Opinión
Imagen de Archivo
Docentes al límite por estrés: la historia sin fin
El cuidado docente se puede verificar con señales simples si las personas de la comunidad deciden mirarlas. Se puede revisar si disminuyeron las licencias asociadas a estrés, si baja la rotación de reemplazos de última hora y si los estudiantes reciben retroalimentación oportuna.
En una escuela pública, la profesora Pilar revisa pruebas en la sala de profesores mientras el ruido del patio se cuela por su ventana. Afuera, un curso ensaya el acto de cierre, pero adentro ella calcula promedios, responde mensajes de apoderados y prepara la última reunión del año. En su bolso guarda un paquete de pañuelos que suele usar con frecuencia, tanto que ya parece material pedagógico. Según un informe publicado en 2023, el 53 % del profesorado identifica un importante grado de estrés en sus labores cotidianas. Sandra no discute el dato. Ni siquiera tiene tiempo para pensar en él.
En estas últimas semanas del año, la vocación docente y el desgaste por el trabajo compiten por un mismo y reducido espacio mental. Lo que está en juego, aquí, no es solo la salud de quienes enseñan, sino la continuidad en el tiempo de un oficio que sostiene aprendizajes, convivencia y trayectorias familiares. En esta fecha, los directivos organizan el cierre del año, las jefaturas piden evidencias, las familias piden respuestas y el aula sigue exigiendo presencia emocional a diario. ¿Alguien quiere pensar en los profesores? Al final, estamos ante una importante decisión: ¿vamos a llorar sobre los heroicos docentes caídos, o antes de que eso ocurra vamos a detenernos y repensar cómo hacer que su trabajo sea sostenible?
La vocación existe, claro que sí, y se nota cuando la profesora Pilar se queda unos minutos para explicar de nuevo o cuando se queda hasta altas horas de la noche para ajustar una actividad y que un estudiante no se quede atrás. El riesgo aparece cuando esa vocación la obliga a dejar de lado otras cosas que también son importantes. Esas otras cosas que también importan y que muchas veces van más allá del trabajo, como tiempo de descanso y ocio.
El riesgo también está en el aula, ya que el agotamiento no suele aparecer ahí como una tragedia del docente, sino como grietas en su práctica pedagógica. Una docente que solía retroalimentar con calma apura el cierre para terminar informes. Un profesor que antes buscaba preguntas abiertas se aferra al libro para no perder el control. También se endurece el trato con las familias, y algunos apoderados confunden exigencia con agresión.
Hace poco, el Estado puso en vigencia la Ley Karin, por lo que el día de mañana si el director debe registrar una denuncia, activar un procedimiento y aplicar medidas de resguardo cuando alguien hostiga o amenaza a un docente, lo podrá hacer. Ese gesto ya cambia un poco la regla informal de aguantar en silencio. Sin embargo, ese cambio no alcanza si la escuela sigue premiando el sacrificio como norma. En un trimestre, el equipo directivo puede ordenar el cierre de evaluaciones con criterios claros, reducir tareas duplicadas y liberar tiempo de preparación que se vea en clases mejor planificadas. En el mismo plazo, el sostenedor puede asegurar horas protegidas para coordinación y apoyo entre pares, y los docentes pueden mostrar acuerdos de curso más consistentes y menos improvisación disciplinaria. Además, las familias pueden acotar el contacto fuera de horario y canalizar inquietudes por una vía acordada, con el resultado visible de reuniones más breves y menos tensión en casa.
El cuidado docente se puede verificar con señales simples si las personas de la comunidad deciden mirarlas. Se puede revisar si disminuyeron las licencias asociadas a estrés, si baja la rotación de reemplazos de última hora y si los estudiantes reciben retroalimentación oportuna. Si esos indicadores se mueven en la dirección correcta, la comunidad puede convertir la vocación en una práctica posible y, lo más importante de todo, sostenible.
Si revisamos, pero los indicadores se mantienen iguales, la escuela seguirá pagando el costo en forma de ausencias laborales, conflictos permanentes y aprendizajes frágiles. La diferencia, al final, está en manos de la comunidad y de las familias. ¿Alguien quiere pensar en los profesores?
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Inscríbete en nuestro Newsletter El Mostrador Opinión, No te pierdas las columnas de opinión más destacadas de la semana en tu correo. Todos los domingos a las 10am.