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El avance de la ultraderecha: poder, incentivos y erosión democrática Opinión

El avance de la ultraderecha: poder, incentivos y erosión democrática

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Javiera Arce-Riffo y Vania Figueroa Ipinza
Por : Javiera Arce-Riffo y Vania Figueroa Ipinza Coordinadoras programa feminista de candidata Yasna Provoste
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Si la ultraderecha parece imparable no es porque tenga mejores ideas, sino porque administra mejor la atención y explota el miedo como recurso político. La resistencia democrática hoy no se juega solo en las urnas, sino también en cómo cuidamos el espacio mental colectivo.


La ultraderecha avanza en Chile, en Europa, en Estados Unidos y en cualquier lugar donde el algoritmo detecta que el miedo genera más clics que la esperanza. No apareció por generación espontánea ni por un súbito “giro cultural”: llegó cómodamente sentada sobre la concentración obscena de poder en manos de magnates tecnológicos, la desigualdad estructural, las crisis encadenadas –pandemia, cambio climático, guerras– y una ciudadanía exhausta a la que se le exige pensar críticamente mientras hace malabares para pagar el arriendo. Un caldo de cultivo perfecto para autócratas, populistas y vendedores de soluciones simples a problemas que no caben en un tuit.

En Chile, luego de una elección presidencial, este fenómeno no se vive como teoría comparada, sino como tragicomedia nacional: cifras inventadas, promesas mágicas, enemigos imaginarios y discursos moralizantes que se escandalizan con una mano mientras, con la otra, proponen impunidades varias. Todo esto, amplificado por un ecosistema mediático donde la noticia falsa corre con zapatillas de alta gama y la verdad camina con bastón, pidiendo permiso para hablar.

Desde la política sabemos que no se trata solo de ideas, sino también de poder, incentivos y de un proceso de erosión democrática. Desde la neurociencia no se trata solo de ignorancia, sino de cerebros permanentemente activados en modo amenaza. El algoritmo no es neutral: premia la rabia, el escándalo y la certeza absoluta. El cortisol es altamente viral. La dopamina fideliza audiencias. La deliberación democrática, en cambio, no genera engagement. Y así, entre un scroll y otro, el debate público se transforma en un ring emocional donde gana quien grita más fuerte, no quien piensa mejor.

Pero hagamos una pausa incómoda, porque si no lo decimos, nos convertimos en comentaristas indignadas del desastre: la ultraderecha no solo avanza por lo que hace bien, sino también por lo que las izquierdas hicieron mal durante demasiado tiempo. Promesas transformadoras que terminaron en formularios, épicas que acabaron en tecnocracia, lenguajes incomprensibles, peleas internas dignas de comedia y una peligrosa costumbre de hablar sobre la gente en vez de con la gente.

Cuando la izquierda abandona la vida cotidiana y se enamora de su propio PowerPoint, deja un vacío que la ultraderecha llena feliz con gritos, culpas y soluciones falsas, pero emocionalmente reconfortantes. No convence: ocupa.

Aquí aparece un elemento poco discutido pero decisivo: la política de la atención. Hoy no compiten proyectos de país; compiten estímulos. Gana quien secuestra más minutos de la cabeza ajena. La ultraderecha lo entendió antes que nadie: no necesita razones, necesita presencia. No debate, interrumpe. No explica, simplifica. No gobierna; hace una performance (no muy distinta de quienes hoy gobiernan). Mientras tanto, buena parte del mundo progresista sigue creyendo que un documento técnico de 80 páginas, correctamente citado, ganará una elección. Spoiler: No.

Y no, la salida no es “educar a la ciudadanía”, como si el problema fuera un déficit cognitivo colectivo. Esa mirada vertical y paternalista es parte del problema. La gente sabe mucho. Lo que no tiene es tiempo, calma ni condiciones materiales para procesar una avalancha diaria de estímulos diseñados para manipular emociones. Pensar críticamente hoy es como intentar meditar en el metro en hora punta: posible, pero agotador.

Resistir este escenario exige algo menos solemne y más inteligente: la construcción bidireccional de sentido, conversaciones reales en plazas, radios comunitarias, redes sociales, universidades abiertas, organizaciones territoriales y feministas. Espacios donde el conocimiento académico se mezcle –sin miedo a contaminarse– con saberes territoriales, experiencias de vida, humor, rabia y esperanza. Menos cátedra, más diálogo. Menos “permíteme explicarte”, más “veamos esto juntas”. La verdad se vuelve fuerte cuando circula, no cuando se encierra en artículos académicos que pocas personas leen.

