Y, sobre todo, en las enormes brechas territoriales que separan a comunas que están a minutos de un centro médico de aquellas donde un viaje al especialista implica horas y un costo que muchas familias simplemente no pueden asumir.

Sin embargo, hay un componente que rara vez se integra en los programas presidenciales: la Educación para la Salud. Desde este enfoque la salud deja de ser un asunto individual para convertirse en un proceso político-pedagógico que permite comprender por qué un territorio enferma, quiénes están en riesgo, qué actores toman decisiones y cómo una comunidad puede organizarse para exigir condiciones de vida dignas. Porque no hay salud individual posible cuando las condiciones colectivas están deterioradas.

La pandemia dejó al descubierto que la información por sí sola no basta, lo que necesitamos es formar una ciudadanía alfabetizada científicamente, capaz de interpretar la información que recibe, de comprender la complejidad de los sistemas de salud, y de conectar sus decisiones cotidianas con consecuencias comunitarias.

Los determinantes sociales no se enseñan solo con gráficos epidemiológicos; se comprenden viviendo el territorio, reconociendo desigualdades, escuchando experiencias diversas y analizando cómo la contaminación, la segregación urbana o la falta de áreas verdes afectan la salud mental y física de estudiantes y sus familias.
Por eso, cuando pensamos en un país más justo, debemos pensar también en aulas más justas.

El currículum escolar chileno incorpora espacios para este tipo de reflexión, en cursos como Ciencias para la Ciudadanía y el electivo de Ciencias de la Salud, pero aún falta potenciar estos espacios. La enseñanza de la salud sigue reduciéndose a contenidos biomédicos, dejando fuera la discusión sobre las condiciones estructurales, los determinantes sociales y una comprensión multicausal que reconozca la interacción de factores biológicos, sociales, culturales, políticos y ambientales.

La propuesta del Colegio Médico interpela a la política, pero también a la educación. No habrá equidad territorial en salud sin equidad territorial en el acceso a una educación científica crítica y contextualizada. Una escuela donde se enseñe que el bienestar no es una responsabilidad individual sino colectiva, donde la salud mental deje de ser un tabú, donde la pobreza, la violencia y la discriminación no se minimicen como “problemas sociales”, sino que se reconozcan como factores que enferman.

Transformar las listas de espera en trayectorias de cuidado, como lo plantea la Alianza Académica por una Salud Oportuna (AASO), implica mucho más que reorganizar flujos clínicos. Supone reconocer que el cuidado empieza mucho antes de llegar al consultorio, que comienza en la infancia, en la escuela, en el barrio, en los vínculos, en la posibilidad de vivir en un entorno que no enferme. Y eso requiere una ciudadanía capaz de exigir bienestar, no solo atención.

Por lo tanto, enseñar ciencia desde la promoción de la Educación para la Salud implica formar comunidades que comprendan su territorio, identifiquen sus determinantes y participen activamente en transformarlos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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