Las mujeres –y especialmente las feministas– tenemos aquí una ventaja comparativa no declarada: sabemos leer climas hostiles, traducir lenguajes, sostener conversaciones imposibles sin romper la mesa. En un ecosistema intoxicado por la violencia simbólica, la inteligencia relacional no es una habilidad “blanda”; es una tecnología política. Y sí, el humor negro, la ironía y el sarcasmo no son frivolidades; son herramientas de supervivencia cognitiva. Reír, incluso de lo trágico, disminuye la amenaza, reactiva la reflexión y desarma al autoritarismo, que detesta no ser tomado en serio.

No subestimemos el cansancio. La pandemia dejó cerebros agotados. El cambio climático sumó ansiedad existencial. La desigualdad erosionó la confianza. La ultraderecha ofrece descanso mental: certezas simples, culpables claros, una fantasía de orden. Nuestra tarea no es competir en brutalidad, sino ofrecer alivio sin mentira: rigor con afecto, complejidad sin soberbia, esperanza sin humo. Y, sobre todo, recuperar algo que las izquierdas olvidaron peligrosamente: escuchar antes de prescribir.

Si la ultraderecha parece imparable no es porque tenga mejores ideas, sino porque administra mejor la atención y explota el miedo como recurso político. La resistencia democrática hoy no se juega solo en las urnas, sino también en cómo cuidamos el espacio mental colectivo. Como académicas, como mujeres, como ciudadanas, no estamos aquí para salvar a nadie desde arriba, sino para sostener juntas una democracia cansada, herida, pero aún viva. Pensar cuesta. Pero perder derechos cuesta mucho más.

Nota al pie (emocional): algunos conceptos han sido deliberadamente simplificados con fines didácticos, narrativos y de supervivencia democrática. A las y los colegas furiosos que ya están escribiendo un hilo de 27 tuits para reinstalar que el avance de la extrema derecha es culpa del wokismo y que el feminismo es woke, avisamos, con cariño, que serán atendidos en horario hábil, después de salvar la democracia. Gracias por su comprensión.

Epílogo

Manual de supervivencia académica-feminista en tiempos de ultraderecha

  1. No entre en pánico (todavía).

El autoritarismo se alimenta del miedo. Mantener el sentido del humor no es frivolidad: es una estrategia cognitiva avanzada. Reír no despolitiza; desactiva el terror que inmoviliza.

  1. Resista el impulso de “explicar mejor”.

No todo desacuerdo es un déficit cognitivo. Muchas personas entienden perfectamente lo que está en juego; simplemente están cansadas, precarizadas o furiosas. Escuchar también es una forma sofisticada de producción de conocimiento.

  1. Cuide las redes, no solo las citas.

En tiempos de ultraderecha, las redes que importan no son únicamente las indexadas en WoS o Scopus. Las alianzas afectivas, políticas, territoriales y profesionales tienen más impacto que cualquier otro factor.

  1. Traduzca sin infantilizar.

Simplificar no es traicionar la complejidad; es hacerla habitable. Si alguien se indigna porque un concepto fue “excesivamente accesible”, recuerde que la democracia no se defiende con jerga.

  1. No abandone la academia, ocúpela.

Cuando el poder desprecia el pensamiento crítico, es precisamente cuando más importa producirlo. Permanecer es una forma de resistencia; incomodar, una responsabilidad ética.

  1. Documente todo.

La memoria es subversiva. Los autoritarismos odian los registros, las evidencias y las mujeres que recuerdan con precisión quirúrgica.

  1. No negocie la dignidad en nombre de la gobernabilidad.

Ya vimos cómo termina eso. Spoiler: muy mal.

  1. Recuerde que esto ya pasó (y no ganaron para siempre).

La historia demuestra que los proyectos autoritarios son eficaces para destruir, pero pésimos para sostener. Las mujeres, en cambio, sabemos sobrevivir, reorganizarnos y volver.

  1. Cuídese, cuide a otras.

El autocuidado no es individualismo; es parte de la ética política del cuidado.

  1. Y si gana la ultraderecha…

No apague la luz ni cierre el computador. Respire. Organícese. Ría. Piense. Enseñe. Aprenda. Pueden ganar elecciones, pero no saben qué hacer con comunidades que piensan juntas.

Advertencia final: Algunos principios de este manual han sido simplificados con fines didácticos y de salud democrática. A las y los colegas que ya desean reinstalar debates conceptuales infinitos, ya ocupados y sin efectividad para entender las complejidades de la realidad actual, les informamos que la fila de atención se reabre cuando pase la emergencia autoritaria.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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